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El adagio de la Europa de las dos velocidades también se ha evidenciado con el coronavirus. El continente se ha erigido en epicentro de la pandemia que surgió en Asia. Italia, que se acerca las 20.000 víctimas mortales y España, con casi 17. ... 000, han sido los países más afectados por delante de Francia, Reino Unido, Bélgica y Alemania, también con tendencias bastante preocupantes.
Todos ellos, cabeceros de la UE, han presentado un rasgo común: timidez y dilación a la hora de tomar medidas. Las críticas por la lentitud de reacción han sido comunes a cada uno. Por contra, en los pequeños Estados del centro, este y norte del continente las políticas gubernamentales fueron otras y, al parecer, exitosas porque el patógeno les ha afectado con muy inferior virulencia.
El porcentaje de fallecidos por cada millón de habitantes puede resultar un buen termómetro para medir la incidencia en cada país. Así, mientras que en España llega a 363, a 322 en Italia, a 311 en Bélgica o 212 en Francia, otros vecinos del Viejo Continente puede enorgullecerse de sus bajas cifras: Austria (39), Noruega (23), Islandia (23), Rumanía (16), República Checa (12), Bosnia (12), Hungría (10), Finlandia (10), Serbia (9), Lituania (8), Albania (8), Polonia (5), Bulgaria (4), Ucrania (2) y Eslovaquia (0,4), un guarismo que sólo se da en confines remotos a los que el Covid-19 apenas ha alcanzado.
¿Cuál ha sido el acierto de los eslovacos? Todo apunta a la rápida reacción de su Gobierno y la inmediata toma de medidas, que fueron aceptadas por los ciudadanos desde el primer momento sin ningún atisbo de crítica. Ello ha llevado a que el país centroeuropeo contabilice poco más de 700 infectados y sólo 2 muertes.
Analicemos su cronología. El primer caso de coronavirus fue detectado en Eslovaquia el viernes 6 de marzo y ese mismo fin de semana el Ejecutivo en funciones se reunió para analizar el caso, ya que el Gabinete encabezado por el populista conservador Igor Matovic que salió de las elecciones del 29 de febrero aún no había tomado posesión. No lo hizo hasta el 22 de marzo.
Para entonces ya se había adoptado la decisión de suspender las clases en colegios y universidades, el cierre de comercios y la paralización de las actividades no consideradas básicas (día 9), aunque se permitía acudir a los puestos de trabajo, realizar compras de productos alimenticios y hasta ejercicio y deporte al aire libre. Eso sí, eran obligatorias las mascarillas, multándose con 1.600 euros a los que no las portaban. También se permitía circular con vehículos sin restricciones.
Al quinto día de la detección del virus en el país (11 de marzo) ya se adoptó una resolución drástica: el cierre de fronteras junto con sus vecinos Hungría, República Checa y Austria. Sólo estaba permitido el paso de camiones con mercancías alimentarias. Además también se prohibieron los vuelos internacionales y los eslovacos que regresaban al país desde el extranjero se debían someter a cuarentenas obligatorias de catorce días en centros especialmente habilitados para ello.
De forma paralela también se optó por actuaciones menores que a la larga han resultado vitales. Se obligó a cada lugar abierto a facilitar desinfectantes y guantes a sus clientes, y se optó también por una medida precursora: de nueve de la mañana a doce del mediodía a las tiendas de alimentación sólo pueden acudir los mayores de 65 años. Con ello se persigue que la población más vulnerable tenga menor contacto con personas susceptibles de portar el patógeno.
Para el éxito eslovaco ha sido fundamental la concienciación de políticos y ciudadanos. Desde el primer momento el país se percató de la gravedad de la situación y se cumplieron escrupulosamente las recomendaciones, que en muchos casos no ha sido preciso que adquirieran carácter de obligación. Todos respetan distancias de seguridad de hasta tres metros. Ello ha posibilitado incluso que algunos establecimientos hosteleros sigan abiertos. Así es posible tomar un café o comer una hamburguesa siempre que se pida desde la calle y se recojan en la puerta del local.
Pero, como también se ha podido comprobar este fin de semana, el Gobierno ha sabido recurrir a la rigidez cuando hace falta. El Ejército se ha visto obligado a cerrar cinco barrios habitados por ciudadanos indisciplinados en la región de Spis, aislando a más de 6.000 personas tras confirmarse 32 infecciones en vecinos recientemente regresados de Reino Unido que han violado la cuarentena obligatoria.
El método eslovaco ha sido muy imitado en la región. También Austria, Bulgaria, Polonia, Hungría, Serbia y República Checa, entre otros, se han caracterizado por recurrir a duras medidas restrictivas para combatir la pandemia. Aquellas actuaciones tempranas les permitirán dar ahora pasos graduales para volver poco a poco a la vida normal una vez que el día 30 revoquen sus respectivos estados de emergencia. Estos gobiernos también ordenaron con rapidez el cierre de las fronteras, así como la paralización de las clases y la hostelería.
Los países nórdicos también han sabido capear el temporal. Algunos, como Dinamarca, optaron por el sistema centroeuropeo del cierre de fronteras, desmarcándose así de la política común de la UE. «No queremos acabar como Italia», dijo, no sin polémica, la primera ministra, Mette Frederiksen. Centros educativos y locales de ocio se cerraron, se prohibieron las reuniones de más de diez personas. Lejos de sentirse molesta con los recortes, la ciudadanía apoyó a su Gobierno en un 85%, según los sondeos.
Noruega optó por intensificar las medidas de control, cerrar sus puertas a los extranjeros y «bajar el ritmo del país», como señaló la primera ministra, Erna Solberg. Finlandia también reaccionó con prontitud ante la pandemia y eso, según sus expertos, fue clave en sus reducidas cifras de víctimas. Sin embargo, algunos analistas críticos desvelan que las estadísticas de Helsinki tienen truco, ya que las autoridades decidieron dejar de contar casos de contagios a mediados de marzo para centrar esfuerzos en los grupos de riesgo, lo que augura números de afectados superiores en verdad. En cualquier caso tanto en este país como en Islandia, la aplicación de restricciones ha sido gradual.
Por contra, Suecia se decidió por la vía laxa y por ello ha sido mirada con cierto recelo por el resto de la comunidad escandinava. Estocolmo ha apostado por la responsabilidad individual de sus ciudadanos y la protección de los grupos de riesgo, con especial cuidado a los ancianos. Pero más allá de estas recomendaciones, mantiene abiertos hostelería y centros educativos.
Su Agencia Pública de Salud sostiene que «no tiene sentido cerrar fronteras porque dificultaría la circulación de materiales para combatir el Covid-19. Cerrar escuelas puede aumentar el contagio y reducir personal en los hospitales», añade. En su opinión, «la batería de medidas adoptadas por otros países responden más a la política que a la práctica».
Si los números avalaban en un principio esta actuación, durante las últimas fechan han empeorado. Suecia suma ya más de 900 muertos, por 273 de Dinamarca, 124 de su vecina Noruega y 56 de Finlandia.
La controversia ha sido mínima ante las medidas decretadas por el Gobierno eslovaco, pero también se ha dado. El 25 de marzo el equipo de Matovic dio luz verde al desarrollo y la introducción de una 'aplicación espía' para rastrear todos los teléfonos móviles con el fin de detectar a supuestos violadores del confinamiento.
Según el Ejecutivo, con esta app se pretende informar a los usuarios sobre «zonas seguras», libres de contagios. La medida, criticada por interferir en el derecho fundamental a la privacidad y autodeterminación informativa, según sostiene la ministra de Justicia, Mária Kolíková, está pensada «para aquellos que no quieren colaborar» con las autoridades.
También despierta ciertas dudas que las autoridades eslovacas sólo contabilizan como fallecidos por coronavirus a los que han dado positivo por el nuevo patógeno, mientras que no cuentan a los que fallecen por otras enfermedades que el Covid-19 haya agravado. Además sólo se han realizado 20.000 pruebas de coronavirus en todo el territorio.
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