Ucrania, piedra de toque para Occidente
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Suele decirse que las claves para entender la actual situación internacional residen en la geografía y la Historia, ambas muy presentes en esta crisis. En cuanto a la primera, basta echar una mirada al mapa para saber que la vecindad nos vincula, aunque americanos y ... rusos negocian el asunto, con notoria ausencia europea.
En cuanto a la Historia, los rusos le llaman la pequeña Rusia, algo sentimental y estratégico, porque no hay imperio sin Ucrania, cuya declaración de independencia en 1991 supuso el fin de la URSS. En el año 1997, en un compromiso inusual, los líderes aliados afirmaron en un comunicado conjunto que Ucrania y Georgia se convertirían en miembros de la OTAN, pero sin definir cuándo. Esta declaración carente de un plan y una vocación real para hacerla efectiva ha generado una tensión que Putin aprovecha para sus propios objetivos.
En 2014, cuando Ucrania se acerca a Europa y Rusia invade Crimea, la UE pasa a calificarle de adversario, pero su reacción es leve y siete años más tarde Putin suma fuerzas militares en la frontera ucraniana, lo que enciende las alarmas de una eventual invasión del país. Antes Crimea y ahora toda Ucrania, rememorando en ambos casos a Catalina la Grande, para restaurar el corazón eslavo del antiguo imperio y mantener un respaldo popular que la juventud empieza a discutirle mientras el opositor Navalny cumple un año en la cárcel.
Buscando la causa, el desencuentro de fondo deriva de que Europa echa de menos una mayor evolución democrática rusa, que permita acercarla a la apuesta europea, mientras Moscú recela de la humillante ampliación de la OTAN hacia el este que amenaza su seguridad. Además, Putin no comparte el liberalismo europeo, que juzga decadente, y rechaza una sociedad occidental tan cerca de casa. En esta gran quincena diplomática, todos exigen: uno pide garantías legales mientras el otro la inmediata desescalada militar, pero los hechos caminan en la dirección opuesta y Rusia anuncia maniobras militares en Bielorrusia, cerca de Polonia y Lituania. Algo así como si no quieres taza, taza y media.
Además, dice no descartar desplegar tropas en Cuba y Venezuela. Ya lo hizo en Siria, porque a Putin le pone llevar la contraria a Obama, que le calificó de potencia regional, recordando que su PIB es similar al italiano. Como colofón, el gas y la famosa tubería, que, sin estrenar, va y viene en las negociaciones. Desaparecida Merkel, su gran valedora, habrá que ver la postura del nuevo Gobierno alemán, cuya ministra de Exteriores verde amaga con retrasar su apertura.
Probablemente no hay interés en una confrontación militar total, pero cuando empiezas a disparar, nunca se sabe y nadie descarta la llamada guerra híbrida, una mezcla de ciberataque, manejo del gas, información falsa y acción militar selectiva en zonas limítrofes. De hecho, las tres primeras ya están en curso, y la cuarta veremos, porque quizás Putin sólo busque apoderarse de enclaves alrededor de Donetsk, que ya están controlados por irregulares respaldados por Rusia, o establecer un puente terrestre a Crimea. La isla sueca de Gotland, estratégicamente ubicada frente a las tres repúblicas bálticas y la costa rusa, recibe visitas de la Armada rusa y el Ejército sueco ha tomado posiciones para defenderla.
En cuanto a la oportunidad, Putin sabe que el momento es propicio, porque las dos grandes potencias se andan marcando en el Pacifico. Por eso, como en el fútbol, ataca por el lado del defensa flojo, al percibir débil a Europa: dependiente energéticamente, recuperándose de la cornada del Brexit e incapaz de acordar una política de emigración común. Además el Ejército ruso acaba de imponer la paz en Kazajistán, recuperando al sobrino del exlíder Nazarbáyev como jefe de la seguridad nacional, Piensa que Europa habla mucho, pero pega poco, porque la realidad es que la seguridad europea la pagan y gestionan los americanos.
Occidente parece tener una idea clara: sus dudas sobre hasta dónde puede llegar la amenaza dependerán de la firmeza que perciba en el bando aliado. Pero si Putin sube la apuesta, EE UU deberá elegir entre soportar totalmente a su socio europeo o pedirle que afloje y renuncie a integrar a Ucrania en su modo de vida. Llegado el caso, Europa deberá elegir entre volver a subcontratar su seguridad o impulsar un Ejército al servicio de una política exterior común, porque el partido real se juega en la construcción del nuevo orden global, heredero del que recibimos tras la Segunda Guerra Mundial, que ya no da más de sí. En la próxima década viviremos un G2, probablemente con acuerdos parciales y bronca latente entre China y EE UU. En ese escenario deberá buscar su espacio propio una Europa con un modo de vida caro pero envidiado, que suele crecerse ante la adversidad.
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