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Ander Azpiroz | Rodrigo Zuleta | José Antonio Bravo
Miércoles, 3 de julio 2019, 08:12
Pedro Sánchez mandó hace un año un mensaje de fuerza al colocar al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores a un halcón contra el independentismo y que, además, es un catalán de tan de pura cepa como lo puedan ser, según el ideario secesionista, Carles ... Puigdemont o Quim Torra.
El histórico dirigente socialista Josep Borrell (La Pobla de Segur, Lleida, 1947) era uno de los fijos en las casas de apuesta para formar parte del Consejo de Ministros, aunque existía la duda sobre la cartera que recibiría, dada su versatilidad política. El jefe del Ejecutivo se decantó finalmente por colocarlo al frente de la diplomacia española. Asumió una tarea clave: contrarrestar el mensaje victimista del soberanismo en la Unión Europea.
Los planes de Carles Puigdemont para construir su república pasan necesariamente por el reconocimiento internacional y, muy particularmente, por el de los miembros del club comunitario. El expresidente fugado de la Generalitat no lo ha logrado institucionalmente hasta el momento, pero persiste en el intento. No obstante, el soberanismo llegó a ganar por momentos la batalla de la opinión pública europea a los Gobiernos de Mariano Rajoy, especialmente tras las cargas policiales del 1-O. La censura llegó desde Bélgica, Reino Unido, Alemania o Finlandia, entre otros.
El nuevo jefe de la diplomacia europea ejerció como presidente del Parlamento Europeo desde 2004 a 2007 y es uno de los representantes de los socialistas españoles que han desempeñado un papel relevante en la esfera internacional desde la entrada en 1986 en la Comunidad Económica Europea.
Antes de dar el salto a las instituciones comunitarias, ejerció como uno de los ministros estrella en los últimos ejecutivos de Felipe González. Estuvo al mando de la cartera de Obras Públicas de 1991 a 1996. Antes, Borrell, ingeniero aeronáutico, doctor en Ciencias Económicas y catedrático de Matemáticas Empresariales, desempeñó durante siete años la función de secretario de Estado de Hacienda.
La gran oportunidad le llegó tras la llegada al poder del PP en las elecciones generales de marzo de 1996. El PSOE optó por Joaquín Almunia como secretario general, pero las bases eligieron a Borrell como candidato a la Moncloa. Y como Sánchez, tuvo que luchar con el aparato para lograrlo.
La bicefalia socialista concluyó con un rotundo fracaso. El nuevo ministro de Exteriores renunció a sus aspiraciones a la Moncloa hastiado de luchar en un frente interno y otro externo. Su renuncia se materializó en mayo de 1999 después de destaparse una trama de corrupción en la que estaba implicado Josep María Huguet, un antiguo colaborador suyo de su etapa en Hacienda. «He dicho -justificó en su adiós- que soy un corredor de fondo. Y lo soy. Pero no se trata de mantener la carrera a cualquier precio». Nunca fue imputado. Un año después, Almunia fue barrido en las generales, donde el popular José María Aznar alcanzó la mayoría absoluta.
En los últimos años, se ha volcado en combatir el independentismo, aunque rechazó acompañar a Miquel Iceta en las listas del PSC al Parlament en las elecciones de diciembre pasado. «Estoy dispuesto a participar en los debates de los que depende el futuro del país, pero ya no tengo ambición personal», afirmó en una entrevista reciente. Aún así acepta dirigir la diplomacia de la UE.
Como ministro ha cumplido al dedillo con la tarea que se le encomendó. No ha dejado moverse al independentismo por el mundo. Ha denunciado la apertura de 'embajadas' de la Generalitat en Londres o Berlín y dio orden a los embajadores de replicar cada una de las provocaciones que los líderes secesionistas pudieran lanzar a lo largo del globo.
A lo largo de este año se vio envuelto en la polémica y se llegó a pedir, incluso, su dimisión desde la oposición. Fue a cuenta de la multa impuesta por la CNMV por utilizar información privilegiada de Abengoa para una venta de acciones. Era miembro del Consejo y al poco la empresa entró en concurso de acreedores. Borrell siempre ha defendido su inocencia y recordado que perdió una cantidad importante de dinero con un paquete de acciones de su propiedad de las que no se deshizo.
A partir de ahora se hará cargo de diplomacia de los 27. Deberá afrontar a partir de ahora asuntos como el 'brexit' o las difíciles relaciones con la Administración Trump. Una grandes retos para un político de la vieja escuela, que estaba hace un año retirado y sin ambiciones personales, según dijo no hace mucho.
En clave nacional, el independentismo tendrá a partir de ahora a uno de sus más firmes enemigos al frente de uno de los aparatos diplomáticos más potentes del mundo.
La ministra de Defensa alemana, Ursula von der Leyen, una convencida europeísta, ha pasado de ser considerada tiempo atrás como potencial sucesora de la canciller Angela Merkel a convertirse en la primera mujer que será presidenta de la Comisión Europea (CE).
De 60 años, la conservadora Von der Leyen, la primera mujer que ha sido ministra de Defensa en Alemania, forma parte desde hace tiempo de una organización suprapartidista que quiere una mayor integración de la Unión Europea (UE), con la meta de llegar a un federalismo europeo.
Von der Leyen, hija del político cristianodemócrata Ernst Albrech que fue jefe del gobierno regional de Baja Sajonia, nació en Bruselas en 1958 y vivó en Bélgica hasta 1971.
Su carrera política se inició en Baja Sajonia, donde fue ministra regional de ese 'land' antes de dar el salto a la escena nacional en la campaña electoral de 2005 como parte del equipo de Angela Merkel.
Durante el primer Gobierno de Merkel (2005-2009) Von der Leyen, que tiene siete hijos, fue ministra de Familia, departamento desde el que generó una pequeña revolución al impulsar decisivamente las posibilidades de que las mujeres compaginen la actividad profesional con la vida familiar.
Aplaudida por los socialdemócratas y los Verdes, causó con ello irritación dentro de ciertos sectores cristianodemócratas que seguían cultivando la idea de que la mujer con hijos debe quedarse en casa mientras estos crecen, en lugar de regresar lo más rápidamente posible al trabajo.
Ursula Von der Leyen -que en esos años se ganó el apodo de «madre de la nación alemana»- tiene una biografía que parece hecha a la medida para mostrar que el hogar y el trabajo no son incompatibles.
Antes de entrar en la política activa, Von der Leyen había trabajado como médica tras terminar su carrera de medicina en 1987, a la que había llegado después de haber realizado estudios de arqueología y economía.
Todo ello no le impidió formar una familia con siete hijos y las doce horas de trabajo que todos le atribuyen no le impide aparecer siempre como si acabase de salir de una sesión de hidroterapia.
De la cartera de Trabajo Von der Leyen pasó a la de Trabajo y Asuntos Sociales en 2009 y luego, en 2013, se convirtió en la primera mujer en ser ministra de Defensa en Alemania.
Antes su nombre se había barajado como candidata a la presidencia de Alemania y también se le habían atribuido ambiciones de asumir un cargo en la Comisión Europea, ante lo que se había encontrado con la oposición de Merkel que quería mantenerla en su equipo de Gobierno.
En las dos primera legislaturas de la era Merkel, Von der Leyen fue considerada como la ministra estrella del Gobierno e incluso muchos la mencionaban como posible sucesora de su mentora en la Cancillería.
Sin embargo, siempre rechazó al título de «delfín de Merkel», asegurando que cada generación tenía su canciller y que ella y Merkel pertenecían a la misma generación.
La idea de que Ursula Von der Leyen podía algún día convertirse en canciller perdió fuerza con el desgaste a que se ha visto sometida como ministra de Defensa en Alemania.
En octubre del año pasado admitió «errores» en la contratación de asesores externos por su departamento, cuestión que desató críticas de la oposición e investigaciones preliminares por parte de la Fiscalía.
Además del alemán y del francés, la futura presidenta de la Comisión Europea domina el inglés, idioma que ha usado para sus discursos en foros internacionales de seguridad.
No es cuota femenina, sino prestigio internacional acompañado, eso sí, de cierto grado de carambola política. Porque Christine Lagarde, de ideología liberal y que nació en París justo con las primeras luces de 1956, fue la primera mujer en dirigir el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2011 y, ocho años más tarde, se convertirá también en la primera presidenta del Banco Central Europeo (BCE) cuando el italiano Mario Draghi deje el cargo el próximo mes de octubre. Lo primero lo ha hecho con brazo fuerte y en lo segundo también precisará de un grado de resolución similar, como su antecesor.
La diferencia es que cuando aterrizó en el FMI -donde ha desempeñado dos mandatos consecutivos como directora gerente-, tenía entre sus tareas más importantes mejorar la imagen de la institución tras las salidas prematuras de su antecesor y compatriota Dominique Strauss-Khan, Rodrigo Rato y el alemán Horst Köhler, las tres en la década precedente. En el BCE, por el contrario, su reto a los 63 años será más de fondo y menos de forma, pues le tocará ver cuándo y cómo se puede pasar de la política de estímulos financieros que ha sostenido gran parte de la recuperación económica europea los últimos años a una estrategia financiera más clásica, volcada en unos tipos de interés que están en su mínimo histórico desde marzo de 2016.
Estilizada en su figura y hasta cierto punto atlética, su afición deportiva se tradujo durante la adolescencia en la práctica de la natación y, más en concreto, en la modalidad de sincronizada donde llegó a competir con la sección de su país. Su entrenador le decía antes que apretara los dientes y sonriera, y ese gesto casi se ha convertido en su carta de presentación en muchas comparecencias -igual que en privado lo son su abanico y un chal que suele llevar en su bolso-, ya sea para hablar de los problemas de apalancamiento en muchos países y empresas, o bien de la guerra arancelaria que tanto puede perjudicar el crecimiento económico mundial.
Cursó estudios de Derecho y de Ciencias Políticas para orgullo de sus padres, una pareja de profesores que siempre la tuvieron en gran estima: la primera de cuatro hermanos y la única mujer. En realidad, casi toda su vida ha estado abriendo puertas que parecían cerradas hasta entonces. Finalizada su etapa universitaria empezó a trabajar como abogada y en 1981 fue fichada por el prestigioso bufete internacional Baker McKenzie. Comenzó como especialista en cuestiones laborales, de competencia y en operaciones corporativas; 13 años después ya era socia ejecutiva en su oficina central de Estados Unidos y en 1999 se convertía en la primera mujer que lo dirigía.
En el verano de 2005 los cantos de sirena de la política la convencieron para dejar el sector privado. El 'culpable' fue el dirigente conservador Nicolás Sarkozy, quien utilizó para ello su nombramiento como ministra tras llegar a la presidencia de la República francesa. Primero la designó al frente de la cartera de Comercio Exterior y luego como responsable del poderoso departamento de Economía y Finanzas, que terminaría convirtiéndose en su trampolín internacional gracias a que de forma temporal -en razón de su cargo- pudo presidir una temporada el Ecofin, que reúne a todos los ministros europeos del ramo, y el propio G-20.
El escándalo de índole sexual de Strauss-Khan cuando aún dirigía el FMI obligó a Sarkozy a mandar a su ministra al otro lado del Atlántico para no perder cuota de poder francesa en la esfera internacional y, de paso, aprovechar simbolismos de género. Sin embargo, Lagarde se ha granjeado su propio prestigio en uno de los puestos de mayor poder en la economía internacional coincidiendo con una de las peores crisis de su historia -Grecia sabe bien como se las gasta-, que ha terminado superando con nota alta y solo una tentación a sus espaldas, igual que en las de millones de personas en todo el mundo: el chocolate con leche, por el que siente verdadera debilidad.
El único suspenso relevante de su carrera procede de esa etapa política y tiene el apellido de Tapie, el controvertido empresario francés que fue compensado por el Estado con 405 millones de euros en 2007 a raíz de una operación fallida que, en realidad, tenía el halo de ser un caso de posible corrupción. Lagarde dio el visto bueno como ministra de Economía, aunque el protagonista era amigo personal del presidente Sarkozy. En diciembre de 2016 fue condenada por «negligencia», si bien logró evitar la cárcel. Fue el final agridulce a un largo proceso de cinco años, donde el tribunal tuvo en cuenta para no sancionarla tanto su «reputación internacional» como su «personalidad». Ella, mientras, asistía desde Washington con aparente tranquilidad al desenlace del único 'tropiezo' de su carrera que terminaría quedándose solo en eso.
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