iñigo gurruchaga
Viernes, 6 de abril 2018, 01:13
La aspiración oficial a una frontera invisible en Irlanda tras el 'Brexit' es posible. Una niebla espesa cubre Buncrana Road y hay que tantear varias rutas al sur de Muff en busca del punto más septentrional que divide la Irlanda del norte ... de la Irlanda del sur, que aquí está más al norte que la primera. Girar a la altura de una caseta de la Cruz Roja que hace quince años era puesto de aduanas y de pronto un emblema del pasado: dos bloques de hormigón cortan el camino.
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«¿Qué buscas?». «La frontera». «Te la muestro». John camina entre los bloques. «Aquí tiene la forma de una zeta. Lo sé porque tengo el plano, la carretera es mía. Yo puse los bloques. Son los únicos que quedan tras el Acuerdo de Viernes Santo. Vino una gente del Gobierno inglés y les dije que les vendía la carretera por un cuarto de millón de euros. Pero no regresaron».
Nació en el sur, vivió en la ciudad inglesa de Luton y se instaló aquí en 1990. Montó un negocio de compraventa de vehículos comerciales. «La frontera sigue por este canal y llega a la ría del Foyle. Ven». Caminando por tierras empapadas se llega a una orilla donde se disputan los derechos de pesca desde hace siglos. En esta franja de litoral la gente coge ahora mejillones sin licencia y sin que nadie lo impida.
La frontera avanza por el oeste de Derry, esquiva la Londonderry donde el Gobierno de la City de Londres creó un bello asentamiento por encargo de la corona. El pago incluía la exclusiva de la pesca en la ría, rica en salmones. Cuando se pactó la partición, esta ciudad tenía que quedar en la parte británica. La linde avanza por las leves colinas de Donegal. Casas con prado de adinerados del norte y del sur. Granjas que antes eran de protestantes. Hotel Frontier, Ultramarinos Border.
Al sur de Derry, la frontera es el cauce del río Foyle, con parajes embellecidos por la luz matinal que ya vence a la niebla. La ribera se urbaniza en Lifford. 'La cerveza Guinness te sienta bien', dice un cartel antes de cruzar el río que separa este pueblito sin brillo presente de la más rica Strabane. En cada paso fronterizo, gasolineras: 'Combustible más barato que en el sur'.
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Un gran centro comercial con cadenas de bajo nivel es el signo del lujo en la Strabane del norte. El 'Donegal News' dice que una reunión reciente de empresarios locales confirmó la estadística: solo el 8% ha considerado el impacto del 'Brexit'. Un fabricante de atuendos deportivos ha comprado un solar en Lifford por temor a las consecuencias para su negocio.
La frontera se pierde por el paisaje de Tyrone y los lagos de Fermanagh. Colinas ahora marrones, pinares, granjas aisladas que viven de la agricultura y ganadería posibles en el clima oceánico, páramo, ciénaga, nubes bajas y negras, puentes de piedra cubierta por musgo. El lago Dergh, con su isla, Purgatorio de San Patricio, destino de una peregrinación milenaria. Una cita anual de tres días de ayuno y oración.
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Pettigo es pueblo emblemático del 'Brexit'. El puente sobre el río Termon lo divide: norte y sur. Un pequeño supermercado. «Imagino que no soy el primer periodista que recorre la frontera por el 'Brexit'». «No, no lo eres», responde Del, la dueña. «Eres más bien el último en venir aquí». Risa y amargura. Hay una buena escuela para niños con discapacidad en Enniskillen, ¿podrán sus padres enviarlos allí? ¿Y los estudiantes que quieren ir a la Universidad en el sur, donde no hay tasas?
En Garrison, un repartidor de Guinness. Pelirrojo, pendiente de pirata. «Nadie habla del 'Brexit', quizás porque temen cómo les afectará», dice. «A mí no me afecta, no puedo vender en el sur porque tendría que pagar aduanas. Si cruzase, sería contrabando», y se ríe. «Doy la vuelta en el puente de Belleek, y eso es -hace con los dedos índices de sus manos el signo de las comillas- 'la frontera'».
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La silueta de la división al norte de Redhills tiene forma de badajo, un delirio de delineante. «Es tierra de nadie», dice el borrachín del pub. «Ahí no entran ni la Policía británica ni la irlandesa. Ahí se hace el contrabando de combustible». En el interior de la campana, caminos y pistas rurales sin señalizar en los que los extraños no se enteran de dónde están los límites.
'Hard Border' El 'Brexit' exigirá la creación de una frontera física -'hard border'- entre Gran Bretaña y la UE; esa frontera no puede estar entre la UE e Irlanda, un país miembro de pleno derecho; ni entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que es parte de Reino Unido. La única opción posible, una aduana entre las dos Irlandas, además de plantear enormes dificultades materiales abrirá una brecha entre dos comunidades contrarias al 'Brexit'.
Pueblos divididos Hasta 1993, cuando entró en vigor el Mercado Único Europeo, muchos pueblos irlandeses estaban divididos en dos por una frontera en la que distintas barreras impedían la libre circulación de personas y mercancías. La situación podría repetirse en unos años.#El ejemplo gibraltareño
El ejemplo gibraltareño. Con vistas a una futura aduana, las autoridades irlandesas estudian el sistema desarrollado por Gibraltar para controlar de un modo fluido el paso de 13.000 personas cada mañana desde La Línea, a través de cámaras. Sin embargo, la frontera física del Peñón es de apenas kilómetro y medio y solo existen dos puntos de paso, uno para peatones y otro para vehículos
En Rosslea, Margaret y Barbara. La vida ha mejorado tanto en estos años... Margaret fue con su marido al baile en un salón de protestantes. Barbara confiesa que ya lo hacía en los tiempos difíciles. Pero Rosslea es ahora una «ciudad fantasma». El Ejecutivo autonómico cerró la escuela y la clínica. El único autobús para ir a la clínica más próxima sale a las 7.30 y vuelve doce horas después. Dicen también que todo podría degenerar muy rápidamente hacia el pasado.
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En un edificio escolar de Castleblayney, la gente de borderroadmemories.com, con fondos de la UE, ha documentado la cultura de la frontera irlandesa, las experiencias de la gente ordinaria. Son un caudal de información. Lo preciso: hay 202 cruces, 96 de ellos en este condado de Monaghan. Y lo lírico: vecinos de uno y otro lado montaban tablados y contrataban a bandas musicales para bailar sus penas.
Comarca del gran contrabando. Granjas con establos que parecen hangares de aeropuerto. Lo más provechoso ahora es quitar el tinte que distingue el diésel subvencionado para uso agrícola y venderlo como convencional. Por la noche arrojan grandes bidones con los residuos en el borde de las carreteras. El ayuntamiento gasta millones para reciclarlos en Alemania. A veces se quiebra un bidón al caer y los vertidos envenenan la tierra.
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Crossmaglen era el destino obligado de los buscadores de emociones fuertes en el tiempo de la guerra. Llueve ahora con fuerza sobre este pueblo, el más célebre del 'condado bandido', Armagh Sur. Ya se derribó la enorme base de seguridad, a la que policías y tropas accedían solo en helicópteros. Para más inri, la base pisaba el terreno del estadio de fútbol gaélico.
A dos o tres millas, granjas y hangares divididos entre norte y sur, Ballybinaby, la observación furtiva de la de Thomas Murphy, que tuviera el rimbombante título de jefe de Estado Mayor del IRA. Esta frontera que fue brutal y es hoy disputada en la diplomacia del 'Brexit' desemboca entre Newry y Dundalk. Aduanas. Casetas de cambio. Gasolineras. Una colina que desciende frente al puerto. La línea termina en algún punto de una orilla de piedras y algas, ante un mar gris.
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Un conflicto histórico
En 1920, a Londres le pareció ya irreparable la división sobre el autogobierno de Irlanda, dentro de las estructuras del Imperio. Irlandeses que se identificaban con lo británico y con el protestantismo, en gran parte descendientes de sucesivas invasiones, inmigraciones y plantaciones coloniales procedentes de la isla vecina, eran mayoría en el nordeste de la isla y no querían ser gobernados desde Dublín.
Una ley dictó la creación de dos parlamentos y sus ámbitos: «Irlanda del Norte consistirá en los condados parlamentarios de Antrim, Armagh, Down, Fermanagh, Londonderry y Tyrone, más los burgos de Belfast y Londonderry, e Irlanda del Sur comprenderá tanta Irlanda como la que no está comprendida en los mencionados condados y burgos».
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La región nordeste se ha denominado oficiosamente Ulster, aunque la antigua provincia con ese nombre incluía otros dos condados, Cavan y Monaghan. Fueron descartados de la recién nacida Irlanda del Norte por conveniencia electoral. Había allí holgadas mayorías católicas. Una Comisión de Lindes con tres miembros diseñó entre 1924 y 1925 un nuevo contorno en los mapas de los condados. Se filtró, escandalizó y fue enterrado.
500 kilómetros de frontera entre las dos Irlandas plantean un enorme reto para garantizar su impermeabilidad. Hay unos 200 pasos, casi ninguno vigilado, a veces una línea pintada en la calzada o un riachuelo. A menudo solo una advertencia del cambio de unidades de medida de velocidad informa de que se ha trasladado de país.
Al final, el Gobierno de Dublín, sobreviviente de una guerra civil disputada sobre la partición de la isla, aceptó que los condados quedaran como estaban y Londres perdonó a Dublín la parte que le exigía de la deuda del Imperio, por abandonarlo. Los incidentes armados en diversos puntos de la frontera ocurrían con frecuencia. Protestantes del sur se refugiaron en el norte, aunque en menor porcentaje entre aquellos que vivían cerca de la nueva frontera.
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Esta tiene cerca de 500 kilómetros y más de doscientos cruces, de los que menos de veinte eran 'carreteras de concesión', con aduanas establecidas. Los demás caminos que atraviesan la frontera se convirtieron en 'rutas no aprobadas' en los años setenta, cuando las fuerzas británicas de seguridad se enfrentaron a un IRA cuyas unidades partían del sur para cometer crímenes en el norte. La mayoría de la población a ambos lados de la linde y en toda su longitud es políticamente republicana.
Las fuerzas de seguridad volaron con explosivos caminos y puentes, colocaron barreras con pinchos. Desde helicópteros, porque patrullar en tierra era demasiado peligroso, se dejaron bloques de hormigón para impedir el paso. Se construyeron enormes torres de vigía en el este de la frontera -donde no hay doscientos metros sin ondulaciones que ciegan el horizonte-, en una operación de la que se ha dicho que fue la de más complejidad logística del Ejército británico tras el desembarco de Normandía.
La pertenencia común a la Unión Europea y el proceso de paz iniciado en el final del siglo XX han permitido que la frontera desaparezca, que los caminos se reconstruyan, han favorecido incluso una posible reducción del contrabando. Pero el 'Brexit' resucita al difunto 'Irish border' con dilemas que son imposibles de resolver limpiamente sin alterar los nuevos equilibrios.
Si Theresa May cumple su promesa de marcharse del mercado común y de la unión aduanera, tendrá que haber controles en la frontera de 1920 -con indignación de los que desean la reunificación de Irlanda-, o tendrá que desplazarse la frontera comercial al perímetro de la isla, algo inaceptable para los unionistas. El Gobierno de Londres insiste en que hay soluciones tecnológicas para evitar la visibilidad de la aduana. Parece un plan para colocar cámaras en las viejas 'carreteras de concesión' y evaluar en unos años cuál es el nivel del contrabando.
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