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Angela Merkel sale de escena, pero no se marcha del todo. Las elecciones de ayer no han aupado a ningún candidato a la victoria y han arrojado un resultado sin claridad. El empate virtual entre su discípulo, Armin Laschet, de la CDU, y su vicecanciller, ... el socialdemócrata Olaf Scholz, se puede interpretar como un homenaje a la líder que ha llevado el timón de Alemania y de la Unión Europea en los últimos dieciséis años.
Los dos rivales han competido en la campaña electoral por ver quién se parecía más a la canciller y encarnaba mejor el mensaje de continuidad y estabilidad. Scholz ha llegado incluso a imitar en sus intervenciones públicas el gesto favorito de Merkel, juntando las manos para dibujar la forma de un diamante. Laschet se ha escondido detrás de ella en los mítines, pensando que así enmendaba sus errores de comunicación. Alemania entra de este modo en una etapa de negociaciones a varias bandas durante varios meses, en la que ambos candidatos podrían intentar al mismo tiempo formar una coalición de gobierno. La figura de la canciller se agranda aún más, porque puede ser ella, discretamente y desde su puesto en funciones, la que mejor puede encauzar el necesario pacto.
El presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, también está llamado a ejercer una función arbitral, como hizo eficazmente hace cuatro años. Es el momento de dejar atrás una campaña muy centrada en las personalidades de los cabezas de lista y volver al debate sobre programas y políticas públicas, mucho más aburrido pero esencial para evitar el bloqueo de la política alemana. La Unión Europea atraviesa un momento delicado en el que debe decidir cómo responde a la pregunta urgente sobre su estrategia y presencia en el tablero asiático.
En el plano doméstico, la recuperación económica es la ocasión de completar la Unión Económica y Monetaria con nuevos pasos hacia la Unión Fiscal. Berlín pesa demasiado en el conjunto de Europa como para tratar de avanzar un centímetro en la integración sin el impulso alemán. Angela Merkel ha dicho que se va de la política, pero al menos durante unas horas cabe imaginar qué ocurriría si aceptase encabezar, esta vez como independiente, un quinto Gobierno, en el que sumara a demócratacristianos, socialdemócratas y liberales.
Pero no necesita este relato de política ficción para coronarse como una gran canciller. Su larga trayectoria y su estilo de poder racional, científico, cauteloso, anclado en valores humanos, proyectan ya una sombra benéfica sobre el conjunto de Occidente.
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