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Llegó a Bruselas con el puño en alto proclamando el fin de la Troika y bastaron apenas unos meses para que conociese el significado de Bruselas. Porque la realidad, cuando se gobierna, es mucho más dura que una campaña electoral. El populismo de izquierdas quedó ... enterrado cuando el griego Alexis Tsipras se puso corbata. Ahora, las preocupaciones de la UE llegan de la derecha, de la extrema derecha, que, lejos de remitir, se está haciendo fuerte en los principales Estados miembros del club, como Alemania, Francia, Italia o los envidiados países nórdicos con durísimos discursos antiinmigración que buscan un enfrentamiento directo con la UE y los valores que incardina. Quieren cargarse al club desde dentro. Son el caballo de Troya más peligroso. España, por contra, sigue siendo la 'rara avis' de Europa en lo referido a este fenómeno, algo que llama mucho la atención en Bruselas y que «suele ponerse como ejemplo de cómo se debe actuar para combatir esta lacra», enfatizan fuentes comunitarias.
Sin embargo, la irrupción de Vox, que reunió a 9.000 personas la semana pasada en Vista Alegre esgrimiendo el 'trumpiano' «los españoles, primero», ha generado ciertas inquietudes respecto al despertar la ultraderecha en España. De momento, no deja de ser algo anecdótico, como explica Álvaro Imbernón, analista de la consultora quantio y profesor de temas europeos en la Universidad Nebrija. «En las encuestas, Vox no pasa del margen de error. Es algo residual, aunque es verdad que podrían llegar a tener un eurodiputado en las elecciones de mayo al haber circunscripción única», explica.
El ejemplo de Austria La ultraderecha forma parte del Gobierno y este semestre el país ostenta la presidencia de la UE.
El volcán italiano El xenófobo Matteo Salvini ha planteado un órdago a Bruselas de enorme voltaje y graves consecuencias.
Una opinión también compartida por Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de Ciencia Política en la Autónoma de Madrid. Tras recordar lo difícil que lo tendrá Vox para acceder al Congreso por lo mucho que el actual sistema electoral penaliza a las formaciones pequeñas, cree que Podemos seguirá congregando al grupo formado por los perdedores económicos de la globalización y el eje PP-Ciudadanos, por su parte, hará lo propio con la parte identitaria. Además, apunta, «no hay una figura con cierto atractivo o carisma en la extrema derecha española, como puede ser Marine Le Pen en Francia, Matteo Salvini en Italia o Geert Wilders en Países Bajos». «España es la gran excepción de Europa y lo seguirá siendo», barrunta.
La inmigración, el odio al extranjero, es el efectivo trampolín que está relanzando a la extrema derecha a lo largo y ancho de la UE sin que el sanedrín del club sepa muy bien cómo atajarlo. «No existe una fórmula de la Coca-Cola para combatirla, como estamos viendo ahora en Suecia, donde crear un cordón sanitario en torno a ella no está funcionando», advierte Imbernón.
¿Y qué ocurre en Suecia? Pues que el líder de los Demócratas Suecos, Jimmi Akesson, logró casi el 18% de los votos en las recientes elecciones y provocó la caída del primer ministro socialdemócrata, Stefan Löfven, generando un vacío de poder inédito en el país. Nadie quiere pactar con ellos, pero su peso es decisivo para futuros pactos.
El populismo es primitivo, embaucador, tremendamente simple. A problemas complejos, soluciones fáciles, mágicas. Que se lo digan a los británicos, que votaron a unos líderes que les prometieron el cielo y cuando ganó el 'Brexit', desaparecieron del mapa matizando que aquello que habían dicho en campaña no era del todo cierto. Cómo olvidar al primer ministro conservador David Cameron o al eurófobo Nigel Farage. El exlíder del Ukip llegó a rozar el 13% de los votos en 2015, pero dos años después, consumado el desaguisado del 'Brexit', apenas tuvieron el 1,8% de los sufragios. «Hemos sido víctimas de nuestro propio éxito», confesaron desde la formación.
Se trata de decir lo que uno quiere escuchar. Porque si usted lleva un mundo sufriendo el paro y un partido le promete que 'los de casa' serán los primeros porque «los de fuera (léase musulmanes) nos están quitando el trabajo» y colapsando servicios públicos como la sanidad, es probable que les vote o, al menos, que llegue a pensárselo. La extrema derecha ha sabido conjugar lo identitario con las dramáticas consecuencias de la Gran Recesión. Antes de la crisis eran anecdóticos. Ahora, pese a no ser mayoría, son lo suficientemente fuertes como para que hacer tambalear el tradicional 'establishment' imperante.
«El populismo sigue creciendo porque los partidos tradicionales coquetean con sus ideas», advierte el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Que se lo digan a los tradicionales aliados de Angela Merkel, los bávaros alemanes, que hoy ganarán, sí, pero registrarán el peor resultado de su historia. Por contra, la extrema derecha de la AfD logrará lo contrario. Jugar a la contra desde la oposición, apostar por destruir en lugar de construir, es mucho más sencillo. ¿Y qué hace la derecha tradicional bávara? Emular a la AfD, sobre todo en materia migratoria. ¿Le compensa? No. Entre la copia y el original, la gente no tiene dudas.
Este nuevo fenómeno bautizado por algunos como 'nacionalpopulismo' tiene dos formas de expresión en los diferentes Estados miembros. Por lo general, actúan desde la oposición, como es el caso de Le Pen en Francia o Wilders en Holanda, dos países fundadores de la UE en los que la ultraderecha estuvo muy cerca de alcanzar el poder en 2017, lo que 'de facto' hubiera supuesto el principio del fin de la Unión que conocemos.
Es el deseo, por ejemplo, de Matteo Salvini, el ultraderechista líder de la Liga Norte, quien desde su puesto de viceprimer ministro y ministro de Interior del Gobierno italiano ha planteado un órdago a Bruselas de dimensiones explosivas. Es el particular 'eje del mal' europeo que además ha encontrado un poderoso aliado: Steve Bannon, el polémico exasesor de Trump , que busca hacer negocio destruyendo la UE. Bueno, intentándolo.
Más ejemplos. Austria, país que ahora ostenta la presidencia de turno de la UE, está gobernada por una coalición liderada por el conservador Sebastian Kurz, de 31 años. Es europeísta, pero tiene un discurso durísimo en materia migratoria y de seguridad. Entre otras cosas, porque es primer ministro gracias al apoyo de la extrema derecha del Partido de la Libertad, que logró el 26% de los votos. Y aquí, nadie de Bruselas se ha echado las manos a la cabeza.
¿Por qué? Porque dentro de lo malo, respetan ciertos límites, algo que no están haciendo ni Polonia ni Hungría. Se enfrentan a históricos procesos de sanción por su deriva autoritaria que lo único que están consiguiendo es que líderes como el húngaro Viktor Orban redoblen su apoyo en su país. Lo paradójico es que Orban pertenece a la familia del PP europeo y que en Hungría, el partido de extrema derecha no es el suyo, el Fidesz, sino el Jobbik, respaldado por el 19% de la población. O derecha extrema o extrema derecha, aunque quizás el orden de los factores no altere el producto.
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