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Ante la decisión de Donald Trump de ordenar el traslado de la embajada de su país a Jerusalén, numerosos líderes políticos del mundo árabe y musulmán han reaccionado con sonoras expresiones de condena, componiendo una sinfonía ruidosa, conocida por los palestinos.
Muchos interpretan la medida ... americana como una estrategia de marketing doméstico de Donald Trump, cuestionado por la investigación que el fiscal especial Robert Mueller realiza sobre la posible connivencia de su equipo de campaña electoral con injerencias rusas en las elecciones presidenciales que le llevaron a la Casa Blanca. Y qué mejor para elevar los menguantes índices de popularidad de Trump que hacer un anuncio altisonante, que bien lo sabía él pues había sido advertido, iba a producir vibraciones enormes, pues Jerusalén tiene ecos bíblicos y desde hace siglos está ligada a las tres grandes religiones monoteístas.
En el cálculo de Trump estaba el de dar satisfacción a sus seguidores protestantes evangélicos blancos, tan afanosos con la idea de la tierra prometida para los judíos que hasta el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, les agradeció su entusiasmo el verano pasado al decir que eran los mejores amigos de Israel en el mundo; provocando el malestar en muchos judíos estadounidenses que están por la separación de religión y política, y sin embargo, apoyan de muchas formas a Israel.
La cuestión palestina, que había quedado en un alejado segundo plano desde las revueltas de comienzos de 2011, ha vuelto a primera fila. Habrá que ver si los gobernantes que han abogado, una vez más, por la ‘solución de los dos estados’ van a hacer algo para presionar a Israel que es, no cabe duda, la parte más fuerte de la ecuación, a dar pasos que puedan hacer posible el diseño de un marco negociador efectivo. Los Acuerdos de Oslo, que produjeron una hoja de ruta que debía arribar a un estatus definitivo sobre Jerusalén y soluciones negociadas a cuestiones complicadas como la de los refugiados palestinos o la demarcación de fronteras seguras para dos estados, entraron hace años en un callejón sin salida.
Estos días se han oído voces palestinas que sugerían desmarcarse, salirse del marco de esos Acuerdos de Oslo, y abandonar la cooperación de seguridad con Israel. Ninguna opción es fácil para los palestinos frente a un Gobierno israelí como el actual, dirigido por un líder, Benjamin Netanyahu, que para ser primer ministro ha conformado un Ejecutivo de coalición con partidos religiosos y formaciones que defienden, sin tapujos, la colonización, con asentamientos judíos, de Cisjordania (Judea y Samaria dicen ellos), el territorio que ocupó Israel en la Guerra de 1967, la de los Seis Días, donde están las más importantes ciudades palestinas.
La principal organización internacional reunida para responder al posicionamiento unilateral del presidente Trump es la Organización de Cooperación Islámica, un organismo que acoge 57 países de mayoría musulmana. En un encuentro extraordinario celebrado en Estambul, se consensuó un documento en el que se hacía un emplazamiento internacional para que los gobiernos reconozcan Jerusalén Oriental como capital del Estado palestino. Era una petición altisonante, con grandes dosis de absurdo, pues ni existe el Estado palestino -pese al reconocimiento realizado por 137 países durante los últimos dos años- y lo más relevante y problemático: Jerusalén Oriental está ocupada por Israel; como está ocupada y colonizada por asentamientos toda Cisjordania, con colonias en las que viven decenas de miles de judíos, muchos de ellos rusos, americanos o argentinos, en los que el Estado de Israel gasta una millonada para darles protección armada e infraestructuras urbanas y viarias.
No deja de ser dramático e injusto que ciudadanos israelíes judíos se muevan sin obstáculos por un territorio que no es legalmente suyo y entren y salgan con normalidad en Israel -el territorio comprendido dentro de la línea verde, la del alto el fuego de la guerra entre varios estados árabes y el ejército de Israel en 1948-, mientras los indígenas, los palestinos, no pueden moverse por su territorio sin pasar por los controles militares israelíes, y, a veces, ni siquiera tengan permiso para entrar en Jerusalén.
Los palestinos se encuentran en una encrucijada. Saben que la violencia no es el camino (aunque tal vez algunos la retomen ), que los estados árabes tienen prioridades domésticas por las que se van a guiar, que los problemas de la región se han multiplicado desde comienzos de siglo, y que el ‘trato del siglo’, que según medios árabes habrían cocinado Trump y Arabia Saudí, entre otros, para ofrecérselo al ‘rais’ palestino Mahmud Abás venía precedido de un entrante muy difícil de digerir.
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