Salvados de los nazis por las monjas
Valentía ·
4.300 personas,en su mayoría judías, se refugiaron en instituciones de la Iglesia durante la ocupación alemana de Roma hace 80 añosValentía ·
4.300 personas,en su mayoría judías, se refugiaron en instituciones de la Iglesia durante la ocupación alemana de Roma hace 80 añosLia Levi tiene tres nombres. El primero es el que lleva desde que nació y con el que se sigue conociendo hoy a esta escritora italiana que, el mes que viene, cumplirá 92 años. Los otros dos, Lia Lenti y Maria Cristina Cataldi, son los ... que adoptó para sobrevivir durante la ocupación nazi de Roma, entre septiembre de 1943 y junio de 1944. En aquellos difíciles nueve meses los miembros de la comunidad judía de la capital italiana, formada entonces por unos 12.000 integrantes y a la que pertenece Levi, vivieron su día más aciago el 16 de octubre, cuando 300 soldados alemanes irrumpieron en las casas de las familias hebreas deteniendo a más de 1.000 personas. Utilizaron para ello la lista de domicilios realizada por las autoridades fascistas italianas, que años antes ya habían puesto en la diana a los judíos con la aprobación de las llamadas 'leyes raciales'.
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«Cuando los nazis llegaron a Monteverde, el barrio de Roma donde vivía con mi familia, ya no estábamos en casa», cuenta Levi. En una muestra de previsión ante el peligro, sus padres habían decidido internar a Lia y a sus otras dos hermanas, que tenían entonces 11, 9 y 5 años, en una escuela de monjas de las afueras de la capital italiana, donde fueron registradas con un apellido falso, Lenti, para evitar ser reconocidas como judías. «Lo eligieron cambiando mis documentos y porque Lenti sonaba muy parecido a nuestro apellido de verdad. Así era más fácil que nos diéramos por aludidas si alguien nos llamaba», recuerda Levi, cuyos padres confiaron sus tres hijas a las Hermanas de San José de Chambery. Convencieron a las religiosas para que las acogieran después del peculiar acuerdo al que llegó la comunidad judía de Roma con los nazis a finales de septiembre de aquel año: les entregaron 50 kilogramos de oro a cambio de que les dejaran supuestamente en paz. «Al principio la gente pensaba que los alemanes no nos iban a hacer nada porque estábamos en la ciudad del Papa. Luego se creyó que con el oro estarían tranquilos. Pero mis padres interpretaron aquel pacto en el sentido contrario a la mayoría: consideraron que nos habían puesto en la diana y las cosas irían a peor. Por eso pensaron en protegernos a mis hermanas y a mí metiéndonos en un colegio de monjas».
Aquella visionaria decisión, unida a la valentía y generosidad de las religiosas, les salvó la vida. No fueron las únicas. Aquel terrible 16 de octubre de 1943, del que este lunes se conmemora el 80 aniversario, fueron miles los judíos que llamaron a las puertas de conventos, monasterios, parroquias e instituciones católicas pidiendo que les escondieran. Aunque desde los años 60 del siglo pasado se sabía que hubo 155 congregaciones religiosas (100 femeninas y 55 masculinas) y una decena de parroquias de Roma que acogieron a más de 4.300 personas, en su gran mayoría judíos, para escapar de la persecución de los nazis, recientemente se ha descubierto una lista con sus identidades. Estos documentos, encontrados en el archivo del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, dependiente de la Pontificia Universidad Gregoriana, fueron presentados en un convenio celebrado a principios de septiembre en Roma.
Realizada por el jesuita italiano Gozzolino Birolo entre junio de 1944, cuando tuvo lugar la liberación de Roma por parte de los aliados, y la primavera de 1945, esta inédita lista identifica con sus nombres y apellidos a 3.600 de las 4.300 personas escondidas en instituciones eclesiásticas. Cruzando esos datos con los del archivo de la Comunidad Judía de Roma, se confirma que al menos 3.200 eran de religión hebraica. La cifra de fieles de esa religión, no obstante, probablemente fue mayor, pues no estaban registrados muchos judíos provenientes de diversas partes de Italia u otras naciones que buscaron cobijo en Roma durante la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que el conflicto no afectara a 'la ciudad del Papa'.
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«En su mayoría fueron judíos los que se refugiaron en casas de institutos religiosos femeninos y masculinos y en parroquias, pero también hubo jóvenes que no querían ir al ejército o militantes antifascistas comunistas o socialistas, así como familiares de perseguidos políticos», señala la salesiana Grazia Loparco, docente de Historia de la Iglesia en la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación Auxilium y una de las investigadoras que participaron en el estudio del documento. «Alrededor del 80% de los 12.000 judíos romanos escaparon de la persecución, por lo que está claro que alguien les ayudó a esconderse, porque en otros países la proporción fue inversa. Además de los institutos religiosos, también hubo muchos conocidos y amigos que acogieron a los judíos, lo que supuso un grave riesgo para esas familias», cuenta esta historiadora, para quien no hay dudas de que la Santa Sede «sabía muy bien» que se estaba escondiendo a estas personas en casas de comunidades de consagrados y en parroquias, viéndose implicados «casi la mitad de los institutos religiosos» de Roma, además de en otras ciudades italianas.
Lia Levi, autora de varios libros de éxito en Italia, entre ellos el premiado 'Una bambina e basta', en el que cuenta su experiencia durante la ocupación nazi de Roma, recuerda un hecho durante su estancia en el colegio de monjas que confirma una coordinación en el salvamento de los judíos por parte de la Santa Sede. Después de que, en febrero de 1944, un grupo de policías fascistas irrumpiera en la basílica de San Pablo Extramuros, violando así el territorio vaticano, Lia y las otras 30 niñas hebreas acogidas en el colegio de religiosas tuvieron que adoptar otra identidad. «Desde el Vaticano les dijeron a las monjas que había que buscar documentos muy sólidos, porque temían que irrumpieran los alemanes. Como entonces Italia había quedado dividida en dos por la guerra, nos dieron los documentos de las niñas que no habían podido venir a Roma durante el curso escolar por estar en el sur, que ya había sido liberado. A mí me tocó un nombre que acabó siendo mítico en mi vida: Maria Cristina Cataldi. Me hacía sentir tremendamente católica: primero María, como la Virgen, y luego Cristina, por Cristo», dice Levi con una sonrisa mientras rememora el que acabó convirtiéndose en el tercer nombre de su vida.
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Aquella fascinación por la religión católica la acompañó en la primera parte de su estancia en el colegio de monjas, que habían llegado a un acuerdo con sus padres para no intentar convertir a las niñas. «A mí me impresionaba la idea del perdón del cristianismo, que en el judaísmo no está. Supongo que inconscientemente estaba cansada de ser diferente por ser judía y también quería ver a las monjas contentas, así que le dije a una de ellas que estaba en crisis y quería hacerme católica. En lugar de hacerme hablar con un cura, me llevaron a mí y a mi hermana a la iglesia, que estaba vacía. Al poco tiempo mi hermana se puso a llorar y pensé: '¿pero qué hago yo aquí?' Así se me pasaron las ganas de convertirme».
Pese a aquellos intentos para que pasara a la fe católica, Levi guarda un grandísimo recuerdo de las religiosas que la acogieron. «Fueron muy valientes», dice, agradecida de que las religiosas escondieran tanto a ella, como a sus hermanas y a su madre, a la que ubicaron en un edificio cercano. Su padre también logró escapar de la persecución nazi viviendo en diversas pensiones con nombre falso. La escritora ofreció su testimonio para que la directora del colegio, Sor Ferdinanda Corsetti, fuera declarada en 1997 Justa entre las Naciones, el máximo reconocimiento que otorga Israel a aquellos que ayudaron a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Alrededor de medio centenar de monjas, religiosos y sacerdotes italianos cuentan con ese título.
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Menos positivo es el juicio de Levi respecto a Pío XII, que guardó silencio frente a los atropellos del nazismo aunque estaba al corriente de la existencia de campos de exterminio para los judíos, según una carta encontrada recientemente en los Archivos Vaticanos. Aunque algunos historiadores defienden su figura por la imparcialidad que mantuvo la Santa Sede en el conflicto y la necesidad de actuar con prudencia para evitar males mayores, la escritora y superviviente es «severa» a la hora de juzgar a aquel Papa. «Pío XII pudo haber hecho más», sentencia. Pone como ejemplo concreto lo sucedido después de la detención el 16 de octubre por parte de los nazis de más de un millar de judíos. «Se pasaron un día y medio esperando en el edificio del Colegio Militar de Roma antes de que se los llevaran. Era el momento en que el Papa podía intervenir para que los liberaran. Sé que la Iglesia querría beatificarlo, pero en la comunidad hebrea estamos en contra». De los 1.023 judíos romanos deportados por los alemanes, sólo 16 sobrevivieron a los campos de exterminio.
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