El presidente de Rusia, Vladimir Putin. EFE

Putin prohíbe equiparar a Hitler con Stalin

Las autoridades rusas emplean a veces el término «nazi» para referirse a los actuales dirigentes de Ucrania

Rafael m. Mañueco

Moscú

Sábado, 3 de julio 2021, 19:16

Para Moscú, la caída del presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich, en febrero de 2014, fue el resultado de un «golpe de Estado» orquestado por «Pravi Séktor», la ultraderecha ucraniana, a quienes, junto con los simpatizantes del líder histórico del nacionalismo ucraniano, Stepán Bandera, calificó de «nazis» por los vínculos de éste último con el régimen hitleriano. De manera que la anexión de Crimea, en marzo de 2014, y la guerra que estalló un mes después en el este de Ucrania, en el Kremlin se contemplan como «consecuencias lógicas» de aquella presunta asonada de inspiración supuestamente fascista.

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A partir de aquel momento, y hasta hoy día, las autoridades rusas emplean a veces el término «nazi» para referirse a los actuales dirigentes de Ucrania, a los que acusan de no cumplir el acuerdo de paz de Minsk, firmado en febrero de 2015 con el objetivo de poner fin a la guerra en las provincias secesionistas ucranianas de Donetsk y Lugansk, por negarse a negociar con los cabecillas rebeldes.

Hay analistas que consideran que el legítimo culto a la «Victoria» sobre la Alemania nazi en la II Guerra Mundial lo ha intensificado y magnificado el presidente Vladímir Putin en los últimos años con la intención de, no solamente alertar sobre los peligros del fascismo, sino también para recordar que la Unión Soviética, el país aliado que tuvo más muertos en la contienda (27 millones), estuvo en el lado correcto de la historia y, de paso, demonizar a la cúpula ucraniana actual.

Sin embargo, este planteamiento levanta ampollas en países como Polonia, Lituania, Estonia y Letonia, además de un miedo enorme a que algo parecido a la partición habida en Ucrania hace siete años pudiera volverles a pasar a ellos. Los cuatro estados ya sufrieron en el pasado en su propia piel el trato que dispensaba el dictador comunista, Iósif Stalin, a los países que consideraba su «área de influencia».

De ahí que en el seno de la Unión Europea surgieran fuerzas decididas a dejar claro que, si fue efectivamente cierto que la contribución de la URSS en la derrota de Hitler fue fundamental, también lo es que el Ejército Rojo cometió atrocidades y que, tras ocupar media Europa, instaló dictaduras de corte estalinista. Incluso antes de la guerra, Stalin se empleó a fondo con Polonia, Finlandia y las tres repúblicas bálticas gracias al acuerdo sellado con Berlín, el polémico Pacto Ribbentrop-Mólotov.

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Lo firmaron el 23 de agosto de 1939 el ministro de Exteriores de la URSS, Viacheslav Mólotov y su homólogo de la Alemania hitleriana, Joachim von Ribbentrop, en presencia de Stalin. Era un pacto de no agresión mutua, pero la sustancia real eran los protocolos secretos que contenía. Estipulaban un reparto de sus respectivas «zonas de influencia». Polonia quedaba así partida por la mitad, el oeste para Alemania y el este para la Unión Soviética. El dictador comunista obtenía también vía libre para incorporar a su esfera de intereses a Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Besarabia (actual Moldavia). Y actuó.

Pacto Moscú-Berlín

La complicidad de los regímenes de Hitler y Stalin en aquel momento y el desarrollo posterior de los acontecimientos es lo que ha servido para que Tallin, Riga, Vilna y, sobre todo Varsovia, impulsen un relato tendente a equiparar el nazismo y el estalinismo, a subrayar que ambas dictaduras eran, más o menos, igual de nefastas. Esta idea, reflejada ya en «Vida y Destino», la obra maestra del escritor soviético Vasili Grossman, ha sido expresada por la oposición rusa y por algunos medios de comunicación críticos con el Kremlin.

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El espaldarazo a tal formulación lo dio el Parlamento Europeo en una resolución aprobada el 19 de septiembre de 2019 equiparando el comunismo con el nazismo. «El Parlamento Europeo pone a la Alemania hitleriana y a la Unión Soviética al mismo nivel. Esto es, por supuesto, completamente demencial« fue la reacción que tuvo Putin. El pasado mes de enero, la página web del Kremlin informaba de que el máximo dirigente ruso había encargado al Parlamento la aprobación de una ley que impida »igualar« las fechorías de la Alemania nazi con el papel »liberador« de la Unión Soviética.

El proyecto de ley fue presentado en la Duma (Cámara Baja) el pasado 5 de mayo, en la víspera de la arenga previa al desfile en la Plaza Roja pronunciada por Putin con motivo del 76 aniversario de la Victoria. Denunció una vez más los intentos de Occidente de «reescribir la historia» poniendo en el mismo plano moral a vencedores y vencidos.

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Tras ser aprobada en la Duma y en el Consejo de la Federación (Cámara Alta) la nueva ley fue firmada y promulgada por Putin este jueves pasado. La norma prohíbe «equiparar los fines, decisiones y acciones de la dirección soviética con los de la Alemania nazi». Tampoco se podrá «negar el papel decisivo del pueblo soviético en la derrota del fascismo». Otra disposición deberá establecer las sanciones que se impondrán a quienes incumplan la ley. Los historiadores temen ver restringido su trabajo e incluso la novela «Vida y Destino» de Grossman podría engrosar la lista de libros vetados.

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