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Mohamed Kabalan recibió en 2022 la notificación de la muerte de su hijo. Le enviaron su tarjeta de identidad a casa y el informe de defunción. Dos años después, abraza a Qassem a las puertas del hospital Ibn Al Naffis de Damasco. El régimen jugaba ... con muchas familias y les hacía creer que los suyos habían fallecido para que se olvidaran de verlos salir con vida. Qassem, de 30 años, es uno de los miles de presos liberados de la cárcel de Sednaya, conocida como «el matadero humano», y espera el resultado de unos análisis para volver a su casa cerca del monte Hermón, ahora ocupado por Israel.
El joven tiene tuberculosis. Cubre su cara con una mascarilla porque tiene la boca destrozada y cada poco tiempo guarda silencio porque le agota hablar. Decenas de familiares con seres queridos en paradero desconocido le rodean y le muestran fotos en sus móviles o retratos en papel. Buscan información de los suyos y gente recién liberada como Qassem es la única manera de lograrlo.
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La historia de Qassem es la de miles de sirios víctimas del sistema de represión masivo y arbitrario impuesto por el régimen tras el estallido de las revueltas contra Bashar Al Assad en 2011. Fue apresado en 2016 en un puesto de control cuando regresaba de la Facultad de Derecho, donde había comenzado la carrera. Su familia no supo nada de él hasta dos años después, cuando un preso liberado de Sednaya contactó con la familia para decirles que estaba allí. Mohamed fue inmediatamente a visitarle, pero sólo lo hizo una vez porque le advirtieron que muchos presos eran ejecutados por el simple hecho de recibir una visita.
Padre e hijo vuelven a estar unidos nueve años después. Qassem se emociona al recordar cómo fue el momento de la liberación. «Escuchamos el sonido de un helicóptero que despegó y se alejó. Después comenzaron los gritos de Alahu Akbar (Dios es grande) y los golpes contra las puertas, muy fuertes. En el pasillo escuchamos a alguien cargar el arma, se oían disparos lejanos. Una voz gritó desde el exterior, ¿hay alguien allí? Nos preguntaron cómo abrir las puertas y no sabíamos, trajeron una herramienta para romper los candados y no pudieron. Nos pidieron que nos alejáramos de la puerta y rompieron el candado a tiros. Luego salimos y…», el joven tiene que parar para tomar aire.
El rostro demacrado denota el hambre sufrida todos estos años y los meses de aislamiento en celdas de castigo en el subterráneo. «Lo primero, nos hacían pasar hambre, nos privaban de todo y lo poco que nos daban nos lo tiraban desde la puerta. Si alguien hablaba alto nos dejaban sin comida, el carcelero tenía además un palo y cada día nos golpeaba entre 15 y 20 veces en la espalda, era su forma de relajarse y si no se quedaba satisfecho…», vuelve a agotarse y pide una pausa respirar. Su padre le abraza con fuerza. Ha recuperado a su hijo «muerto».
Dentro del hospital se repite la misma escena de familias buscando información, pero los antiguos presos ingresados están en muy mal estado físico y psíquico. En una misma habitación se recuperan dos hombres y una mujer salidos de diferentes prisiones y no se puede respirar debido al hedor que desprenden y a la cantidad de gente que va de una cama a la otra con fotos de sus familiares. Bashar Khatab, de 56 años, ha permanecido un año en la prisión de Adra y no tiene fuerzas para hablar. Los otros dos pacientes han perdido la cabeza, la mujer no sabe cómo se llama, ni dónde está y a su lado hay un joven con la mirada perdida, que no articula palabra. Sus ojos te gritan que ha visto cosas que nunca podrás imaginar.
Médicos y enfermeras apenas pueden moverse entre el gentío. Desde la apertura de las puertas de las prisiones trabajan en una especie de turno continuo y «estamos viendo cosas que nunca habríamos imaginado. Hemos recibido a hombres tan desfigurados físicamente que nadie ha sido capaz de identificarles, muchos han perdido la capacidad de hablar y la cabeza debido a los malos tratos extremos sufridos durante largo tiempo», explica la doctora Hana Mohamed, de 29 años. Hana repasa los expedientes y resopla, «una cosa que me atormenta es pensar que muchos de los autores de estas torturas se han quitado el uniforme y están entre nosotros».
El horror de las prisiones de Assad se ve en las miradas de estos supervivientes. Cada día aparecen nuevas celdas escondidas en departamentos de seguridad y siguen llegando presos liberados a hospitales como Ibn Al Naffis, antiguos presos destrozados por largos años de infierno carcelario.
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