Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
el correo
Viernes, 3 de enero 2020, 12:28
Qasem Soleimani era uno de los generales más emblemáticos de Irak y su papel era clave dentro del gobierno del país. Nacido en Rabor, provincia de Kerman, hace 62 años, estaba casado y era padre de tres hijos y dos hijas, como recoge el ... periodista Dexter Filkins en el meticuloso perfil que le dedicó en 'The New Yorker' en octubre de 2013. Un texto «elaborado durante más de cinco meses de entrevistas», confiesa el periodista estadounidense, tan meticuloso como permite una figura inalcanzable.
Entonces Soleimani era quien se encargaba de dirigir unas brigadas, las Quds, que Filkins definía como «mezcla entre la CIA y las Fuerzas Especiales». Ya entonces, el general estaba incluido en la lista de «terroristas más buscados» elaborada por Washington, que le acusaba de planificar atentados en medio mundo y ser el responsable de la muerte de cientos de soldados estadounidenses en Irak tras la caída de Sadam Hussein en las operaciones ejecutadas por las milicias chiíes que armó y entrenó.
El experto iraní Ali Alfoneh recogía en sus análisis elaborados para la Fundación en Defensa de las Democracias detalles biográficos de Soleimani, al que la revolución de 1979 le sorprendió con 22 años como empleado del servicio municipal de aguas de Kerman, puesto que dejó para enrolarse en las filas de una incipiente Guardia Revolucionaria que Jomeini puso en marcha de inmediato para defender su proyecto islámico de los elementos próximos al Sha. Tras unos primeros meses destinado en el Kurdistán iraní los siguientes diez años los pasó, como millones de iraníes, en la «guerra impuesta» contra Irak, en la que comenzó su ascensión en las filas de la Guardia Revolucionaria.
Como el Irak post Sadam, el Irán posterior al Sha se quedó sin un ejército capaz de responder al ataque de Bagdad y fueron las fuerzas irregulares las que llevaron el peso de la guerra. Una experiencia básica para entender la estrategia iraní en todo Oriente Medio de crear un brazo de operaciones externas de la Guardia Revolucionaria para formar grupos como Hezbolá, apoyar a Hamás, o promover la creación del Ejército de Defensa Nacional en Siria y las milicias en Irak, todas menos el brazo de los Hermanos Musulmanes en Gaza, de marcado carácter sectario y leales a las órdenes de Teherán, que no escatima en armas y financiación. Un mapa pensado para el desarrollo de guerras irregulares que aseguren la supervivencia del bautizado como «eje de la resistencia» entre Teherán, Damasco y Beirut. Un pasillo chií frente al sunismo mayoritario y a las puertas del enemigo israelí.
Finalizada la guerra con Irak, Soleimani pasó la siguiente década volcado en la lucha contra el tráfico de opio afgano en su Kerman natal, de donde saltó al liderazgo de las Brigadas Quds en 1998. En dos años logró que Hezbolá obligara a Israel a retirarse del sur del Líbano a base de atentados y ataques diarios y en 2001 le tocó fijar la estrategia de Irán frente a la operación internacional en Afganistán para acabar con los talibanes. Los hombres del mulá Omar eran enemigos de Teherán y, según revelan los testimonios del exembajador de EE UU en Afganistán e Irak Ryan Crocker, entrevistado por Dexter Filkins, Soleimani cooperó en el afianzamiento de la Alianza del Norte, de la que formaba parte la minoría hazara, perteneciente a la secta chií del Islam. Esta cooperación terminó en 2002 cuando George Bush incluyó a Irán en el «Eje del mal» y poco después lanzó la invasión de Irak en la que los grupos chiíes fueron «una pesadilla peor que Al-Qaeda», según repetían los soldados estadounidenses cuando se les preguntaba sobre los peligros a los que se enfrentaban durante el despliegue.
Todo el trabajo clandestino de los últimos años se hizo visible en 2014 en Siria e Irak, donde Soleimani recogió los frutos de su labor al ver cómo Bashar el-Asad resistía en su palacio damasceno y Bagdad no había caído en manos del Estado Islámico. Fue entonces cuando la figura del general, siempre discreto, salió a la luz y se convirtió en omnipresente. Hace cuatro años, una cámara lo captó en la provincia de Lataquía cuando Damasco anunciaba una gran ofensiva para recuperar Alepo. En las imágenes, los soldados, en cuclillas, escuchaban embelesados al general, cuya pose revelaba que se sabía importante. Lucía pelo corto, gris y barba.
A partir de entonces, se dejó de remilgos y se aficionó a sacarse selfis. Hoy su foto da la vuelta al mundo pero por razones luctuosas. Seguro que esos soldados que entonces le miraban como un Mesías, si es que aún viven, mascullan ahora su propia venganza entre lágrimas y lamentos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.