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El Estado Islámico logró reunir algunos simpatizantes en Afganistán, pero los talibanes los barrieron del mapa sin contemplaciones. El espacio para el yihadismo ultra radical ya estaba ocupado, de manera que no se toleraban competidores que pretendiesen legitimar su puja por el poder mostrándose más ... intransigentes y extremistas que el rival.
En teoría, el Estado Islámico disponía de un punto de apoyo para competir con los talibanes en su propio terruño: los talibanes son casi exclusivamente pastunes. Pese a ciertos esfuerzos para mostrar aperturismo hacia los restantes grupos étnicos afganos -que suman entre todos casi el 60% de la población-, los talibanes son el instrumento para reasegurar la hegemonía absoluta pastún sobre el resto de la población. El Estado Islámico también fue un instrumento de los musulmanes sunitas árabes contra los restantes grupos étnicos de Siria e Irak, pero sus filiales o imitadores en lejanos países no sufren ese elemento sectario-provinciano, lo que significa que podían reclutar simpatizantes entre las minorías afganas sunitas: uzbecos, turkmenos, baluchis, la mayoría de los tayikos…
Sin embargo, el Estado Islámico afgano apareció en 2015 en la provincia de Nangarhar, de población mayoritariamente pastún, y cuando los talibanes los acorralaron sus últimos bastiones fueron Nangarhar y la provincia adyacente de Kunar, fronterizas con Pakistán. Los talibanes son sumamente provincianos y localistas. En cambio, el Estado Islámico habla de la yihad global, de conquistar el mundo, lo que puede resultar fascinante para las cabezas más calenturientas, para aquellos que solo quieren seguir guerreando y rechazan cualquier trato con los infieles. De ahí la adhesión potencial de muchos talibanes, que ni siquiera son afganos de nacimiento, sino pastunes pakistaníes. Para ellos, la victoria en Afganistán es irrelevante si no se prosigue la lucha hasta que los «auténticos creyentes» -es decir, los pastunes- gobiernen en todo Jorasan; es decir, en Afganistán y en Pakistán también. De hecho, la mayoría de los líderes del Estado Islámico no son afganos, sino pastunes pakistaníes, más algún árabe expatriado.
Con estos datos en la mano, las bombas que estallaron ayer junto al aeropuerto de Kabul y en un hotel lleno de norteamericanos podrían ser obra del Estado Islámico, que se lo atribuyó anoche. Le bastaría con una pequeña célula y supondría para él un gran golpe mediático.
A la espera de que se confirme tal extremo, los talibanes también son sospechosos. Ellos podrían haber entrado hace días a sangre y fuego en el aeródromo, capturando o matando a todos sus enemigos que intentaban huir, y eso es lo que habría sucedido de no ser por los consejos y las presiones de sus padrinos pakistaníes, empeñados en blanquear la imagen de sus protegidos para blanquear de paso todo el apoyo que les ofrecen.
Sin embargo, los talibanes no son marionetas de los militares pakistaníes. Podrían haber colocado las bombas para disuadir a EE UU de intentar prolongar la evacuación más allá de la fecha límite del 31 de agosto, o para asustar a los que intentan escapar. Algunos de ellos podrían haberse hartado de tanta paciencia y tanta moderación con 'infieles' y 'apostatas' -es decir, colaboracionistas-, y haber actuado por su cuenta para desahogar su ira. La autoría del espionaje militar pakistaní tampoco resultaría descabellada. El que algunos talibanes hayan muerto podría ser resultado del maquiavelismo o de la confusión reinante.
Lo cierto es que la clave de toda la estrategia norteamericana -«nos largamos de ese avispero y nos da igual lo que pase después allí dentro, mientras no salpique más allá de sus fronteras»- ya ha demostrado carecer de base alguna. Incluso aunque el Estado Islámico de Jorasan fuese destruido, surgirían otros grupos porque el avispero pastún seguiría ahí, enredando primero a Pakistán y a partir de ahí a toda la región: Irán, India, Asia Central...
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