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Lotfullah Najafizada, director de Tolonews TV, publicaba en twitter la fotografía del borrado de las mujeres en una tienda afgana de ropa, donde las imágenes de modelos luciendo vestidos de novia pasaban a ser invisibles tras una capa de pintura blanca. Se trata de una ... imagen icónica, ya que eso es precisamente lo que el régimen talibán afgano pretende hacer con las mujeres y las niñas de su país, hacerlas invisibles, un fundido en negro tras los burkas (que han quintuplicado su precio en Kabul). Otra imagen que se ha hecho viral estos días ha sido la de la periodista de la CNN Clarissa Ward retransmitiendo cubierta por un negro hiyab cuando, apenas 24 horas antes, lo hacía sin cubrir su cabeza. Gesto que debemos interpretar como el resultado de una imposición o de una autocensura provocada por el miedo.
Si sufrimos ante la ficción de un Gilead posible, debemos empatizar y actuar contra lo que está ocurriendo en Afganistán. Cuando leí 'El vuento de la criada', de Margaret Atwood, una de las partes que más me sobrecogió fue el prólogo que la autora canadiense había escrito para introducir la reedición de su novela más veinte años después de su primera publicación. En dicho prólogo, la escritora comenta que su distopía resulta creíble e inquietante porque la construyó a partir de sucesos históricos ya acontecidos y sufridos por la humanidad: el racismo, el clasismo, el machismo, el nazismo, el exterminio, el holocausto y el fundamentalismo religioso.
Lo que está ocurriendo en Afganistán, tras la retirada de las tropas norteamericanas, pone en evidencia el fracaso de la intervención en este país, la debilidad del régimen político sostenido por Occidente, carente de la suficiente legitimidad social. Como bien explica Mónica Bernabé en su obra 'Afganistán, crónica de una ficción', todo lo que nos contaba Estados Unidos sobre Afganistán era una ficción: «ni se había instaurado una democracia, ni las mujeres tenían derechos, ni el Ejército afgano tenía capacidad para frenar el avance de los talibanes, como ha quedado demostrado en los últimos días».
En la última década solo algunas mujeres afganas habían podido acceder a la educación, a las universidades, habían entrado en el Parlamento afgano y ponían rostro a las noticias en la televisión. Habían recuperado el derecho a la sanidad y la libertad de maquillarse y vestirse como quisieran y habían podido hacer deporte y competir. Habían conseguido legislar declarando delito la violencia machista en los hogares. Ahora las mujeres volverán a ser recluidas en sus casas, la violencia ejercida sobre ellas por sus maridos -muchos de ellos, forzosos- será legal y se les negará el espacio público, todo el espacio público: sin la oportunidad de la educación, sin el derecho a la sanidad, sin la voz en la política ni en los medios ni en el arte, sin poder hacer deporte ni montar en bicicleta. La película de Arabia Saudí 'La bicicleta verde', de Haifaa Al-Mansour, nos mostraba de manera poética y también reivindicativa las limitaciones a las que se enfrentan las niñas y las mujeres cuando el fundamentalismo religioso reinterpreta a su favor los textos sagrados. La novela del escritor afgano Khaled Hosseini 'Mil soles espléndidos' nos permitía anticipar, como había ocurrido en los años 90, que los derechos conquistados no son derechos consolidados, el retroceso en la igualdad entre mujeres y hombres es frágil, es una lucha constante que siempre debe estar atenta ante cualquier riesgo de involución. Ya lo decía Simone de Beauvoir en los años cincuenta del pasado siglo XX: «No olviden jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, deberán permanecer vigilantes toda su vida».
En Afganistán, los derechos humanos de las mujeres y las niñas se están vulnerando de manera flagrante y la comunidad internacional no puede permitirse asistir como mera espectadora ante este espectáculo dantesco. Tenemos una responsabilidad. Las mujeres no podemos sentirnos libres e iguales si todas las mujeres no son libres e iguales. Debe prevalecer la sororidad y la internacionalización del movimiento feminista. No nos hemos dotado de instituciones supranacionales para pasar por algo la desesperación, el miedo de una población que observa con terror cómo el fundamentalismo religioso -en este caso, islámico- coarta, niega y mutila los derechos de las mujeres y niñas y de todas aquellas personas disidentes y donde hay quienes temen ser degollados por los talibanes. Si algo hemos aprendido es que vivimos en un mundo altamente globalizado donde el 'efecto mariposa' es un hecho que puede jugar también a nuestro favor; hagamos batir las alas de la libertad para luchar por la salvaguarda de los derechos humanos de las mujeres y las niñas de Afganistán y del mundo entero.
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