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ANJE RIBERA
Martes, 31 de marzo 2020, 16:34
Daniel Ortega, líder de la revolución sandinista devenido ahora en dictador, no está ni se le espera en la lucha contra el coronavirus en Nicaragua. La familia presidencial, que encabeza junto a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, cumple a rajatabla las recomendaciones de aislamiento de la Organización Mundial de la Salud y permanece desaparecida.
Sin embargo, su Gobierno organiza actividades públicas para sus compatriotas, auspiciando actividades culturales, deportivas, religiosas, tradicionales y de entretenimiento que ponen en riesgo la salud de la sociedad. Un vergonzoso ejemplo lo constituyó la manifestación organizada el pasado día 13 bajo la denominación 'Amor en tiempos del Covid-19', en la que miles de simpatizantes sandinistas y trabajadores marcharon por Managua.
En este claro de ejercicio de negar la realidad y minimizar el peligro al exponer a los ciudadanos a un contagio, incluso, los colegios siguen abiertos mientras la pandemia entra con fuerza en uno de los países sanitariamente más débiles del continente sudamericano. La veintena de nietos de Ortega, sin embargo, que estudian en el exclusivo Colegio Alemán, dejaron de asistir a clases.
El deporte tampoco para. Se ha mantenido la liga nacional de béisbol, el deporte nacional, e incluso uno de los mejores bateadores de la Primera División ha sido suspendido por un año al negarse a jugar por temor a contraer la enfermedad.
Asimismo, la Liga Primera, máximo nivel del fútbol nicaragüense, también continúa compitiendo, aunque todos los encuentros se dirimen a puerta cerrada. Algunos de los jugadores juegan con mascarillas como protesta. El Campeonato Nacional de Boxeo Superior tampoco ha sido detenido. Hasta los campeonatos escolares se desarrolan sin limitaciones.
El exguerillero revolucionario, de 74 años, está en paradero desconocido desde hace tres semanas. Se le vio por última vez el pasado día 12, cuando, desde su residencia, mantuvo una teleconferencia con sus homólogos centroamericanos. Pero a diferencia del resto de los países de la región, Nicaragua es el único que no ha tomado medidas ni ha establecido ningún tipo de alerta o restricciones.
Los únicos comunicados oficiales en esta crisis llegan por boca de la primera dama mediante llamadas por teléfono a los medios oficiales. «Dale chance (oportunidad) a la calma», parece el lema familiar, como escribió en un tuit Juan Carlos Ortega Murillo, uno de los ocho hijos de la pareja que con puño de hierro dirige la pequeña nación pinolera.
La propaganda oficial incluso se ha visto obligada a recurrir a fotos de años anteriores del mandatario, como si fueran actuales, visitando hospitales. Son ya muchos los nicaragüenses que creen que el principal aliado de la enfermedad está en el palacio presidencial, desde donde a los trabajadores de la salud se les ha prohibido el uso de mascarillas y guantes en los hospitales.
El equipo de Ortega mantiene que no hay motivos para pasar de la etapa de vigilancia y monitoreo del Covid-19, ya que hasta ahora solamente ha confirmado cuatro casos de contagio, todos importados, incluyendo un fallecido. Sin embargo, sólo los muy afectos al régimen consideran que estos datos son fiables.
Mientras, es la oposición la que lidera los tímidos esfuerzos de prevención ante la pandemia. La Coalición Nacional, que aglutina a los principales movimientos disidentes de Nicaragua, cree que el Ejecutivo no está a la altura de la emergencia Por ello, llama a los nicaragüenses a «ser como Ortega», es decir, quedarse en casa.
Para ello trata de coordinar a médicos, exfuncionarios y expertos de prestigio para estructura una estrategia «ante la inoperancia de la dictadura». «La ausencia de liderazgo estatal ha puesto a la ciudadanía en un estado de mayor peligro», sostienen sus portavoces.
«Daniel Ortega es, al menos en el mundo occidental, el único presidente que no ha dado la cara durante la pandemia. No ha hecho una llamada, no ha aparecido en cámara, ni siquiera sus funcionarios han dicho el 'comandante' nos dijo. Es un presidente fantasma»,explica la periodista Yubelka Mendoza.
La Conferencia Episcopal de Nicaragua, tradicional contraria a la política presidencial tras dos años en una profunda crisis sociopolítica desde el levantamiento popular contra Ortega, que dejó cientos de presos, muertos o desaparecidos, miles de heridos y decenas de miles en el exilio, tambén aboga por afrontar cuanto ante la crisis.
De hecho, como ejemplo de su compromiso, los obispos reaccionaron pronto y no dieron su aval a la peregrinación anual al Santuario Nacional dedicado a Jesús del Rescate, con gran tradición entre los nicaragüenses y siempre respaldada por el poder. Los prelados pidieron a sus fieles no escuchar «la voz del demonio que tienta como tentó a Jesús».
Ante la falta de iniciativa del Gobierno, es la propia población la que ha optado por cuarentenas voluntarias, el uso de mascarillas de tela y mezclas de agua con cloro como desinfectante. «Ortega no hace nada, no dice nada. Eso da temor y mucha gente por eso no sale a las calles», comentaba ayer Arnulfo Balladares, un cobrador de autobús de Managua de 65 años.
La mayoría de los ciudadanos se han refugiado en sus casas con algunas reservas de comida y no deja a sus hijos ir a clase. Las calles lucen con poca gente, las taxis y el transporte publico circulan casi vacíos y la afluencia en los comercios es mínima.
También a empresa privada y los sectores civiles han exhortado a la población a quedarse en casa para evitar un contagio masivo en un país donde 70% de la población activa sobrevive con trabajos informales y casi al 30% está en la pobreza. En contraposición, el Gobierno y sus seguidores siguen firmes en su intoleracia y solamente instan a reforzar la higiene y a no crear «alarmas innecesarias».
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