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Nadie cree en un giro de guion inesperado. Tanto la clase política como los medios en Francia dan por descontado que Michel Barnier vive sus últimas horas como primer ministro. La Asamblea Nacional celebra este miércoles, a partir de las cuatro de la tarde, el ... debate y la votación de las mociones de censura presentadas el pasado lunes por la ultraderecha y la izquierda. Este segundo texto, impulsado por la coalición progresista del Nuevo Frente Popular (NFP), cuenta con serias posibilidades de fructificar. Si así sucede, el dirigente conservador, de 73 años, pasará a la historia como el jefe del Ejecutivo galo con un mandato más corto -apenas tres meses- desde la proclamación de la Quinta República.
A diferencia de España, en Francia el apoyo a una moción de censura no significa el respaldo a un Ejecutivo alternativo por parte de quienes presentan la iniciativa. Esto facilita las alianzas contra natura y circunstanciales como las que este miércoles podrían producirse. La extrema derecha votó la pasada legislatura (2022-2024) varias propuestas de este estilo promovidas por la izquierda y que fueron rechazadas. No obstante, la diferencia ahora es que la suma de estos dos bloques representa unos 330 diputados y supera con claridad el umbral de la mayoría absoluta (289), lo que significa que las opciones de supervivencia de Barnier cotizan realmente a la baja.
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Tras unos últimos días de negociaciones 'in extremis' entre el primer ministro y Marine Le Pen, y varias concesiones a la dirigente ultra, los canales de diálogo parecían rotos entre ambos bandos en vísperas de la censura. Incluso hubo un rifirrafe este martes por la mañana entre sus respectivos entornos. Desde el Ejecutivo galo acusaron a la líder de Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) de haberse negado a reunirse es jornada con Barnier, mientras que fuentes cercanas a Le Pen aseguraron que les habían dicho que la agenda del 'premier' estaba llena.
Ahora llega la hora del reparto de culpas, lo que hace presagiar que los dados están echados de cara a la votación. Así se reflejó este martes por la tarde en la Asamblea Nacional durante una tensa sesión de preguntas al Gobierno. «La censura lo hará todo más difícil y grave», denunció Barnier desde el estrado. «Es lamentable (…) que acepte mezclar su voto y los de su grupo con los de la extrema izquierda», reprochó a Le Pen el ministro del Interior, Bruno Retailleau, refiriéndose a la Francia Insumisa (afines a Sumar o Podemos), el partido con un mayor número de diputados dentro del NFP. Los remordimientos predominan en las filas gubernamentales.
Ante una probable dimisión forzada, Barnier no solo aparece como un dirigente que no ha ratificado la reputación de buen negociador que se ganó con el Brexit, sino que también ha pecado de ingenuo ante las intenciones de Le Pen, pensando que iba de farol con sus exigencias respecto a los presupuestos. «Hasta ayer (por el lunes), el primer ministro no creía que RN apostaría por la censura», explicó a la Agencia France-Presse una fuente cercana al mandatario conservador.
La líder de la ultraderecha prometió en octubre una «oposición constructiva», pero su posición ha cambiado en las últimas semanas. Ha adoptado un tono mucho más duro y con la mirada puesta en la figura del presidente, Emmanuel Macron, cuya dimisión piden cada vez más representantes, incluidos algunos del centro -como Charles de Courson- y de la derecha tradicional -el exministro y alcalde de Meaux, Jean-François Copé, entre ellos-. Muchos ven en la convocatoria de elecciones anticipadas que hizo a principios de junio, el mismo día que se celebraban los comicios europeos, el pecado original de esta crisis difícil de resolver.
El modelo presidencialista de la Quinta República ofrece a Macron un amplio margen de maniobra a la hora de elegir al nuevo primer ministro. La aprobación de una censura conlleva la dimisión obligada del Gobierno. Pero, si quisiera, el jefe del Estado incluso podría nombrar de nuevo a Barnier, aunque parece poco probable que el veterano dirigente lo acepte. A pesar de que la izquierda quedó primera en los comicios del 7 de julio e impulsa la moción con altas probabilidades de fructificar, el presidente no baraja la opción de nominar a un dirigente progresista, informó la cadena BFM TV.
Los medios galos ya especulan sobre los posibles aspirantes a Matignon. Entre ellos destacan Retailleau, quien encarna una derecha más dura que la de Barnier; el ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, muy cercano a Macron y supuestamente con buenas relaciones con Le Pen, o el centrista François Bayrou, alcalde de Pau (en el suroeste de Francia). Tras las elecciones del pasado verano, el presidente tardó casi dos meses en nombrar a un primer ministro y reforzó su reputación de líder especialmente lento a la hora de tomar decisiones de ese tipo. En la primavera de 2022 también necesitó más de un mes.
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Esta vez podría designar de manera bastante más rápida al sustituto de Barnier. Un vacío gubernamental no solo comportaría la prórroga de los presupuestos de este año, sino que también aumentaría la presión sobre el futuro de Macron, quien ha descartado dimitir en repetidas ocasiones. Así lo reconocía un exministro macronista en declaraciones al diario 'Le Monde': «Hace falta un Gobierno antes del final de esta semana. (…) Porque, si los días van pasando, la gente dirá al presidente que se vaya».
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