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Hacía tiempo que no se veían y el saludo fue efusivo.«¡Dichosos los ojos!», exclamó uno de ellos, añadiendo: «¿Qué tal tu padre?». A lo ... que el otro respondió incómodo. «Pues...murió». Entonces el primero insistió. «¿Muerto? ¡Es imposible!». Imaginen la respuesta del segundo. «Sí, hace ya casi 20 años». Tras unos segundos de silencio, el primero proclamó con vehemencia: «¡No puede ser! ¡Estás equivocado!». Y entonces el hijo del finado, no sin cierto hartazgo, sentenció: «Pues si le ves avísame, porque sería toda una sorpresa para la familia».
Lo que acabo de relatar le ocurrió a una persona muy cercana y solemos recordarlo cuando hablamos del frágil valor de la verdad. Qué sabrá el hijo de la salud del padre. Si dice el otro que está vivo, está vivo. Y punto. Lo que me lleva a otro ejemplo menos luctuoso. A finales de los 90 un servidor trabajaba en ETB. Y cierta tarde en la que compartía cañas con dos amigos televisivos muy famosos se acercó un tipo. «Ya me han dicho que habéis comprado el Toledo». Conocíamos la famosa cafetería situada en una de las entradas del parque de los patos y creímos que se trataba de una broma. Pero no. Tras aclararle que ni la habíamos comprado, ni sabíamos que se vendía y que no teníamos intención de adquirirla, ni juntos ni por separado, exclamó irritado. «¡A mí me lo váis a decir, que lo sé de buena fuente!». Y se largó echando pestes. Podríamos poner más ejemplos. Pero bastan estos dos para dejar claro que si eso nos pasa a la gente común, imaginen a quienes están en portada a diario. Como Kate Middleton. Lo que ha pasado con esta mujer es la demostración de que la verdad no cotiza.
Me importa la Casa Windsor lo mismo que la vida de una almeja. Y entiendo que viviendo del erario público, y con un cargo que conlleva obligaciones, se exija a la familia real de Carlos III, tanto a la carnal como a la política, buena actitud y absoluta transparencia. Además hay mucha gente, también allí, que no entiende que sigan existiendo ciertas cosas, como la realeza, en el siglo XXI. Pero ese es otro debate y no debe desviarnos del asunto que hoy les traigo. La actual Princesa de Gales está en ese punto en que da igual lo que diga. No le van a creer. Modificó de forma burda, ella o alguien, una fotografía familiar y se dispararon las teorías conspirativas. Hasta quienes no seguimos las noticias del corazón, mal llamadas así porque lo que más les interesa son los asuntos de bragueta, nos hemos enterado de que la ausencia de esta mujer tenía que ver con los cuernos que le estaba poniendo su marido. Así lo aseguraban las buenas fuentes.
Después, tras ser ingresada de urgencia, apuntaron a su extrema delgadez y palidez que indicaban anorexia y depresión. Eso nos llevó a leer titulares que asemejaban su caso al de su difunta suegra. Pero hubo quien fue más allá asegurando que estaba criando malvas. Que la mujer que veíamos era una doble contratada para dar el pego. Ante tamaño surrealismo la afectada decidió aclararlo todo grabando un vídeo, o le animaron a ello, contando la verdad. Que tiene cáncer. Tras dos días de perdónenos princesa pero no lo imaginábamos, regresaron las teorías absurdas. Alguien afirmaba que esa grabación estaba manipulada. Hasta la BBC tuvo que sacar un comunicado asegurando que no era así. Que era real. Como si valiera para algo.
Los amigos de la verdad alternativa siguen a lo suyo. Afirman que todo es mentira. No conciben que la respuesta sea la más simple. Que en Palacio, una vez más, han gestionado mal la comunicación. Y que en un caso tan sensible no han sabido actuar correctamente. Cosa que tampoco es fácil. Hay adalides de la verdad que afean a Kate no haber contado todos los detalles de su enfermedad. Lo cual me parece una falta de educación absoluta y una carencia de empatía total. No osaré decir a alguien que tiene cáncer lo que debe o no debe hacer. De hecho no hace falta. Porque yo sí conozco toda la verdad. Y se la voy a contar.
Kate Middleton no existe. Es un holograma. La verdadera se la llevó Carlos Jesús a Raticulín, porque Elvis Presley se lo había pedido. Lo sé por Isabel II y la Reina Madre que viven allí. Me lo contaron el jueves cuando les mandé, como todas las semanas, una caja de ginebra de las que tengo en el Toledo. Parece que ahora es una agencia de viajes. Pero es una tapadera. Sigue siendo una cafetería. La compramos entre tres amigos, allá por los 90. Creíamos que no hicimos tal cosa, pero qué sabremos nosotros. En fin, les dejo porque acaba de entrar a tomar un vino el padre de mi amigo. Quizá le conozcan. Su familia creía que llevaba años muerto. Pero qué sabrán ellos cuando hay un tipo por ahí que asegura lo contrario.
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