Un ideólogo para el zar de la guerra
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El profesor Aleksandr Duguin es visto como el inspirador del ideario que profesa Putin, hasta el punto de ser considerado su RasputínEn la primavera de 2014, más de 10.000 personas, entre ellas estudiantes y profesores de la Universidad Lomonósov de Moscú, se unieron para firmar una petición de expulsión del director del Departamento de Sociología de las Relaciones Internacionales, el profesor Aleksandr Duguin, tras una ... entrevista a un medio de comunicación abjasio en la que instigaba descarnadamente a asesinar ciudadanos ucranianos. El hecho que dio pie a esas palabras fue el fallecimiento en mayo de un grupo de activistas prorrusos en un incendio en Odesa, pero la razón subyacente -su sinrazón- fue a todas luces la participación de una gran parte de la sociedad ucraniana en la revuelta del 'Euromaidán' contra el Gobierno de Viktor Yanukóvich, un presidente que, además de estar señalado por sus corruptelas, había mostrado unos meses antes claros signos de querer dar la espalda, bajo la férula rusa, al proceso de integración europea del país. Las declaraciones de Duguin fueron tan feroces que la institución universitaria, la principal de Rusia, no tardó en expulsarlo. Desde entonces, Duguin se define como pensador independiente, sin afiliación alguna. Ocho años después, parece como si alguien hubiera tomado al pie de la letra la incitación criminal y se hubiera puesto vehementemente manos a la obra.
Aleksandr Duguin es un autor prolífico de ensayos centrados en aspectos míticos de la historia de Rusia, en la determinación del papel que debe desempeñar su país en la escena internacional, en la resurrección de la geopolítica, en la actualización distorsionada de las ideas euroasianistas de comienzos del siglo XX o en la elaboración y defensa de lo que denomina «cuarta teoría política», un espacio alternativo al liberalismo, al marxismo y al fascismo que, en su opinión, debería ser el marco de expresión política natural de Rusia en un mundo postliberal. Pero nada de ello sería especialmente relevante -de hecho, Duguin es visto por algunos como un intelectual tirando a mediocre- si no fuera por la influencia que, al parecer, ha ejercido en el ideario que profesa Vladímir Putin, hasta tal punto que se le ha llegado a denominar el Rasputin de Putin, marbete facilitado por la rima que es seguramente indicativo de una realidad que el Kremlin, no obstante, siempre ha negado. La impronta del politólogo en el pensamiento -o más bien los impulsos- del presidente ruso ha sido señalada por numerosos especialistas (en España la ha diseccionado recientemente Antonio Elorza), pese a que Duguin dice no conocer personalmente a Putin.
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Formado en el círculo esotérico de Yushinski, cuna de escritores extravagantes con inclinaciones místicas, Duguin bebe en las aguas tóxicas de la eslavofilia en su versión más radical, la rusofilia tradicionalista convertida en chovinismo agresivo, en lo que Unamuno y otras personalidades del 98 habrían llamado probablemente jingoísmo (patrioterismo exaltado que propugna la agresión contra otras naciones). En 1993 colaboró en la fundación del Partido Nacional Bolchevique con Eduard Limónov, otro tipo excéntrico, sustancialmente desequilibrado, que proporcionó -a su pesar- un precioso material novelesco para la formidable biografía que le dedicó el escritor francés Emmanuel Carrère (Limónov, pseudónimo de Savenko, falleció en 2020, tras una trayectoria literaria y política plagada de altibajos y alguna que otra atrocidad). Su reinterpretación conjunta del bolchevismo se produjo en clave nacionalista, lo que llevó a la creación de un imaginario ultra, singular mezcolanza de extremismos de toda laya. Unos años más tarde, Duguin pasó a ser el referente del movimiento euroasianista, convertido en partido político en 2002, y también del conservadurismo nacionalista, afín a las posiciones actuales del presidente ruso.
El neoeurasianismo de Duguin persigue la conformación de un bloque geopolítico en torno a Rusia que sea capaz de enfrentar el globalismo unipolar establecido tras el hundimiento de la Unión Soviética y dominado por Estados Unidos. Frente al eurasianismo clásico, representado por el lingüista N. S. Trubetzkoy o el historiador G. V. Vernadski, quienes defendían una vía de desarrollo propia para Rusia, alejada de sumisiones al modelo romano-germánico de civilización, la visión de Duguin está paradójicamente más cerca del pensamiento geopolítico occidental, en especial de Halford Mackinder y sus ideas acerca de la isla mundial y su centro geográfico ('heartland'). Quien se adueñe de ese centro -es decir, Rusia- controlará la isla mundial (Eurasia e incluso África). Y, en consecuencia, también el mundo. Duguin asocia el destino luminoso de Rusia a una misión histórica que cifra en la revancha eurasiática, embrión del nuevo imperio, a la que el país debe aplicarse en cuerpo y alma. En los últimos años Putin, eurasianista convencido y practicante, está dando pasos decididos en esa dirección.
La democracia, el respeto a los derechos del individuo o la razón ilustrada configuran un ámbito político que Duguin estima ajeno a la tradición rusa (como también lo creían, por cierto, muchos eslavófilos del siglo XIX). En su lugar, promueve un modelo superador del liberalismo, del marxismo y del fascismo, que descarta lo que de pernicioso tiene cada uno de ellos pero que integra aquellos elementos que, llamativamente, considera positivos (como es el particularismo regional en el caso del fascismo). La confluencia de una doctrina esencialmente iliberal y de aspiraciones de corte neoimperialista alimenta los fundamentos autocráticos del Kremlin, actualmente embarcado en su particular cruzada antioccidental, con Ucrania como primera gran damnificada.
No es casual que algún autor (Paul Ratner) se haya referido a Duguin como «el filósofo más peligroso del mundo». Según advierte Amartya Sen, premio Nobel de Economía, en su ensayo 'Identidad y violencia', «el reduccionismo de la alta teoría puede hacer una gran contribución, a menudo inadvertida, a la violencia de la baja política». De esa política que solo sabe abrirse paso a golpe de misil.
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