María Senovilla | Periodista y fotógrafa de conflictos armados
«Me niego a creer que las mujeres no somos valientes como para ir a la guerra»Secciones
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María Senovilla | Periodista y fotógrafa de conflictos armados
«Me niego a creer que las mujeres no somos valientes como para ir a la guerra»Después de pasar por Angola, el Sáhara occidental o Afganistán, la segoviana María Senovilla se encontró en febrero de 2022 con la posibilidad de retratar una guerra «en casa». «Nunca lo imaginé», admite. Cuando la invasión rusa cumplía su séptimo día llegó a Odesa y, ... desde entonces, esta periodista y fotógrafa especializada en conflictos armados ha viajado otras dos veces a Ucrania y este mes hará de nuevo la maleta para quedarse allí todo el verano. Es una de las contadas mujeres que cubre la invasión rusa y sobre ello, y lo que ha visto en zonas como las golpeadas Bajmut o Izium, ha ofrecido esta semana la conferencia 'Fotógrafas y reporteras de guerra: la otra mirada del conflicto' en Bilbao invitada por la Fundación Sabino Arana.
– Llegó a Odesa en la primera semana de la invasión. ¿Se imaginaba que año y tres meses después seguiría el conflicto?
– No, de hecho, yo pensaba que no llegaba a cubrirlo porque decidí ir el mismo 24 de febrero de 2022 cuando me desperté y vi las noticias. Estaba el espacio cerrado, tuve que hacer muchos kilómetros por carretera desde Rumanía, cruzar la frontera por Moldavia... Fue un parto. Una amiga me dijo: 'Cuando llegues se va a haber acabado'.
– ¿Cómo se prepara para ir a la guerra?
– Hay que hacer los deberes, todo lo que hagas aquí no te imaginas lo que te va a ayudar a hacer un buen trabajo cuando llegues allí. Depende de si has estado más veces o no en el país, yo ahora ya voy sola a Ucrania y trabajo sin traductora. Antes de ir, además, intenté hablar con ucranianos que estaban asentados en España para que me dijeran cómo veían las cosas y me ayudó mucho a entender la situación.
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– Y a la vuelta, en casa como ahora, ¿cuesta adaptarse a la vida normal?
– Es que es tan fácil adaptarse a la buena vida... Por buena vida hablo de un país que no está en guerra, donde no hay sirenas antiaéreas que te sacan de la cama, que no te bombardean, que no escuchas día sí y día también que al amigo de fulanito le han matado... Aquí das a un interruptor en la pared y se enciende la luz, comes decente, estás con la gente que te quiere.
– Ha estado en el frente, en la apertura de fosas en lugares como Izium, en hospitales... ¿Qué le ha impactado más?
– Los testimonios que más me llegaron son los que recogí en las zonas que estuvieron ocupadas por las tropas rusas. Yo intentaba llegar a los sitios apenas se habían ido los rusos para hablar con la gente y recoger esas primeras impresiones. Estuve con personas que habían sido torturadas en el año 2022 al estilo medieval, me narraban el estado de terror, el miedo, el no saber qué había pasado, el éxodo...
– ¿Le pasa factura emocional todo lo que ve y oye?
– Yo pienso que no tengo derecho a eso, que quienes están sufriendo son ellos. Tengo el privilegio de que comparten sus testimonios conmigo, me abren su casa en muchas ocasiones, me sientan a su mesa... y mi trabajo es transmitir lo que me cuentan. Por supuesto que empatizas y que en el momento te afecta, y si no lo hicieras, preocúpate, porque igual eres un poco sociópata. Hay cosas que te traspasan, pero yo estoy haciendo este trabajo porque quiero.
– ¿Y en qué momento decidió que era el trabajo que quería?
– Cuando empecé la carrera yo decía que quería ser corresponsal de guerra creyendo que nunca lo sería. Al acabar decidí hacer un máster, especializarme en radio, y casi en la fila cuando iba a matricularme cambié de idea y me apunté a otro de defensa y de conflictos armados.
– Un oficio en el que hay contadas mujeres.
– Sí, es tristísimo. Cuando llegué el año pasado a Ucrania había un 'boom' de miles de periodistas y empecé a ver a mogollón de mujeres, me sentí súper feliz. Pero la inmensa mayoría eran reporteras de televisión, la cara visible que hay delante de la cámara, y en el equipo que tenían alrededor todos eran hombres. Fotógrafas de guerra somos poquísimas, me he documentado a conciencia y he conseguido, no te lo vas a creer, contar diez que han estado cubriendo esta guerra en el largo plazo. Al frente de combate soy la única que he llegado en quince meses, y eso no está bien.
– ¿A qué lo achaca?
– Creo que hay muchos factores. Por una parte influyen las tarifas, que siendo sólo fotógrafa hacen que el trabajo sea más titánico, y también no sé si nosotras tenemos esa capacidad de logística, de organizarnos, y si ves que no vas a poder cubrir la guerra no vas. Hablando con mis compañeras me dicen también que la conciliación es mentira, que si ellos tienen un hijo les da igual y se van a una guerra o a siete y el niño te lo comes tú, mientras que las corresponsales de guerra deciden dejar de viajar o hacerlo con menos frecuencia cuando son madres. Y hay que reconocer que trabajar en una guerra no es fácil, es un entorno hostil, pero yo me niego a creer que no somos lo suficientemente valientes, preparadas o buenas técnicamente hablando. ¿Por qué no estamos ahí? Porque no apuestan por nosotras. Pero no es un problema del periodismo, sino de la sociedad.
– ¿Ha percibido en Ucrania esa discriminación?
– Sus estándares son completamente europeos, el respeto es absoluto, me siento como cualquier hombre cubriendo esta guerra. Yo estaba acostumbrada a países islámicos y ahí sí que era nadar contracorriente, tener que ir un paso por detrás de tu 'fixer', que tu entrevistado no te mirara prácticamente a los ojos, aguantar los desprecios del imán de turno...
– ¿La mujer tiene una manera distinta de retratar?
– No se puede generalizar pero nuestra visión del mundo es diferente, ni mejor ni peor que la de ellos, con otros matices. Intentamos capturar emociones distintas, a mí me gusta mirar a los ojos, y ellos suelen ir a por la foto impactante. Son visiones que se complementan.
– ¿Qué tiene esta guerra que no ha encontrado en otras?
– Es completamente diferente a todas las que había visto. Es una guerra clásica, al estilo de la Segunda Guerra Mundial, pero en el siglo XXI y con las herramientas y las tecnologías actuales. Cuando me estaba formando jamás imaginé que tendría la oportunidad de cubrir un conflicto así.
– Y además en Europa.
– No es un conflicto que nos pase de refilón o nos preocupe en la distancia, lo tenemos en casa además con todas las consecuencias: crisis energética, inflación, problemas de flujos migratorios...
– A menudo se habla de la resistencia del pueblo ucraniano. ¿Es una forma de idealizar su papel?
– No hay ninguna idealización. Yo siempre digo que es resiliencia porque, además de resistir, es la capacidad de seguir día a día. Ahora mismo la guerra se está librando en el 25% del país, en la otra parte no hay guerra y la gente ha vuelto a abrir negocios, bares, el ocio... Estuve en Kiev unos días antes de volver y aluciné con el ambiente que había. La actitud de los ucranianos es una de las claves, y un punto con el que Putin no contaba.
– ¿Ha visto su vida en peligro?
– Claro, es una guerra, no hay ningún sitio en que estés a salvo. Estando una vez en casa bombardearon un edificio como a 500 metros. Y en este último viaje me fui directamente al Donbás, me instalé a unos kilómetros de Bajmut, y este tiempo he estado sobre todo centrada en el frente de combate accediendo a posiciones, haciendo incursiones con los militares... Si no estás ahí, no lo puedes documentar. Pero yo intento tener sentido común, ser precavida, no tengo un instinto muy kamikaze.
– En su archivo guarda también muchas fotos de conciertos, de artistas musicales. ¿Es su válvula de escape?
– He hecho periodismo de música sobre todo en mis inicios. El contexto es diferente pero, al final, se trata de lo mismo:tienes que captar en una foto fija algo que está tan vivo, tan vibrante, que desprende tantas cosas.
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