Ante el bochornoso espectáculo del Congreso de Washington, invadido por una horda impelida por el propio presidente de Estados Unidos, cualquier observador exterior siente tristeza, mientras a los que aquí residimos nos invade la vergüenza. Pero habrá que meditar acerca tanto sobre las consecuencias ... de la tragedia de lo que iba a ser un mero trámite de confirmación de un escrutinio electoral, como sobre otras más permanentes secuelas de lo acontecido durante el último año.
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Cuando ya se ha rebasado el final del 'año en que vivímos peligrosamente', conviene hacer balance y preguntarnos por las perspectivas de la 'nueva era', una vez confirmada constitucionalmente la derrota de Donald Trump. Domina el nuevo ambiente una incomodidad presidida por una pesada losa de incertidumbre, causada por la enormidad del daño de la presidencia de Trump.
Insertada en el contexto de la satisfacción por el cese de la pesadilla se detecta una predicción de cierta nostalgia. Se basaba en la comparativamente bien instalada estrategia de confrontación ante lo que se etiquetaba como la formación de una dictadura en el seno de la más antigua de las democracias de la historia documentada. Nos preguntábamos qué haríamos al despertar, obsesionados por una agenda repleta de un solo 'issue'. Algunos temíamos que en el supremo momento de expectación del éxito de una estrategia de confrontación se nos recordara que en el panorama de importancia y soledad del cuestionamiento de la irracional política del presidente se nos acusara injustamente. Habíamos tenido un cómplice no deseado y al mismo tiempo crucial en la consecución del desalojo del incómodo inquilino de la Casa Blanca.
No sabíamos cómo podríamos agradecer, por así decirlo, la asistencia de la pandemia que todavía atenaza al planeta. La irracional conducta del presidente en las sucesivas etapas del Covid-19 se había convertido en el peor enemigo de Trump y en el mejor aliado de la conducta de la oposición. Se transpiraba un inconfesable sentimiento consistente en que la implantación del virus y el consiguiente negacionismo de Trump se unieran a los esfuerzos de la oposición política en conseguir la defenestración, aunque fuera al límite de su Administración.
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Cada ser humano infectado, especialmente en EEUU, y cada defunción certificada, respondidos por la errática política sanitaria de Trump, se registraban como 'votos' en el recuento de la elección del 3 de noviembre. La esperanza de que el Covid-19 se esfumara mágicamente una noche, como de forma surrealista predijo el propio Trump en la temprana primavera de 2020, representaría la defunción del imponente enemigo que se había cernido sobre la Casa Blanca. Mientras tanto, la oposición en el aparente seno mayoritario de EE UU y en una proporción universal en el exterior centraba sus esfuerzos en una agenda exclusivamente repleta de reacción a cada tropelía del presidente. Pero se notaba la ausencia de una estrategia múltiple compuesta por un programa para 'el día después'.
En el campo demócrata se notaba la ausencia de un plan para el futuro. Se alargaba la discusión acerca del mejor candidato y su colega de 'ticket', detalle que no se dilucidó hasta la decisión en favor de Biden y luego con la adición de Harris como aspirante a la vicepresidencia. En un ambiente reticente a la formación de 'gabinetes en la sombra', como es costumbre inmemorial en Reino Unido, se notaba la ausencia de un programa de gobierno para ser puesto en práctica después del 3 de noviembre. A la vista del mal disimulado sentimiento de inseguridad, se temía que algún día se llegara a exclamar con nostalgia 'contra Trump vivíamos mejor'. Esta ocurrencia tiene su origen en la reflexión que el Partido Comunista expresó en el momento de la reinstalación de la democracia en España tras la desaparición del régimen franquista. Su precedente fue el 'con Franco vivíamos mejor' de los restos del régimen. Los comunistas, al ver que su espacio era ocupado por los neodemócratas, confesaron que en la oposición clandestina tenían más poder efectivo que en la democracia parlamentaria.
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La oposición a Trump puede verse forzada a expresarse de la misma manera en cuanto el sistema se abra totalmente a finales de este mes. Habrá basado su conducta en la crítica de todas y cada una de las 'políticas' del Gobierno. En realidad, eran meros caprichos expresados en altas horas de la madrugada mediante chasquidos en el móvil. El monumental vacío dejado por el desgobierno de Trump estará todavía ocupado por la atención en la aplicación de la vacuna apropiada y la comprobación de su excelencia, tarea que se extenderá a lo largo de 2021.
Dependerá de la eficacia de la puesta en marcha de las urgentes medidas del nuevo Gobierno que el electorado no se sienta tentado a escuchar de nuevo los cantos de sirena de 2016. La reconstrucción de la economía, la reducción del daño causado a los sectores más necesitados, la mejor integración de la inmigración y la lucha decidida para eliminar el racismo son algunas de las asignaturas más urgentes. Solo con su razonable resolución se evitará que parte de los 70 millones que votaron al saliente presidente se sientan inclinados a decir 'con Trump vivíamos mejor'.
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Pero, en cumplimiento de aquella máxima de que 'no hay mal que por bien no venga', el error de incitar a la manifestación ante el Congreso puede 'vacunar' a las masas de Trump para desistir y regresar a su guarida.
jroy@miami.edu
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