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Corresponsal. Nueva York
Miércoles, 15 de abril 2020, 03:17
Con la economía en barrena, las críticas arreciando y su reelección en juego, Donald Trump se prepara para reabrir el país estado por estado antes de final de mes, delegando la responsabilidad en los gobernadores y desviando la culpa hacia la Organización Mundial de la Salud (OMS) por no haber dado a tiempo la voz de alarma ni haber sido «amables» con él al criticar sus decisiones. Ayer cumplió la amenaza de congelar los fondos a la organización, de la que EE UU es su principal contribuyente con 553 millones de dólares. El presidente calificó de «grave» y «mala» su gestión de la crisis y le acusó de «encubrir» la expansión del coronavirus. Está investigando al organismo internacional, dijo, «para ver si tiene arreglo», porque de lo contrario la suspensión será permanente.
La medida llegaba al tiempo que Nueva York sobrepasaba los 10.000 muertos, de los 25.000 que tiene EE UU, y 600.000 casos confirmados. Con la cadena alimenticia en peligro de desabastecimiento al expandirse la epidemia en las fábricas, el presidente dejará a cada estado decidir su propio calendario de reapertura y promete castigarlos si se equivocan. En realidad, no tiene autoridad legal sobre los estados, pero Trump no hablaba de legalidad, sino de chantaje. «No se rebelarán, necesitan muchas cosas del Gobierno federal, y no solo dinero, asesoramiento, equipo médico y mucho más. Si no obedecen, no lo tendrán».
En los próximos días hablará con los gobernadores para establecer un calendario de reapertura, que no incluye por ahora restablecer el tráfico de viajeros con España, Italia y otros países severamente afectados por la pandemia. «No diría que a Italia le esté yendo muy bien en estos momentos», justificó. «No diría que a España le esté yendo muy bien en estos momentos. Y Francia acaba de extender su orden de confinamiento». El mandatario dice estar observando muy de cerca «cómo les está yendo a los países que reabren», aunque ayer prefería «no decir nombres».
Sus asesores le habían advertido de que si ordenaba la vuelta al trabajo demasiado pronto la epidemia se recrudecería y pagaría por ello en las urnas. De ahí que haya decidido derivar la responsabilidad en los estados, en los que delega también la tarea de hacer suficientes pruebas de diagnóstico de forma regular para controlar la epidemia, y apoyarse en un panel de reapertura que integrarán los titulares de las carteras económicas de su Gobierno. A ese grupo de leales les acompañarán su hija Ivanka Trump, su yerno Jared Kushner, su asesor económico más nacionalista, Peter Navarro, y su amigo y asesor financiero Larry Kudlow.
En Nueva York, donde el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, da ya por terminado el curso escolar, el gobernador Andrew Cuomo dice que será él quien tome la decisión en coordinación con los gobernadores de los estados vecinos –New Jersey, Connecticut, Massachusetts, Pensilvania, Vermont y hasta Rhode Island y Delaware–, con la fecha del 1 de mayo en el horizonte. Para Cuomo, no se puede mandar a los padres al trabajo sin reabrir los colegios porque entonces tendrían que quedarse en casa a cuidarlos.
En el oeste del país, California, Oregón y Washington actúan también al unísono, pero a pesar de tener la epidemia más controlada que Nueva York, el gobernador californiano, Gavin Newsom, advirtió ayer de que las cosas no podrán ser como antes. Toca reorganizar los espacios de trabajo, las aulas y hasta los aviones para mantener las distancias de seguridad. Toser en público será motivo de pánico generalizado. Restaurantes, teatros y hasta parques de entretenimiento tendrán que empezar a tomar la temperatura de sus clientes antes de dejarlos entrar, aunque los expertos advierten de que esa medida será insuficiente para aislar a los que sufran el virus de forma asintomática.
Cauto mientras estaba en el poder, y aún más desde que se apartó de él, Barack Obama ha medido sus pocos pronunciamientos para seguir la tradición de otros presidentes que no querían interferir en el Gobierno de su sucesor. Incluso cuando éste es errático como Donald Trump, que ha desmantelado su legado y no desperdicia oportunidad para criticarle.
Sin mencionarle, Obama aprovechó ayer un videomensaje que ha grabado en apoyo de la candidatura de su exvicepresidente, Joe Biden, para poner las cosas en su sitio y encontrar la esperanza en esta pandemia, «que tiene la virtud de separar el grano de la paja, entre el ruido y la propaganda, para recordarnos lo que es importante». Y lo primordial es que «los datos y la ciencia importan. Importa el buen gobierno, importa la ley. Tener líderes honestos e informados que intenten unir a la gente, en lugar de dividirla». Era el primer dardo al corazón de Trump, un mandatario alérgico a las críticas.
Obama prefirió centrarse en las bondades de su antiguo escudero para dar fe de cuánto le ayudó en el Gobierno del país durante ocho años, pero adelantó que durante la campaña electoral con Trump se quitará los guantes de seda y se pondrá los de boxeo. «Necesitamos que todos los estadounidenses se unan en un gran despertar contra unas políticas que demasiado a menudo se han caracterizado por la corrupción, la indiferencia, la desinformación, la ignorancia y la simple mezquindad». Para eso Biden tiene que ganarse al ala progresista del partido, que apostó por Sanders en las primarias para hacer la revolución social. Obama les aseguró que su Gobierno será más progresista que el suyo, porque ni él mismo haría hoy la campaña del 2008. «Incluso antes de que esta pandemia pusiera el mundo del revés, estaba claro que necesitamos un cambio estructural» que acometa las desigualdades sociales.
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