Kamala Harris intentará alargar su ventaja en el debate con Trump a los dos meses que quedan de reñida carrera electoral

Los equipos demócrata y republicano muestran su inquietud por el empate técnico que se mantiene en las encuestas y que preludia un final de campaña donde ninguno de los candidatos podrá cometer errores

Mercedes Gallego

Enviada especial. Filadelfia

Miércoles, 11 de septiembre 2024, 06:58

Kamala Harris disfruta del triunfo que ha obtenido en el debate televisado con Donald Trump, aunque el tiempo de goce será realmente corto. En una campaña electoral donde los dos candidatos mantienen prácticamente un empate técnico en las encuestas, y esa dinámica no parece haber ... variado sustancialmente tras el cara a cara, la vicepresidenta es consciente de que no hay tiempo para festejos y que debe zabullirse de lleno en los menos de dos meses que quedan de carrera hacia las urnas si quiere sentarse en el mismo Despacho Oval que ahora ocupa Joe Biden. Sin actos extraordinarios que celebrar en las próximas semanas, a expensas de que demócratas y republicanos acuerden un nuevo debate, como ya han solicitado los primeros, el siguiente calendario de eventos estará caracterizado por los mítines, los mensajes, los anuncios publicitarios y el objetivo de movilizar y mantener motivado al electorado.

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El propósito de Harris pasa por intentar mantener esa posición de dominio sobre su rival que demostró en Filadelfia. Después de la ola de entusiasmo generada por la convención nacional de agosto y la primacía en el debate, la popularidad de la candidata ha aumentado, pero el tiempo que resta hasta los comicios hará que su efecto se diluya sustancialmente. ¿Debería mantener esa actitud exihibida en el plató de la ABC similar a la de un frontón ante las arremetidas de Trump? Necesariamente sí, pero los analistas sostienen que deberá alimentarla con nuevos elementos; entre ellos, continuar dándose a conocer y detallar su programa para los próximos cuatro años.

De Trump cabe pensar que en las semanas que restan hasta las elecciones seguirá haciendo de Trump. El peligro está en que eso le ha bastado hasta el momento. Camina parejo a Harris en los sondeos nacionales y en los Estados bisagra donde están llamados a resolverse los comicios (Arizona, Michigan, Pensilvania, Georgia, Wisconsin, Carolina del Norte y Nevada), el empate es técnico. Por lo tanto, ninguno de los aspirantes se puede permitir un error de aquí al 5 de noviembre y eso no es nada sencillo en una campaña tan tensa. Los politólogos creen que el magnate está enojado por la forma en que ha sido acorralado por Kamala Harris ante millones de telespectadores, pero no por la repercusión efectiva en las urnas que puede tener el debate a ocho semanas vista

La del martes era la primera vez en sus vidas que se veían las caras. El mundo entero estaba pendiente de cómo sería ese momento en el que los dos rivales entrasen en el escenario y se estrecharan la mano. Los candidatos lo habían calculado. Donald Trump caminó despacio, como un vaquero del oeste, mientras que Kamala Harris entró tan lanzada que no pudo encontrarse con él en el centro, sino que tuvo que llegar hasta donde su rival la esperaba para presentarse. Así es como nada más empezar se metió en su terreno y proporcionó la primera foto de aquel torreón de 1,83 metros con el ceño fruncido, que al final de la noche salía bufando del escenario.

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Las primeras respuestas acartonadas de la vicepresidenta, tensa y vacilante, no durarían mucho. Harris las traía estudiadas. Trump, por su parte, las ha repetido tantas veces en nueve años de campaña por su movimiento de Make America Great Again (MAGA) que no creyó necesario prepararse porque se sabe de memoria su propio discurso. La tensión de Harris se disipó en cuanto él mordió su primer cebo. Hillary Clinton le había dicho que «se le puede descolocar», y la fiscal fue a por él. Bastó con pincharle el ego, al decir que «la gente se va de sus mítines antes de que se acaben, exhaustos y aburridos», para que se esfumase el Trump de las respuestas disciplinadas, reemplazado por el de los disparates que Harris buscaba. Empezó hablando de economía y acabó acusando a los inmigrantes indocumentados de comerse «los perros y los gatos de la gente», literalmente. «Y en cuanto a los mítines, a los de ella no va nadie porque no tienen motivos para ir. Y los que van, los acarrea y les paga. Los míos son los más increíbles en la historia política», zanjó con su infantilismo habitual de niño emberrenchinado.

«Esta es la diferencia entre alguien preparado y alguien que no lo está», concluiría después el exgobernador de New Jersey, Chris Christie, que pasó de ser asesor de Trump en otras campañas, a convertirse en su rival durante las primarias. «Se ha metido en cada una de sus trampas. Después de esto los votantes la verán como una presidenta potencial. Más vale que Trump se ponga a trabajar, o perderá las elecciones», sentenció.

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Mentiras de odio

El moderador, David Muir, también había hecho sus deberes. Su cadena, anunció con seriedad, había hablado con la policía de Springfield (Ohio): «Dice no tener ninguna denuncia de mascotas a las que se les haya hecho daño, hayan sido heridas o abusadas por ningún individuo de la comunidad inmigrante», anunció. Las mentiras de odio sobre la inmigración eran el comodín que Trump traía preparado para tirar de él cada vez que estuviera en apuros, a sabiendas que, después de la economía, el crimen y la inmigración son los temas que más preocupan a los votantes. Juntos, como los pone Trump al convertirlos en cabeza de turco, al igual que hiciera en 2016 con los musulmanes, son una bomba de odio. Con Harris como presidenta, a la que acusa de ser una «comunista marxista», Estados Unidos será «Venezuela en esteroides», dramatizó.

Bastaba ver la cara sonriente de la vicepresidenta, situada en la mitad derecha de la pantalla por azar de una moneda, para saber que estaba consiguiendo su objetivo. «¡Hablando de extremismos!», se burló apuntándole. Eso sí, lo de que «va a confiscar vuestras armas» se lo tomó tan en serio que eligió robar tiempo de sus preciados dos minutos por repuesta para desmentirlo. «Walz y yo somos propietarios de armas. No vamos a quitarle las armas a nadie. Así que deja de mentir continuamente sobre estas cosas y contesta a lo que te han preguntado de la reforma sanitaria», le ordenó.

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La fórmula de espolearle para que mostrase a los 80 millones de espectadores potenciales que lo estarían viendo en directo su cara más oscura funcionó una y otra vez. Harris fue ganando confianza, dispuesta a aprovechar la oportunidad de presentarse ante el 28% de los estadounidenses que dijeron en la última encuesta de 'The New York Times' publicada el domingo no saber lo suficiente de ella como para forjarse una opinión. Se trataba también de refrescar la memoria sobre lo que fue la presidencia del magnate de tabloides, ahora normalizado por una amnesia colectiva que raya en la ceguera.

Desquiciado

«Lo que los estadounidenses han visto esta noche es a un expresidente malhumorado y desquiciado, frente a la visión de la vicepresidenta, una mujer competente y compasiva», resumiría después satisfecho su segundo de a bordo, el gobernador de Minnesota, Tim Walz. Tan orgullosos estaban los demócratas con la actuación de su candidata, que nada más terminar la pugna de dos tiempos, de 90 minutos cada uno, pidieron un segundo debate.

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Por si fuera poco, validada por ese contraste de propuestas, la cantante de moda, Taylor Swift, aprovechó ese momento para anunciar en un tuit que, después de ver el debate, votará por Harris y Waltz. «He hecho mis deberes, ahora haced vosotros los vuestros», conminó a sus seguidores. «Como votantes, aseguraros de ver y leer todo lo que podáis sobre las políticas que proponen».

En los próximos días, millones de estadounidenses se enterarán del debate por las pequeñas cápsulas que se repetirán en televisión y redes sociales. A Trump no le quedó más que recurrir a la que cree su mejor arma: él mismo. Apareció por sorpresa en la sala de prensa, ubicada a casi un kilómetro del National Constitution Center de Filadelfia, donde se celebró el debate, creando un revuelo espectacular en la llamada 'spin room', a la que acuden los pesos pesados de las campañas para vender a la prensa la victoria de su candidato. Robert F Kennedy Jr, Marco Rubio, Lara Trump… Ninguno podía acaparar tantas cámaras como el propio Trump, aunque las preguntas no fueran exactamente de su agrado. «¿Perdió usted el debate cuando empezó a hablar de inmigrantes que se comían a los perros?», querían saber los periodistas. «Estamos recibiendo un montón de buenas encuestas en las que hemos ganado por 90%, 60%, 72%… Las encuestas están que se salen. Y ella lo ha hecho tan mal que ahora quiere otro debate, porque ha quedado revoleada», concluyó en su realidad paralela. Falta saber si aceptará la revancha que le propone la campaña de Harris.

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