Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
No es muy exagerado llamar a Kamala Harris la mujer de las mil primeras veces. O la primera mujer de mil lugares. Porque fue la primera mujer fiscal de distrito de San Francisco. La primera mujer fiscal general de California. La primera mujer de color senadora por California. Y la primera vicepresidenta de Estados Unidos. «Sin duda, ser la primera supone estar bajo presión», reconocía en una entrevista en televisión. «Pero mi madre siempre me decía una cosa: puede que seas la primera en hacer muchas cosas, pero tienes que hacer todo lo posible para no ser la última. Y esa es una de las responsabilidades que me impongo», apostilló.
Ahora, tras la renuncia de Joe Biden a liderar el Partido Demócrata en las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre, Harris busca culminar esa carrera de primeras veces convirtiéndose en la primera mujer que dirige la mayor potencia mundial. «Mi intención es ganar la nominación. Haré lo que esté en mi mano por unir al Partido y a nuestra nación y vencer a Donald Trump y su extrema agenda política. Juntos lucharemos. Y juntos venceremos», sentenció Harris en el comunicado con el que recogía el guante que le dejó Biden con su apoyo. Solo unas horas después, ya había recaudado 50 millones de dólares para su candidatura.
50 millones de dólares
ha recaudado la candidatura de Kamala Harris en las primeras horas que han pasado desde que Joe Biden anunció que se retiraba de la carrera por la reelección.
Hará bien Trump, con quien Harris nunca se ha encontrado cara a cara, en tomarse la afrenta seriamente. Porque tras el afable rostro de la vicepresidenta se esconde una personalidad de hierro capaz de poner patas arriba el sistema. No en vano, Harris abogó por los derechos del colectivo LGTBI y en 2004 acabó oficiando la primera boda entre personas del mismo sexo en San Francisco; seis años después puso en su punto de mira a los buitres que se habían aprovechado de la crisis inmobiliaria y arrancó una compensación de 20.000 millones de dólares para quienes habían sido expropiados en California; y, ya como mano derecha del aún presidente, ha conseguido que la deuda médica no compute en la calificación crediticia de los ciudadanos, una métrica clave para acceder a préstamos, y ha condonado 160.000 millones de dólares de deuda estudiantil.
Kamala Harris nació en 1964 en Oakland, California, en el seno de una familia tan atípica como diversa. Su madre era Shyamala Gopalan, inmigrante india que llegó a Estados Unidos con 19 años y que dedicó su vida a combatir el cáncer. Su padre, Donald Harris, es un economista jamaicano. Los progenitores se conocieron en la Universidad de Berkeley, donde se manifestaban por los derechos civiles, y sus profesiones permitieron a Kamala -loto en sánscrito- y a su hermana menor llevar una vida acomodada incluso tras su divorcio, cuando la vicepresidenta tenía 7 años.
«Tuve una infancia maravillosa», recuerda. «Crecí en una casa que estaba llena de música, y recuerdo bailar canciones de Tina Turner con mi madre. En realidad, me doy cuenta de que tuve muchas madres: la mía, una segunda que nos cuidaba, un montón de tías... Y ahora trato de crear el mismo entorno con los hijos a mi alrededor, que son como los míos», afirma, en referencia a la estrecha relación que la une a sus dos hijastros, Cole y Ella Emhoff, de 30 y 25 años respectivamente. «Cuando Doug y yo nos casamos, coincidimos en que no nos gustaba el término madrastra y me dieron el sobrenombre de Momala», cuenta con una sonrisa.
Harris y Emhoff llevan diez años casados, y a ella no le importa recordar en público cómo se conocieron: «Mi mejor amiga nos montó una cita a ciegas». Desde entonces, la familia ha estado supeditada al trabajo de Harris. «Cada domingo nos reunimos con la agenda para saber dónde vamos a estar durante la próxima semana. Sé que parece terrible, pero este es año electoral y les he avisado a mi familia y a mis mejores amigos de que no voy a estar mucho con ellos», confesó en uno de los muchos programas vespertinos en los que ha dejado patente su gran sentido del humor antes de que supiera que su carrera no iba a ser por el segundo puesto sino por el liderato. Eso sí, hay algo a lo que no va a renunciar: «La cena familiar del domingo no es negociable. Esa es la rutina que no voy a cambiar». Va a tener difícil mantener esa promesa, sobre todo si logra su objetivo de habitar la Casa Blanca.
Harris reconoce que cuando se convirtió en vicepresidenta y recibió las credenciales para acceder a todo tipo de documentos secretos, se interesó por varios asuntos en los que tenía curiosidad. Pero ríe y se encoge de hombros cuando se le pregunta por cuáles son. Ni siquiera se lo dice a su marido. «Prefiere que no se los cuente, porque le gusta dormir», justifica.
Resulta evidente que la presidencia no le vendría grande. De hecho, en los tres años como mano derecha de Biden se ha visto con más de un centenar de líderes mundiales y ha puesto en marcha multitud de políticas domésticas destinadas a reducir la desigualdad y fortalecer el papel de la mujer. Todo desde un despacho en el que, aparte de las típicas fotografías enmarcadas, solo ha introducido un elemento propio: el busto de Thurgood Marshall, el primer afroamericano que llegó a ser juez del Tribunal Supremo, un puesto para el que muchos creen que iba encaminada.
Aunque los vicepresidentes tradicionalmente se mantienen en un discreto segundo plano, los estadounidenses conocen bien las políticas que Harris quiere poner en práctica. En el plano doméstico hay varios frentes en los que entraría como elefante en cacharrería. El de las armas es uno de ellos. «Había una prohibición sobre las armas de asalto. Ha expirado y deberíamos renovarla», afirma tajante, más aún tras el intento de asesinato de Trump con un fusil AR-15 que, en su opinión, no debería estar en manos de civiles.
Pero su verdadero caballo de batalla son los derechos reproductivos de las mujeres, que considera en peligro tras la criminalización del aborto en numerosos estados. «Es culpa de Donald Trump, que puso tres jueces en el Supremo precisamente para acabar con esos derechos. Muchos estados han criminalizado a doctores y enfermeros que ayudan a las mujeres, sin diferenciar siquiera si han sido víctima de violaciones o de incesto», acusa.
Kamala Harris
Este es un asunto que toca la fibra más sensible de Harris. «Una de las razones de que me hiciese fiscal fue que mi mejor amiga del instituto estaba siendo abusada por su padrastro. Vino a vivir con nosotros y decidí que quería dedicarme a proteger a niños y mujeres», recuerda, subrayando que «el Gobierno no puede decirte qué hacer con tu cuerpo» y que la situación actual demuestra cómo «los derechos por los que hemos luchado solo perdurarán si vigilamos que se cumplen y los protegemos».
Algo similar piensa sobre la legalización de la marihuana. Es más, incluso hay una variedad que lleva su nombre: Kamala Kush. «Nadie debería ir a prisión por fumar porros. Tenemos que destinar más recursos a la epidemia de opioides, al fentanilo, a la salud mental», señala, incidiendo en su estrategia de abrir el campo de visión para buscar soluciones duraderas. Lo quiere hacer también con la inmigración. «No es ningún secreto que nuestro sistema está roto. A corto plazo necesitamos una política de fronteras segura, ordenada y humana. A largo plazo, hay que invertir en una solución para la raíz del problema de la migración», afirma.
Si Harris finalmente es nominada como candidata demócrata, el candidato republicano tendrá que enfrentarse a una gran oradora curtida en los tribunales que simboliza su antítesis. «Trump admira a los dictadores y le encantaría ser uno. Es un hipócrita», dice de él. Y por eso reafirma su apoyo a Ucrania frente a Rusia: «El mundo espera de nosotros que luchemos por la democracia y contra la corrupción». No obstante, su estilo será muy diferente al de su rival. Porque a Harris no le gusta pelearse en el fango: «Tenemos que medir nuestra fuerza no por las personas a las que batimos sino por aquellos a quienes sacamos adelante».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.