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javier guillenea
Martes, 2 de enero 2018, 01:04
Un laboratorio de alta seguridad biológica es seguro hasta que deja de serlo. En 2014, un científico que estaba limpiando un almacén en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, en Bethesda, encontró 16 frascos con el virus de la viruela en una caja ... de cartón rellena de algodones y en una sala que estaba a unos cuatro grados centígrados. Ese mismo año se supo que 86 trabajadores de un centro para el control y prevención de enfermedades de EE UU habían estado expuestos a la bacteria del ántrax por un fallo humano.
Cualquier despiste puede liberar un virus y provocar una catástrofe. Al menos, eso es lo que pensó entonces el Gobierno de Barack Obama, que retiró la financiación a la investigación de este tipo de cepas para hacerlas más transmisibles y letales. Tres años después, esta decisión ha sido revocada. Los laboratorios podrán experimentar con los causantes de las enfermedades más peligrosas del mundo para que sean aún más peligrosas. Podrán producir cepas de gripe, del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARG) y del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), que mata a más del 30% de los infectados. Todo ello, entre grandes medidas de seguridad, para evitar despistes como dejar muestras de ántrax sin cerrar o utilizar por error un desinfectante caducado, que es algo que ya ha ocurrido en laboratorios que fueron seguros hasta que dejaron de serlo.
51 son los laboratorios de seguridad biológica de nivel 4, , el más elevado, que existen en el mundo. Estados Unidos es el país que cuenta con un mayor número de instalaciones de este tipo (16). Estas cifras son las oficiales. En realidad, se desconoce si existen laboratorios secretos, pero es algo que se da por hecho.
España. La mayor instalación de alta seguridad biológica en España se halla en el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), que cuenta con laboratorios de niveles 3 y 3+ (aptos para manejar agentes que pueden transmitirse entre animales y seres humanos, como el virus West Nile o el de la fiebre del valle del Rift) y P4 agri, dotado de medidas de contención para manejar agentes patógenos de grave impacto para la ganadería. No hay ningún laboratorio del máximo nivel.
Lyon. El laboratorio P4 Inserm-Jean Mérieux de Lyon es el más grande en Europa dentro de su categoría. En las cámaras de sus instalaciones, los investigadores trabajan con agentes patógenos como los virus del Ébola, de Marburg, Nipah, Hendra, la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo o el virus Lassa, que poseen tasas de mortalidad muy elevadas y para los que no existen métodos profilácticos como vacunas o tratamientos.
La imagen de un científico protegido de pies a cabeza por un traje hermético y una escafandra mientras trata de crear un virus capaz de matar a toda la humanidad es real. Y no es uno, sino muchos, quienes lo intentan. Por suerte, su misión no es destruir el mundo, sino salvarlo. La suya es una constante carrera para adelantarse a la capacidad de mutar de los virus. Lo que hacen es crear cepas resistentes a las medicinas más potentes e intentar descubrir nuevos métodos para combatirlas. Se trata de ir un paso por delante de los virus, de prever sus mutaciones y descubrir sus puntos débiles antes de que aparezcan en la naturaleza.
Este tipo de estudios fue lo que se prohibió y ahora vuelve a permitirse en Estados Unidos. La medida ha sido acogida con disparidad de opiniones en el mundo científico, que se pregunta si vale la pena correr el riesgo de dejar suelto un virus letal aunque haya sido creado para salvar vidas. Quienes defienden el levantamiento de las restricciones sostienen que los experimentos son necesarios para comprender los peligros que plantean los virus que aún no se pueden asociar con enfermedades, así como la forma en que se propagan. Para ellos, la mejor manera de hacer frente al enemigo es conocerlo.
Los críticos se preguntan, por el contrario, si ese mismo problema que se intenta combatir no lo estará generando el ser humano; si al producir virus cada vez más sofisticados y resistentes no se está jugando con la evolución. Se cuestionan si vale la pena crear un monstruo que no solo se nos puede ir de las manos, sino que puede acabar en las de otros.
En 2012, la Administración de Estados Unidos canceló las investigaciones de la cepa H5N1, causante de la gripe aviar, preocupada ante la posibilidad de que los resultados de los estudios pudieran ser utilizados por grupos terroristas. En 2014, el virólogo Yoshihiro Kawaoka creó en su laboratorio de Wisconsin una nueva cepa del virus de la gripe aviar resistente al sistema inmune. El investigador aseguró que la finalidad de su experimento era mejorar el diseño de nuevas vacunas, pero parte de la comunidad científica contuvo el aliento. Un error podría dejar libre un virus más letal que el de la gripe española, que en 1918 acabó con la vida de millones de personas.
Para eliminar cualquier posibilidad de un calamitoso accidente, el levantamiento de la prohibición de investigar con virus letales está sujeto a férreas condiciones. La institución donde se realicen los experimentos deberá demostrar que son éticamente justificables y que existe un peligro evidente de que el patógeno que se propone estudiar puede causar una pandemia humana. También tendrá que probar su capacidad de reacción ante un error fatal.
Los laboratorios de bioseguridad más herméticos, los de nivel 4, cuentan con trajes especiales para los investigadores, filtros, sistemas de descontaminación y todo lo que la mente humana haya podido idear para evitar cualquier tipo de fuga. Son burbujas a prueba de terremotos en las que los virus campan a sus anchas. Todo está pensado para evitar que escapen. Son la prisión perfecta. Pero, en 2007, una cepa del Síndrome Respiratorio Agudo Grave se escapó de un laboratorio en Pekín. El virus infectó a nueve personas hasta que su propagación pudo ser detenida. El laboratorio era de máxima seguridad, había sido diseñado para que nada saliera de sus paredes. Pero salió.
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