Tras su exitosa intervención para forzar un alto el fuego en Gaza, Donald Trump busca ahora conseguir la paz en Ucrania. Pero se ha encontrado con aristas mucho más duras que las de Israel y Hamás. Su primera intención era que comenzará una negociación seria ... antes de la investidura; luego anunció que lo lograría en las 24 horas siguientes a la juramentación, y ahora su afán es sentar a dialogar a Volodímir Zelenski y Vladímir Putin antes de que la guerra cumpla tres años el próximo 24 de febrero. O, como mal menor, en un plazo de cien días.
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La invasión entra ya casi en su cuarto año derrochando sangre. El 52% de los ucranianos está a favor de que acabe. El 18% del territorio está en manos de Moscú. El ejército de Kiev tiene problemas cada vez más graves de reclutamiento y ha blindado las fronteras para evitar las deserciones. Rusia es más grande y fuerte, pero sus muertos también son gigantescos según Kiev y otros observadores internacionales -430.000 fallecidos, 150.000 solo en 2024-, mientras su sociedad entra en un nuevo año de economía de guerra. El conflicto se asoma a una cuarta campaña convertido en un mecanismo de masacrar vidas humanas una tras otra sin un futuro más allá del hundimiento por desgaste.
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Acabar con ese porvenir es el objetivo estrella de la política exterior de Trump y en la Casa Blanca andan molestos porque todavía no hay frutos. También se rumorea que el republicano quiere sumar méritos con vista a una posible propuesta para el Nobel de la Paz, aunque parece difícil tras una durísima política migratoria en ciernes y el indulto a más de 1.200 implicados en el asalto al Capitolio. Por un motivo u otro, el caso es que ayer explotó.
En un mensaje publicado en su red social, Trump hizo desayunar a los estadounidenses urgiendo al presidente Putin a «detener esa guerra ridícula», ya sea «por las buenas o por las malas». Hay una diferencia respecto a su predecesor, Joe Biden, quien entendió desde el primer momento que «por las malas» consistía en armar una y otra vez a Ucrania para que sus tropas siguieran combatiendo. El nuevo presidente habla en cambio de aranceles, en sintonía con el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, más proclive a la diplomacia y el lenguaje de la economía que a continuar enviando arsenales «sin un objetivo claro».
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24 de febrero
es la fecha en la que la guerra entre Ucrania y Rusia entrará en su cuarto año.
Trump lo adelantó el martes cuando insinuó que actuaría con todo tipo de presiones financieras sobre Moscú. Ayer lo confirmó, pero además extendió la amenaza de «imponer altos niveles de impuestos, sanciones y aranceles» a «todo lo que Rusia venda a Estados Unidos» a los productos de «otros países participantes» (colaboradores) con el Kremlin, probablemente dos de ellos China e India. compradores del petroleo ruso. Moscú exporta a EE UU uranio, titanio y níquel, aparte de cereal y otras mercancías, aunque su comercio es diez menor que antes de la invasión.
La presión del líder estadounidense no resulta, sin embargo, comparable con la que ha ejercido con el primer ministro israelí para que el alto el fuego en Gaza se materializara en menos de quince días. «No busco hacer daño a Rusia. Amo al pueblo ruso y siempre he tenido una muy buena relación con el presidente Putin, y esto a pesar de la farsa de la izquierda radical: Rusia, Rusia, Rusia», suavizó Trump, que incluso recordó la ayuda soviética para ganar la Segunda Guerra Mundial. «Dicho esto, voy a hacerle a Rusia, cuya economía está fallando, y al presidente Putin, un gran favor: lleguen a un acuerdo ahora». «La manera fácil siempre es mejor».
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Las respuestas, por ahora, no parecen satisfactorias, Zelenski lanzá la pelota a la cabeza del inquilino de la Casa Blanca. En dos intervenciones sucesivas ha dicho que la paz en su país requiere de la presencia de tropas estadounidenses y de su ingreso en la OTAN. «Si el presidente Trump quiere ver a Ucrania en la OTAN, todos lo apoyarán; si él no está preparado para ello, no estaremos en la OTAN», ha dicho, no sin apelar al ego de su homólogo. «El fin de la guerra debería ser la victoria de Trump, no la de Putin. Putin no es nadie para él».
El líder ruso parece entender la llegada de Trump como una ocasión, aunque Moscú respondió ayer a su mensaje diciéndole que está en sus manos «detener la política maliciosa» que, en versión propia, les obligó a promover la invasión para que supuestamente la OTAN no acabara implantada ante su frontera. El embajador adjunto ante la ONU, Dimitri Polyanskiy, comentó que el Kremlin esperará a conocer qué «entiende» Washington por un «acuerdo».
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El teniente general retirado Keith Kellogg tiene una ardua tarea por delante. Es el enviado especial de la Casa Blanca a tender puentes. A su alrededor existen muy pocas expectativas de que logre prender la mecha de una negociación a corto plazo. No es diplomático, pero ha dedicado estos tres últimos años a estudiar en profundidad la invasión, siempre desde una perpectiva conservadora. Kellogg conoció a Trump en 2015. Le propuso ser su asesor sin sueldo. Cuando el magnate ganó sus primeras elecciones, le nombró jefe de gabinete del Consejo de Seguridad Nacional. Ahora su función consiste en asesorar al presidente sobre esta guerra, aunque todos en la Casa Blanca sospechan que será Trump quien realmente lo controle todo.
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