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mercedes gallego
Corresponsal. Nueva York
Sábado, 13 de junio 2020, 19:46
No hay duda de que 2020 es un gran acelerador en el que todo se mueve a velocidad viral. Hace dos semanas David Boehnke hablaba a este periódico de «desfinanciar» a la Policía, una propuesta tan reducida a grupos muy progresistas que ni siquiera llegó ... a reflejarse en el texto. Hoy es 'vox populi'.
Ha hecho falta que la indignación prenda como la pólvora por todo el país, que unos cuantos quemen y saqueen las grandes ciudades de EE UU y que muchos millones se lancen a la calle para exigir justicia por el asesinato George Floyd y de tantos afroamericanos que mueren a manos de la Policía. En esas manifestaciones que siguen desfilando pacíficamente, el cartel de 'Defund the Police' se ha vuelto recurrente. Se ve en las cestas de las bicicletas que cruzan cada día el Puente de Brooklyn, en las mochilas de quienes se atreven a coger el metro y los tablones con que se han apuntalado puertas y escaparates para evitar saqueos. Esos improvisados murales urbanos recogen la filosofía del cambio. No son solo mentideros públicos en los que se desahoga la rabia, sino un foro que refleja el sentir de una sociedad que ha dicho 'ya basta'.
Eliminar la financiación a los cuerpos policiales es un concepto tan escalofriante que ha frenado en seco a muchos de los que forman parte por primera vez de una manifestación bajo el eslogan de 'Black Lives Matter' (Las vidas de los negros importan). El expresidente Joe Biden, el senador Mitt Romney y tantos otros miembros del 'establishment' político se han apresurado a distanciarse de esa petición con la misma rapidez con la que se sumaron al clamor por la justicia racial.
6.000 millones de dólares (unos 5.330 millones de euros) es el presupuesto de la Policía de Nueva York. El concejo de la ciudad se planteó este sábado recortar esta cantidad para el ejercicio fiscal 2021.
Población reclusa. Con 2,2 millones de reos, es la mayor del mundo. Cada preso cuesta una media de 31.000 dólares al año.
Propuesta. La ciudad de Camden, New Jersey, deshizo su Policía en 2015 y la convirtió en una policía comunitaria. Los crímenes violentos bajaron un 24%.
En la mente de muchos, aplicar esta política significa que cuando estén en peligro y llamen a la Policía no encontrarán a nadie del otro lado. Momento de pánico que Donald Trump ya ha aprovechado para denunciar a «la izquierda radical» y dibujar el mundo apocalíptico del que se erige como salvador. El miedo colectivo siempre ha sido su principal arma electoral y él es la mano dura que hace falta para poner freno a la amenaza. Por eso muchos se han apresurado a aclarar que 'Defund the Police' no significa eliminar a los cuerpos policiales o retirarles por completo el presupuesto, sino reimaginar su función redirigiendo la ingente financiación que reciben a otros proyectos sociales más útiles y menos peligrosos. Muchos incluso piden que se cambie el término por otro que asuste menos. Y eso es precisamente lo que asusta a Boehnke.
«Lo que me da miedo es que desvirtúen tanto la idea que acabe perdiendo la esencia», cuenta. «Prefiero arriesgarme a asustar a la gente y tener el debate de lo que verdaderamente significa. Estoy convencido de que si tengo la oportunidad de explicarlo podría conseguir que el 95% de la gente esté de acuerdo de alguna manera y encontremos soluciones comunes».
La conversación sería larga. Habría que empezar preguntándose por qué EE UU tiene el mayor cuerpo policial del mundo fuera de Asia, donde China e India tienen cuatro veces más habitantes. Y aun así, la población presidiarios de EE UU es la mayor del mundo en términos absolutos, con medio millón de reos más que China. Seguir cuestionándose por qué es el sexto país que más gente ejecuta, después de Arabia Saudí, Irán, Irak y Egipto -los datos de China son desconocidos, pero se asumen mayores que los de EE UU-. Y acabar remontándose al 'Nacimiento de una Nación', la película muda que en 1915 sembró la semilla del miedo hacia los negros pintándolos como animales que atacaban sexualmente a las mujeres blancas. Fue un éxito de taquilla, el presidente Woodrow Wilson lo proyectó en la Casa Blanca y se le atribuye haber inspirado el renacer del Ku Klux Klan, que copió de la película las cruces en llamas durante los linchamientos.
Desde Nixon hasta Bill Clinton, los presidentes de EE UU han utilizado el miedo a la delincuencia como arma electoral presentándose como ese hombre duro que ahora interpreta Trump. «En 1968, en pleno apogeo de las protestas contra la Guerra de Vietnam, la Casa Blanca de Nixon tenía dos enemigos: la izquierda pacifista y los negros que luchaban por los derechos civiles», confesó en una entrevista a la revista 'Harper', desenterrada tras su muerte, John Ehrlichman, asesor de política doméstica de Nixon. «Sabíamos que no podíamos ilegalizar las protestas, pero al asociar públicamente a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína podíamos criminalizar ambas con dureza y perturbar a esas comunidades. Arrestar a sus líderes, registrar sus casas, interrumpir las reuniones y vilipendiarlos noche tras noche en las noticias», admite sin remordimientos en la grabación reproducida en el documental '13th', que repasa 150 años de opresión carcelaria y estuvo nominado en 2017 para los Oscar. «¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? ¡Por supuesto que sí!».
El sentir general, sin confirmar, acusa al FBI de haber introducido el LSD entre los hippies para combatir a los «comunistas» y el crack en los barrios afroamericanos para justificar la mano dura. Lo que sin duda es cierto es que cuanto más aumentaba la política de 'tolerancia cero' con sentencias desproporcionadas, más aumentaba la población presidiaria, que de juntarse en un solo lugar constituiría hoy la cuarta de EE UU, por detrás de Nueva York, Los Angeles y Chicago y por delante de Houston. Son 2,2 millones de reos, que según el Instituto Vera de Justicia cuestan una media de 31.000 dólares al año cada uno, y en algunos Estados hasta 60.000.
La Policía es el brazo armado que alimenta ese gran negocio de las prisiones, privatizadas en 27 Estados donde se explota a los reos como mano de obra barata y consumidores forzados. Victoria Secret, Microsoft, Starbucks, Walmart y Whole Foods son algunas de las grandes empresas que pagan céntimos la hora a presos que tienen que pagar un dólar por minuto para hacer una llamada telefónica. Todo, desde el papel higiénico al cepillo de dientes, se les cobra a precio de oro para mantener los beneficios.
Pese a ser el 12% de la población, los afroamericanos adultos suponen el 33% de esa prisión carcelaria, considerada una nueva forma de esclavitud. Un negro en EE UU tiene cinco veces más posibilidades de ir a la cárcel que un blanco y recibirá penas más severas por los mismos delitos.
Mantener ese cuerpo no es barato. Una ciudad como Nueva York, con 8,3 millones de habitantes, tiene casi 40.000 agentes de Policía, frente a los 7.000 de Madrid, con 6,6 millones de habitantes. Financiarlo cuesta a los contribuyentes casi 6.000 millones de dólares al año, mientras que Madrid desembolsa apenas 377 millones de euros, tras el incremento presupuestario del último año. Si se sumara todo lo que Nueva York gasta en albergues, comedores sociales, viviendas de protección oficial y servicios para los sin techo, todavía sería cuatro veces menos que el presupuesto policial.
«¿Y todo, para qué?», se pregunta Boehnke. «Tres cuartas partes de las llamadas que recibe el (servicio de emergencia) 311 son para quejas que no necesitan ni esposas ni pistolas». Su propuesta es derivar parte de esos fondos policiales a programas preventivos y pagar a trabajadores sociales y expertos en salud mental para que se ocupen de esos problemas. «Siempre habrá casos en los que se necesite responder con violencia a la violencia», admite, «pero es mejor invertir en prevención que tener a la gente oprimida por quienes se supone que deben protegernos».
En 2015 Barack Obama eligió una pequeña ciudad de New Jersey, que el año antes había sido la más peligrosa de EE UU, para anunciar que su Gobierno no transferiría más equipo militar a los cuerpos policiales. Camden había hecho algo «impensable» y «prometedor» para todo el país, dijo el primer presidente afroamericano. Había tenido la audacia de disolver el cuerpo de Policía y empezar de nuevo con un modelo de 'Policía comunitaria'.
«Fundamentamos el nuevo cuerpo en tres pilares», explicó esta semana el jefe de Policía Scott Thomson, que lideró aquella reforma. «Cada nuevo miembro de esta organización iba a ser más un guardián que un guerrero. Íbamos a involucrarnos en empoderar a la comunidad y desescalar los incidentes. Y exigíamos respuestas que se identificasen más con ser miembros de un cuerpo de paz que de fuerzas especiales».
El resultado de «equiparar el valor a la compasión», en palabras de Obama, fue que los crímenes violentos bajaron un 24%, los asesinatos un 47%, las ventas de drogas en la calle un 65% y la respuesta de la Policía a llamadas de emergencia se redujo de una hora a cinco minutos. «Y lo más importante de todo», sentenció el mandatario, «creció la confianza entre la Policía y los residentes de la ciudad».
Minneapolis, donde murió George Floyd, está tratando de implantar el modelo de Camden que ha sido cuestionado por muchos, especialmente por los sindicatos de Policía, que ejercen un férreo control sobre los contratos y garantizan la impunidad de los agentes, pero la idea de acabar con una sociedad que abusa sistemáticamente de los servicios policiales para funciones que no les corresponden gana terreno. Hasta los maestros que no logran que los niños les obedezcan llaman a la Policía, dando lugar a indignantes vídeos virales en los que agentes armados arrancan al niño de su pupitre.
Luego vienen las demandas. Nueva York destinó el año pasado el 36% del presupuesto policial a pagar indemnizaciones. La idea de reemplazar un buen número de agentes con asistentes sociales y trabajadores comunitarios que les acompañen en los coches patrulla y se ocupen de problemas de violencia doméstica, enfermos mentales y denuncias menores no es tan radical como parece. Houston ya implementó un programa parecido que permitió reducir drásticamente las detenciones.
George Floyd no hubiera tenido que morir por un billete falso de 20 dólares, ni Javier Ambler por no cambiar las luces del coche, ni Sandra Bland por no apagar el cigarrillo, ni… La lista es larga. Las soluciones, menos.
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