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Hace poco más de una semana, concretamente el 12 de marzo, el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, causaba estupor con un dramático discurso mientras sus vecinos europeos se blindaban frente al coronavirus. «Debo sincerarme con ustedes, con el pueblo británico: muchas familias van a perder a sus seres queridos antes de tiempo», aseguró, bajo el argumento de que «si se introdujesen medidas demasiado pronto para impedirlo terminarían siendo inefectivas». ¿El motivo? Que las personas «ignorarían las normas en el momento en que fuesen esenciales».
Aunque el propio Johnson ha negado de forma insistente un cambio de rumbo, lo cierto es que la peligrosa estrategia inicial del inquilino de Downing Street de no salir al paso con rotundidad ante la pandemia ha dado un giro tras una avalancha de críticas. Pero aunque la política del Gobierno británico vaya ahora en línea con la del resto de países europeos, en muchos ciudadanos sigue retumbando el desconcertante mensaje de Johnson, cuando junto a su principal asesor científico, Sir Patrick Wallance, daban como «buen resultado» que hubiera 20.000 muertos en Reino Unido dadas las «terribles circunstancias» del coronavirus.
Aparte del tétrico pronóstico de Johnson, también desató una profunda consternación en la sociedad británica la tesis de que debía permitirse el contagio «del 60% de la población para alcanzar la inmunidad del grupo». De la misma manera, le han llovido reprimendas al 'premier' por no establecer prohibiciones claras, y optar por «recomendaciones, sugerencias y peticiones». «Somos una democracia madura y liberal en la que la gente entiende el consejo que se le está dando», ha afirmado.
El viernes, Johnson dio un paso adelante ordenando el cierre inmediato de todos los pubs, restaurantes, cafeterías y gimnasios, para reducir el número de nuevos contagios. «Necesitamos poner obstáculos más firmes en la curva de transmisión», reconoció al fin.
4.094 infectados
233 muertos
Mucho han cambiado las cosas en Estados Unidos desde que hace poco más de quince días un bromista Donald Trump confesaba en una reunión en la Casa Blanca con los principales directivos de las aerolíneas cuánto echaba de menos tocarse la cara. «No lo hago desde hace semanas», se lamentaba mientras se atrevía a contradecir la tasa de mortalidad del coronavirus establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Diría que el número está por debajo del 1%, basándome en conversaciones con mucha gente», afirmaba.
El escenario que hoy vive Estados Unidos dista mucho de aquella previsión optimista del presidente. Los muertos superan ya los doscientos y los infectados se suman por cientos cada día y rondan los 22.000. Esa «nueva farsa» que los demócratas habían «politizado», según Trump, es ahora el «enemigo invisible», el «virus chino» que le ha llevado a declarar el estado de alarma en todo el país. «Siempre he creído que esto es algo muy grave. No hay diferencias ahora con respecto a los días anteriores. Siento que el tono es similar, pero algunas personas creen que no lo es», se defiende.
Trump, que desde hace tiempo presume de liderar una rebelión contra las 'fake news', hace menos de un mes se aventuraba a decir que el brote desaparecería «en abril». «El calor mata este tipo de virus», incidía. Al mismo tiempo, el pasado 5 de marzo, manifestaba que «en un par de días» el número de infectados se reduciría «casi a cero».
La realidad hoy es bien distinta, con uno de cada cinco americanos recluido en su casa. Las tres principales ciudades del país -Nueva York, Los Ángeles y Chicago- están en cuarentena y se han cerrado las escuelas, bares y restaurantes en 45 Estados. Se ha reforzado la frontera con México, restringiendo los viajes no esenciales y de turismo. Mientras la comunidad científica avisa que habrá que esperar al menos un año para lograr una vacuna efectiva, Trump, en su burbuja, promete que habrá una «pronto».
26.904 infectados
348 muertos
La batalla del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, contra el Covid-19 se libra en un campo más abonado al esoterismo y a la espiritualidad que a las propias evidencias científicas. Mientras en buena parte del mundo se han limitado los contactos entre personas, AMLO -como se conoce popularmente al mandatario- se niega a prescindir de sus cálidas y efusivas muestras de afecto con el pueblo azteca. «Lo del coronavirus y eso de que uno no se puede abrazar… Hay que abrazarse, no pasa nada. Nada de confrontación ni de pleitos», asegura.
El líder izquierdista, de 66 años, está convencido de que México está bendecido y el virus no hará mella en su país, si bien ya se han registrado dos muertos, los positivos ascienden a 250 y hay cientos de casos sospechosos. «No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias, nada de eso», dijo en una visita celebrada el pasado fin de semana en la Costa China del Estado de Guerrero, donde repartió infinidad de besos y abrazos, lo que provocó airadas reacciones ya que desde el pasado 28 de febrero la Secretaría de Salud recomienda no hacerlo.
Obrador, sin embargo, ya ha dejado claro que seguirá con sus mítines y no escatimará en muestras de afecto, hasta que los médicos se lo prohíban. El presidente mexicano insiste en que «la honestidad es lo que protege, el no permitir la corrupción». Por si acaso, no lucha solo. Cuenta con amuletos protectores: la oración 'Detente enemigo, el corazón de Jesús está conmigo', un billete de dos dólares y un trébol de cuatro hojas. «Son mis guardaespaldas».
Sea como fuere, si algo ha recalcado López Obrador es que está «tranquilo y sereno». Ayer volvió a pedir a la población que «tenga confianza» y dijo que si no se han tomado medidas más drásticas es para evitar que haya psicosis. Adelantó además que su Gobierno afinará un plan contra el virus mañana. En ese sentido, una jueza federal de Ciudad de México le ordenó ayer que adopte todas las medidas necesarias para detectar a las personas infectadas.
251 infectados
2 muertos
«No se sorprendan si la próxima semana me ven en un subterráneo de Sao Paulo en hora punta, o en una barcaza en Río de Janeiro». Quien así de despreocupado se expresa no es otro que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en plena pandemia del coronavirus. Pese a que su país es ya uno de los más afectados por la enfermedad en el continente americano, las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del propio Ministerio de Salud parecen caer en saco roto en lo que al líder ultraderechista se refiere.
Oídos sordos. Eso es lo que ha hecho hasta ahora Bolsonaro, de 64 años y con casi una veintena de miembros de su personal contagiados. Entre ellos figuran varios responsables de su Gobierno como el ministro de Minas y Energía y el de Seguridad Institucional, además de miembros de una comitiva que, encabezada por él, se reunió en marzo con el presidente estadounidense, Donald Trump. Ambos líderes no dudaron en estrecharse las manos y saltarse la distancia de seguridad.
Volvió a despreciar la emergencia sanitaria cuando hace una semana animó a sus seguidores a manifestarse en Brasilia contra el Congreso y la Corte Suprema. No satisfecho con ello, salió del palacio presidencial para abrazarse con sus simpatizantes. Ese gesto provocó una avalancha de críticas y tres solicitudes de 'impeachment' contra el presidente por fomentar una conducta irresponsable.
«Este virus ha traído histeria y algunos gobernadores, a mi entender, están tomando medidas que van a perjudicar mucho a nuestra economía», ha insistido el presidente brasileño. Su receta para paliar la crisis es mantener la normalidad y la tranquilidad. Y eso es precisamente lo que hará este fin de semana, en el que se dispone a celebrar su cumpleaños. «Yo cumplo 65 años el día 21 y mi esposa el día 22. Son dos días de fiesta».
Río de Janeiro y Sao Paulo, ciudades donde se concentra el mayor número de casos, se han desmarcado del Gobierno federal y han decretado el estado de emergencia, con el cierre de colegios, comercios y atracciones turísticas.
1.201 infectados
18 muertos
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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