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CARLOS BENITO
Jueves, 8 de noviembre 2018, 00:29
Lo peor de que Dennis Hof haya ganado su escaño después de muerto es que no podremos escuchar sus comentarios, que seguramente habrían resultado bastante entretenidos. Hof, propietario de siete de los únicos diecisiete burdeles legales de Estados Unidos falleció a mediados del mes pasado, ... tras el fiestón que organizó por su 72 cumpleaños: lo encontró inconsciente el mítico actor porno Ron Jeremy, que estaba entre los invitados. Para entonces, el chulo más famoso de América ya se había presentado como candidato republicano a la asamblea legislativa de Nevada, y su inevitable ausencia en los actos de campaña no le ha impedido ganar a su oponente demócrata.
Dennis Hof siempre fue un exitoso charlatán que aplicó sus inagotables estrategias de embaucador al negocio del sexo. En Estados Unidos, los burdeles solo son legales en los condados menos poblados de Nevada, donde el negocio tiene gran arraigo desde que se establecieron allí los primeros mineros, y aun así están sometidos a restricciones como la de no poder publicitarse, pero Hof supo encontrar otras vías hacia la notoriedad mucho más efectivas que los viejos anuncios, que lo hicieron famoso en todo el país: «Mi imagen pública es la de este tipo que bebe champán, fuma puros, va al trabajo por la mañana, se tira a diez o quince chicas, tiene un par de reuniones, vuelve al bar, se toma unas cuantas bebidas más y se tira a otras cinco o diez chicas», resumió en la revista 'Details' este hombre «con nervios de acero y cojones de búfalo», sin añadir grandes desmentidos.
Dennis Hof venía de una familia humilde de Arizona y tuvo su primer empleo en una gasolinera. Pronto se compró su propia estación de servicio, al cabo de unos años ya poseía cinco y en 1972 descubrió el sector del relax: había escasez de petróleo, con interminables colas frente a los surtidores, y Hof llegó a un acuerdo con una casa de masajes, por el que reservaba combustible a las trabajadoras a cambio de servicios gratuitos. Experimentó una iluminación de la que jamás se ha repuesto, que le llevó a invertir un millón de dólares en el Bunny Ranch y a emprender su personal actualización del negocio: permitió la entrada a clientas y parejas, con el objetivo de compatibilizar el mercadeo sexual con la atracción turística, y empezó a dar una campanada tras otra con sus tretas circenses en materia de relaciones públicas.
¿Ejemplos? Hay tantos... Dennis Hof contrató como chófer y camarero a John Bobbitt, aquel desgraciado al que su esposa cercenó el falo, que después acabaría haciendo pelis porno como 'Frankenpenis'. Dennis Hof ofreció sexo gratis a los primeros cincuenta veteranos de Irak que se presentasen en el burdel. Y, en fin, Dennis Hof organizó el concurso 'Échale un polvo a mi abuelo', en el que se impuso Johnny Orris, un encantador caballero de 86 años que llevaba ya una década de viudez y abstinencia. El premio era acostarse con dos chicas, así que Johnny acudió al Bunny Ranch, eligió a sus favoritas -Caressa Kisses y Vanity- y decidió acumular fuerzas antes de la fiesta zampándose un buen filete. Se atragantó con la carne y murió, y lo peor es que su nieto, que le había presentado al concurso y le hacía de acompañante, decidió no desperdiciar el bono del premio y lo usó aquella misma tarde.
Pero no nos desviemos: Hof, algo así como la voz del sexo industrial en Estados Unidos, lo mismo hablaba de sus experiencias de cama con cuatro mil mujeres (sí, 4.000) que opinaba sobre algún congresista pillado en falta. Llegó a dar una conferencia en la Universidad de Oxford y siempre soltaba frases resultonas: «Hay más putas en la política que en los cincuenta años de historia del Bunny Ranch», por ejemplo. O «todo el mundo tiene algún chulo». O, ejem, «nunca penetro por primera vez a una mujer sin proporcionarle al menos ocho orgasmos». Sus mayores éxitos como feriante del fornicio fueron 'Cathouse', un 'reality' de la HBO que a lo largo de cuatro temporadas presentó la vida cotidiana dentro del Moonlite Bunny Ranch, y 'The Art of the Pimp' (es decir, 'el arte del chulo'), un libro de memorias en el que se anticipó a las críticas e insultos de sus detractores: incluyó un despiadado informe psiquiátrico, que lo define como narcisista y le atribuye tendencias sádicas, y permitió que una de sus exparejas escribiese un capítulo y le atacase con saña.
Su cénit de protagonismo llegó en octubre de 2015, cuando el jugador de baloncesto Lamar Odom, miembro del clan Kardashian, acabó en coma por sobredosis en otro de sus establecimientos, el Love Ranch. Un empresario normal tal vez se habría refugiado en un prudente mutismo, pero nuestro sacamuelas del Oeste no podía desperdiciar la ocasión de aparecer en todos los medios del mundo. «¡Fue lo más 'googleado' del año!», presumía. Además, de alguna manera tenía que amortizar esos 70.000 euros que Odom había dejado sin pagar. Al año siguiente se declaró «republicano trumpista» e inició la carrera política que le ha llevado a este éxito póstumo. Tras su muerte, el mánager de su campaña ya explicó a la agencia Reuters que, seguramente, su condición de difunto iba a favorecerle como candidato: «Un montón de republicanos se sentían incómodos votando por Dennis, debido a la naturaleza de su negocio, y ahora saben que no será él quien ocupe el puesto».
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