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sergio garcía
Enviado especial Kiev
Sábado, 7 de mayo 2022, 00:06
La maternidad 5 de Kiev luce dos cigüeñas a la entrada, una que sostiene un bebé envuelto en un saquito y otra que lo ha perdido, lo que, entenderán ustedes, causa cierta inquietud con la que está cayendo. El edificio, impecable por fuera pero sumido en la penumbra por dentro, es un oasis de paz en una ciudad que hace poco más de un mes estaba sometida a los bombardeos y donde algunas parejas han decidido bautizar el fruto de su amor con nombres tan belicosos como Bayraktar o Javelina, en referencia a los drones turcos armados y al misil antitanque portátil que son la pesadilla del invasor. Dirán, los hay que no miden. Y con razón.
Olena Borysivna acaba de asistir a un parto y luce fresca como una manzana. «Ha sido niño», proclama después de una hora de operación. Una noticia que no tendría nada de especial en un escenario como éste, si no fuera porque desde que empezó la guerra la cifra de nacimientos en la provincia se ha reducido un 80%. «La evacuación vació la ciudad de embarazadas, que buscaban refugio en el extranjero -sobre todo en Polonia y Países Bálticos- o en zonas del interior que no estuvieran tan expuestas a los combates. La gente está regresando, sí, pero todavía a un ritmo lento». En cuestión de días pasaron de asistir a 25 madres a atender a solo cinco.
7 días, las 24 horas. En las áreas ocupadas a la falta de medicinas se suma el escaso personal médico, desbordado desde febrero
Clínica reproductiva. Trasladan laboratorios a ciudades menos expuestas y ocultan en lugar seguro los embriones vitrificados
«Los nacimientos han experimentado un descenso catastrófico», coincide Valerii Zukin, director de la maternidad privada Leleka (cigüeña) y del centro de reproducción asistida Nadiija (esperanza). El primero fue dañado por los bombardeos cuando el frente se asomó a la capital y el segundo está en 'stand by', con el laboratorio en Leópolis y los tanques que guardan embriones, esperma y óvulos vitrificados escondidos a buen recaudo. Así seguirán hasta el 16 de mayo, cuando reanuden sus técnicas de ovodonación e inseminación artificial. Por el momento no cuentan con vientres subrogados, una práctica permitida en Ucrania -no así en España- siempre y cuando la soliciten parejas heterosexuales que hayan contraído matrimonio.
Olena ha vivido en dos meses esa catarsis para la que no te prepara ninguna universidad. Y no se refiere solo a trabajar en el refugio habilitado en los sótanos. «Tomamos entre todos la decisión de que, mientras esto durase, nos quedaríamos a vivir aquí. También de que compartiríamos las responsabilidades, ya que como gran parte del personal fue evacuado, había que organizarse». Imagínense, médicos cocinando, pasando la mopa, haciendo las camas... «Al cabo de una semana los niveles de confort eran muy aceptables».
El hospital no tardó en convertirse en una especie de camarote de los hermanos Marx. «Abrimos las puertas a las embarazadas, pero también a sus hijos, a sus maridos... hasta a sus mascotas. Muchos vivían a kilómetros de distancia y, como el transporte fallaba a menudo, optamos por mostrar un poco de cintura y así reducir los niveles de estrés», dice con una sonrisa. La situación les pilló prevenidos, con depósitos de agua para garantizar el suministro, generadores eléctricos por si se producían cortes de luz, sacos terreros en las ventanas del quirófano en previsión de explosiones...
Días para no olvidar, preñados de historias que son auténticos himnos a la supervivencia. Como el caso de aquella mujer, atrapada en un pueblo a 25 kilómetros de Kiev, que cuando se puso de parto no tenía a mano más que a un curandero que le confesó no saber cómo se cortaba el cordón umbilical. Ante semejante panorama, la mamá pidió socorro a un médico del Ejército, que comprendiendo la gravedad de la situación organizó un convoy de 20 camiones para llevarla hasta la maternidad.
No hay que irse muy lejos para ver testimonios estremecedores. Tres plantas más arriba del despacho de Olena, Linda, de 22 años, comparte habitación con otras cuatro madres, mientras mira con arrobo a su pequeña Margó, de apenas un día. Conoció a su marido antes de la ocupación de Crimea y ahora está en Moscú. No sabe cuándo le podrá volver a ver. La guerra se desató estando ella de 7 meses y ha pasado la mayor parte del tiempo escondida en refugios. Dio a luz a su hija durante una alarma antiaérea que duró tres horas. «A mi niña sólo le deseo buena salud y un país en paz».
La ayuda de la comunidad internacional se está demostrando fundamental, «en especial la llegada desde Unicef y de nuestros voluntarios ucranianos. Mientras afuera los problemas de abastecimiento crecían, de puertas adentro los voluntarios nos proveían de comida, de medicinas, de pañales... Y no era fácil, porque aunque eran menos las madres, estaban también sus familias y la necesidad era igual o mayor».
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Olena está en permanente comunicación con sus colegas de las áreas ocupadas, donde al déficit de material médico -«el bloqueo en Jersón es total, ni siquiera Cruz Roja logra pasar el cerco», dice- suman una preocupante falta de personal médico. «Las enfermeras son mayoritariamente mujeres, tienen sus propios hijos y han sido evacuadas con sus familias; así que los médicos están trabajando permanentemente, 24 horas al día, siete días a la semana. Desbordados desde febrero», dice.
El bienestar de los bebés es la prioridad de las madres, más en tiempos de guerra. «Quizás en el futuro algunas acusen el esfuerzo y el estrés sobrehumano al que se han visto sometidas, pero ahora no verá llorar a ninguna. Su fortaleza es tremenda, diría incluso que no hemos notado un aumento de prematuros, ni de problemas de lactancia. Si quiere mi opinión, le diré que asistimos a una generación de valientes».
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