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Las calles de las grandes ciudades chinas están desiertas. Poca gente se aventura al exterior. Quienes lo hacen, se protegen con mascarilla y van con prisa. Algunos buscan alimentos en tiendas que cierran mucho antes de lo habitual, otros se acercan a las farmacias para ... darse de bruces con carteles en los que se anuncia que se han agotado las mascarillas y los líquidos desinfectantes, elementos básicos para protegerse del coronavirus de Wuhan. Los autobuses de una megalópolis como Shanghái, de 24 millones de habitantes, van vacíos. Y los taxistas se niegan a transportar a quien no esté correctamente protegido. «Es como una apocalíptica película de zombis», bromea una joven que pregunta si el metro todavía funciona. Tiene suerte.
De momento, la actividad no regresará a China. El Gobierno decretó ayer la extensión de las vacaciones del Año Nuevo Lunar hasta el próximo domingo con la intención de retrasar la gran migración interna que debe llevar a unos 400 millones de personas de vuelta a los lugares en los que trabajan. A pesar del impacto económico que tendrá esta drástica medida, varias ciudades del este del país, entre ellas la propia Shanghái, decidieron ir más allá y retrasaron el recomienzo de la actividad empresarial hasta el 9 de febrero. Por su parte, las clases no se retomarán hasta el día 17, y estas fechas podrían modificarse de nuevo si la epidemia continúa agravándose.
De forma adicional, las autoridades también impusieron ayer una medida que se debería haber adoptado hace tiempo: la prohibición de comerciar con animales salvajes. Según el comunicado del Ministerio de Agricultura, no se pueden vender -temporalmente- ni vivos ni muertos «porque representan un peligro para la salud». El objetivo es detener la propagación del coronavirus de Wuhan, que continúa cobrándose víctimas: hasta anoche había provocado 81 fallecidos y casi 3.000 infectados, aunque diferentes grupos de científicos que han desarrollado modelos predictivos están convencidos de que la cifra real de los contagios está entre 44.000 y 100.000.
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) revisó ayer a «alto» el riesgo del coronavirus tras haberlo calificado de «moderado» por «un error de formulación». Por primera vez, el organismo publicó que el riesgo era «muy alto en China, alto a nivel región y a nivel mundial». Sin embargo, aún no habla de epidemia.
Ante la gravedad de la situación, el alcalde de la ciudad china origen de la infección, Zhou Xianwang, entonó el 'mea culpa' en una entrevista con la televisión nacional CCTV y enfrentó con entereza las críticas que le han llovido desde que se detectó el coronavirus. «No hemos actuado correctamente en esta epidemia. Creo que nuestra capacidad para hacer frente a una crisis como esta debe mejorar», afirmó antes de dar su opinión sobre la tardanza en comunicar lo que sucedía. «Nadie está satisfecho con nuestra forma de informar. No lo hemos hecho a tiempo, y no hemos utilizado información útil para mejorar nuestro trabajo», admitió. Consciente de que su puesto peligra, y después de ofrecerse a dimitir, lanzó una pulla a la cúpula del poder. «La gente debe entender que tenemos que respetar la Ley de Prevención de Enfermedades Infecciosas, que nos obliga a los gobiernos locales a recibir autorización -del Gobierno central- antes de dar a conocer la situación».
Los dirigentes de Pekín también admitieron en una rueda de prensa que las grandes desigualdades entre el ámbito rural y el urbano son un gran reto, ya que la asistencia sanitaria en el primero es muy inferior a la del segundo. Ahí reside, en gran medida, que algunos pueblos hayan organizado patrullas vecinales para impedir que extraños accedan a sus comunidades. «Si no lo hacen las autoridades, tenemos que protegernos nosotros mismos», reconocía uno de esos vecinos a la agencia AFP.
Afortunadamente, el material sanitario y los kits para realizar pruebas e identificar a los infectados ya han comenzado a llegar a Wuhan: procedentes de Manila aterrizaron más de tres millones de mascarillas, y en la propia China se están fabricando unos 10.000 tests diarios. Así, las autoridades reiteran que la provincia de Hubei, en el epicentro de la epidemia, tiene los medios y el personal necesarios para implementar la cuarentena a la que están sometidas casi 50 millones de personas, abastecerlas de comida, y proporcionarles tratamiento. La capital, Wuhan, espera sumar 5.000 camas en los próximos días, antes de que el hospital de campaña que se construye contrarreloj en un descampado aporte mil más el próximo día 2. Ayer se anunció que una de sus alas se completó en solo 16 horas.
También empleó un tono mucho más positivo el primer ministro, Li Keqiang, durante su visita a Wuhan. Protegido con una mascarilla y acompañado por una multitud de autoridades y de periodistas, el mandatario visitó al personal sanitario para agradecerle en persona su dedicación y sacrificio. «Estáis haciendo todo lo posible por salvar vidas. Pero acordaos de protegeros vosotros también», les dijo. Li quiso ver en persona la situación de los supermercados y visitó uno bien abastecido. Allí se encontró con una mujer que no le prestó ninguna atención y que continuó pasando los productos adquiridos por el escáner. «¡Vamos Wuhan!», dijo el primer ministro. «¡Larga vida!», respondió ella levantando el brazo y provocando una carcajada general.
El miedo al coronavirus y a sus efectos económicos provocó ayer caídas de un 2,73% en la Bolsa de Fráncfort; de un 2,68% en París; de un 2,28% en Londres; y de un 2,05% en el Ibex-35. Por la mañana, ya el índice Nikkei de Tokio había acabado con descensos de un 2%. Y las acciones chinas también padecían, pero no a tiempo real ya que los parqués del país están cerrados por la fiesta de Año Nuevo, pero sus indicadores de futuro llegaron a registrar pérdidas de un 5,5%. Wall Street también se tiñó de rojo y en la tarde los retrocesos de sus índices oscilaron entre el 1,5% y el 2%.
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