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Asistir a un terremoto es una experiencia traumática, sorpresiva e incontrolable. De repente, la vida está amenazada. En medio de esa angustia y confusión inicial, ... Su Wai Lin logró escapar en compañía de su esposo y su suegra del edificio en el que vivían en Mandalay. Ya en la calle y mientras el suelo seguía temblando, el marido olvidó el miedo y pensó en uno de sus vecinos, de 90 años. Estaba condenado si nadie acudía en su rescate. Y fue a por él. Su Wai Lin vio minutos después cómo el bloque de viviendas se venía a abajo. Acababa de perder a su marido. Está embarazada de seis meses. «Mi hijo nacerá sin padre», relató desde un hospital al diario 'The New York Times'. «Puede que hayamos sobrevivido físicamente, pero nuestros corazones están destrozados para siempre», añadió entre lágrimas. «No puedo expresar con palabras el dolor que siento».
Los centros hospitalarios de Mandalay no daban abasto. La sirena alarmada de las ambulancias ponía el sonido ambiente en una ciudad en shock, atenazada por la histeria. Tay Zar Lin se encontraba recogiendo mangos cuando sintió la sacudida del seísmo. Se cayó del árbol y se rompió una pierna. En el hospital no había médicos para todos los pacientes. Pasó la noche del viernes entre dolores hasta que al fin pudo ser atendido. Lleva un mes casado y pidió información sobre su mujer. Le dijeron que seguía atrapada entre los escombros del edificio donde estaba la sastrería en la que trabajaba. Nada más. Sal sobre la herida. «No sé si está viva... Rezo para que no haya sido la última vez que la he visto», dijo a modo de súplica.
Mandalay, que roza el millón y medio de habitantes, es la segunda ciudad más importante de Myanmar (antigua Birmania) y es también un centro budista con numerosos templos y monasterios. Ahora está lleno de carpas montadas por los servicios de emergencia que acogen a las víctimas bajo un calor que supera los 35 grados. En las gasolineras hay colas interminables. Todos saben que vienen días de carencias energéticas. El servicio eléctrico ha resultado muy dañado. Cables caídos, carreteras levantadas, escasez de medios... Comienza la reacción popular ante la falta de preparación de la junta militar que tomó el poder en 2021 con un golpe de Estado. «Los soldados están por aquí, merodeando con sus armas. No necesitamos fusiles, sino manos amigas», critica un ciudadano.
Mientras llega la ayuda internacional, los rescatistas buscan hasta con las uñas entre los cascotes. Waenphet Panta no encuentra a su hija Kanlayanee. Una llamada telefónica una hora antes del terremoto fue su último contacto. «Estoy rezando para que esté a salvo, que haya sobrevivido y aparezca en un hospital. La incertidumbre por los seres queridos a los que nadie encuentra añade sufrimiento entre los que ya han perdido sus casas, muchas de ellas construidas en madera y sin refuerzos para resistir seísmos de alta magnitud.
«Ninguno de nosotros está capacitado para rescates en este tipo de situaciones», asume Ko Thein Win, un voluntario que colabora con los equipos de emergencia. Hace falta maquinaria pesada y, también, especialistas en rescates.
Haider Yaqub, director en Nyanmar de la ONG Plan Internacional, refleja así lo que está viendo allí:«Aunque todavía no tenemos un panorama completo del daño causado, podemos decir que nunca hemos visto tanta destrucción». Tras estos primeros días traumáticos, la población se enfrentará a la segunda fase de su calvario: la reconstrucción en medio de la tragedia y bajo una dictadura militar.
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