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José Antonio Hoyos Castañeda trabaja en India desde enero de 2015 para la Fundación Vicente Ferrer. La amplia experiencia de este ingeniero de telecomunicaciones burgalés ... de 48 años y su constante contacto con estudiantes de las clases más necesitadas y ambientes de múltiples carencias no han impedido que se haya visto sorprendido por la crudeza con la que la pandemia de coronavirus ha golpeado el país asiático.
Todos allí eran conscientes de que el fantasma de la enfermedad acechaba, agazapado, y que tarde o temprano se haría notar con toda su maldad. El daño que había infligido hasta ahora había sido importante, pero no más de una nimiedad en un territorio tan poblado, terreno extremadamente fértil para su extensión.
Pero el dramatismo de las verdaderas repercusiones del Covid-19 nadie podría preverlas. «Lo que ha ocurrido recientemente ha sido una sorpresa para todos. Desde noviembre del año pasado la vida aquí en general ha sido muy normal, quizá demasiado. Se ha podido viajar tranquilamente por todo el país y no ha habido prácticamente ninguna restricción. Ahora, sin embargo, de repente se ha pasado de 10.000 casos de coronavirus al día como máximo a 350.000, con una media de 2.000 fallecimientos cada jornada» relata.
2.000 personas fallecen cada día en India víctimas del coronavirus. Además, cada jornada la estadística de los contagios crece en más de 300.000 casos.
Hoyos se dedica a dar clase y coordinar una escuela de idiomas de la fundación en Anantapur. Allí se enseña inglés, alemán, francés y español a jóvenes graduados que necesitan completar su formación para poder encontrar un trabajo y ayudar a unas familias que, por lo general, ven como su transitar por esta vida siempre está acompañado por dificultades económicas. Él está constantemente en contacto con esta sociedad y ha sido testigo directo de que «todos estos meses las mascarillas se han utilizado con muchísima laxitud, y la distancia social, que ya de por sí es casi un oxímoron en un país de 1.300 millones de habitantes, tampoco se ha cuidado en absoluto».
Este profesional formado en la Universidad Pública de Navarra es consciente de que «de aquellas lluvias» vienen todos «estos lodos», pero también es sabedor de las características tan peculiares de India, donde el 90% de la población trabaja en el sector informal, «es decir, vendedores ambulantes, pequeñas tiendas, zapateros, sastres, trabajadores y trabajadoras de la construcción, agricultores… Todos con una capacidad de ahorro limitadísima y que prácticamente les hace vivir al día».
Por ello, en opinión de este cooperante, «la opción del confinamiento es también muy delicada. Muchísima gente come literalmente de lo que ha ganado el mismo día. Un confinamiento que no tuviera esto en cuenta podría llevarnos a que fuera peor la orilla que el naufragio».
Aunque Hoyos se muestra convencido de que la situación es multicausal, «parece también claro que algunos eventos religiosos, manifestaciones y otras aglomeraciones que se han venido dando con naturalidad se ven ahora de otra manera. Todo esto, lógicamente, está creando muchas sospechas en la población sobre si se podrían haber hecho las cosas de otra manera».
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En cualquier caso, el principal problema ahora es la saturación de los hospitales. «Esto está provocando situaciones dramáticas, con gente a la que no se le puede atender y que fallece esperando a la puerta. El oxígeno es ahora la clave para la atención inmediata». Por ello desde la Fundación Vicente Ferrer se ha puesto en marcha la campaña 'Oxígeno para India', con el objetivo de dotar a su hospital en Bathalapalli de un generador de oxígeno para cubrir las necesidades que irán en aumento los próximos días, cuando se prevé alcanzar un nuevo pico de casos.
Volverán seguro las tétricas imágenes de los centros de ciudades y pueblos convertidos en crematorios de los fallecidos. Y el mundo identificará a India con esas llamas supuestamente purificadoras como hace unos meses retrató a Brasil con los enterramientos masivos en campos de cultivos convertidos en eventuales camposantos. «Las cremaciones son un hábito en este país, pero lógicamente ahora el ritmo está siendo desorbitado, y en muchos casos pasa de ser un evento de recogimiento y despedida sentida a una gestión improvisada, rápida y más cara de lo normal. Está siendo todo una auténtica avalancha», señala José Antonio Hoyos.
La vacunación es la única esperanza en un país en el que cualquier restricción es difícil de materializar. «Se han administrado ya más de 140 millones de dosis, y en un solo día se ha llegado a la cifra récord de 2.5 millones. Toda velocidad es poca ahora mismo y el Gobierno ya ha anunciado que va a suministrar dosis gratuitas para todos los mayores de 18 años», afirma.
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