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Quienes conocían a Alek Minassian, el joven canadiense de 25 años que el lunes a mediodía en Toronto atropelló y mató con una furgoneta alquilada a 10 personas e hirió a otras trece, jamás imaginaron que podría cometer algo así. Todo lo contrario. Las personas ... que compartieron clase con él le recuerdan como alguien «absolutamente inofensivo», que caminaba por los pasillos cabizbajo, con los puños apretados y murmurando palabras. «Parecía incapaz de conducir un vehículo», decía a medios locales, aún en shock, un antiguo compañero que pidió no ser identificado y que trabajó en 2015 con el sospechoso en un proyecto de tecnología informática en la Universidad de Seneca.
Natural de Richmond Hill, una localidad colindante con Toronto, Minassian se había graduado en 2011 en el Thornlea Secondary School, un instituto en el que recibió clases separadas. El joven formaba parte de un programa para personas con necesidades especiales, que padecían dificultades de aprendizaje, discapacidad física o problemas para relacionarse con otros, como era su caso. Ese carácter retraído y poco sociable se debía al padecimiento de una forma de autismo, según desveló ayer el diario 'The Globe and Mail' al recuperar unas declaraciones de su madre, Sona, a un periódico local en 2009, al que contaba que su hijo sufría «síndrome de Asperger» y estaba «en riesgo» de perder una especie de beca que le permitiría formarse y trabajar «pese a sus barreras cognitivas».
Las dificultades de interactuar con otros le habían impedido hacer amigos, pero no llegar a la Universidad de Seneca, donde empezó sus estudios en 2011 y presentó su proyecto final hace apenas unas semanas. Minassian era ayer descrito por sus antiguos compañeros como una persona «brillante», un experto en chips de ordenadores usados para el procesamiento gráfico. «Estuvo siete años en Seneca porque realizó varios trabajos de desarrollo de software», señaló otro alumno que tampoco quiso ser identificado para no ser vinculado «a un presunto asesino», del que recuerda «sus constantes tics en los que estrechaba sus manos y golpeaba su cabeza».
Horas después del atropello que perpetró y que costó la vida a diez personas, la Policía registró una vivienda en la que presuntamente residía y de la que son propietarios Vahe y Sona Minassian. Buscaban alguna pista que pudiera aclarar los motivos y descartar cualquier vínculo con grupos yihadistas. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, confirmó lo que se intuía: «Está bastante claro que no hay conexión con la seguridad nacional». Es decir, rechaza que pueda tratarse de un acto «terrorista». Por lo tanto, se mantiene el nivel de riesgo en «medio», en vigor desde octubre 2014.
«La investigación continúa y llevará tiempo», apuntó Trudeau. Mientras, comparecía ante la justicia Minassian, que fue detenido el mismo lunes, solo 26 minutos después del ataque y tras dejar un rastro de sangre de un kilómetro. Vestido con un mono blanco de la Policía, escuchó que se le imputan diez cargos por asesinato en primer grado y trece cargos de intento de asesinato. Permanecerá bajo custodia hasta el 10 de mayo, cuando comparezca ante el tribunal por videoconferencia desde prisión. Asimismo, aunque la mayoría de las víctimas aún no han sido identificadas, ayer se supo que entre ellas hay dos surcoreanas y una joven, identificada como Anne-Marie D'Amico, que trabajaba para la compañía estadounidense Invesco.
Las personas que presenciaron el atropello relataban sobrecogidas el horror vivido en la calle Yonge, la más transitada de Toronto, una ciudad multicultural de 2,8 millones de habitantes. «Se estaba estrellando con todo. Cualquiera que estuviese en esa vía habría sido golpeado», aseguraba Jamie Eopni a la cadena CP24. «Todo lo que pude ver era gente que, una por una, fue atropellada», contaba a su vez Alex Shaker a la CTV. «Nunca había visto una violencia así en Toronto», añadía Young Lee, un testigo de 56 años.
Esa conmoción e incredulidad se multiplicaba entre quienes no eran capaces de asimilar que la persona que aparecía en las televisiones como responsable del ataque era Minassian, el chico tímido con el que habían ido a clase. De ahí que el compañero que compartió proyecto con él en 2015 pensara ayer que el sospechoso se subió a la acera «por accidente, reaccionó exageradamente y entró en pánico». Es la única explicación que veía posible respecto a alguien «sin afiliaciones religiosas o políticas» y que no había mostrado nunca «tendencia a la violencia».
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