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La revolución marchita

Sesenta años después de la llegada al poder de Fidel Castro para «construir una nación más democrática, próspera y justa», Cuba malvive presa de una ilusión atrofiada

javier guillenea

Domingo, 30 de diciembre 2018, 00:55

Las gentes salieron a la calle a recibir a los barburdos. Era el 1 de enero de 1959 y Fidel Castro entraba victorioso en Santiago de Cuba al frente de sus hombres. El dictador Fulgencio Batista había huido con su dinero y el pueblo aclamaba en masa a los libertadores. Después de casi seis años de lucha, habían alcanzado el paraíso y ahora se lo ofrecían a los cubanos. Siete días más tarde, Fidel pronunció en La Habana un discurso memorable. «Queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil», proclamó ante una multitud entusiasmada.

Sesenta años después, esas palabras se mantienen vigentes como una profecía cumplida. Con Fidel Castro ya fallecido, el régimen que él creó continúa en pie prometiendo aquellos paraísos que traían los barbudos a manos llenas pero que nunca terminaron de cumplirse. Desde que triunfó la revolución todo fue más difícil y las dificultades aún pueden ir a más. «Cuba dista mucho de ser la patria de la felicidad que habían prometido», afirma Carlos Malamud, investigador para América Latina del Instituto Elcano.

Socioeconomía

  • Ralentización. Entre junio y septiembre de este año, la economía cubana se ha anotado otro trimestre de ralentización. Según datos del propio Gobierno, se han conseguido resultados por debajo de lo planificado en al menos tres de los sectores básicos de exportación: turismo, azúcar y níquel, lo que ha provocado un deterioro de la balanza de pagos nacional. La noticia positiva es que la llegada de visitantes a la isla comienza a recuperarse, aunque no necesariamente los ingresos.

  • 6.842 euros fue el PIB per cápita en Cuba en 2017, lo que le sitúa en el lugar 81 de una lista de 196 países. Según este índice, el nivel de vida de los cubanos es muy bajo. En 1958 ocupaban el tercer puesto en la región, solo superados por Venezuela y Uruguay.

  • 99,8% fue la tasa de alfabetización registrada en Cuba en 2015. Según datos oficiales de La Habana, en 1959 el 57% de la población del país era analfabeta. Otras fuentes, por el contrario, estiman que en 1953 la alfabetización ascendía al 76,4%.

  • La vivienda. Según el censo de 1953, el 52% de las viviendas existentes estaban en buen estado y el 42%, en regular o malo. El Instituto Nacional de Vivienda informó en el año 2007 que el 57% de las viviendas estaban ya en buen estado. El cambio resulta inapreciable.

  • Menos petróleo. La caída sostenida de la producción de petróleo en Venezuela, que en dos años se ha reducido en un 43%, no permite prever una recuperación de los envíos desde ese país a Cuba. Esta situación repercute negativamente en el equilibrio externo de la isla.

  • 79,4 años es la esperanza de vida en Cuba, lo que le sitúa a la altura de Liechtenstein y por encima de Estados Unidos. El promedio de escolarización es de 11,5 años, similar a los de Japón o Luxemburgo. En 2016, la mortalidad infantil fue de 4,3 por cada mil nacidos vivos, también inferior a la de Estados Unidos, que fue de 5,8. En el país caribeño hay 90.161 médicos, una cantidad que supone un facultativo por cada 125 habitantes. Entre 1957 y 2007 se erradicaron seis enfermedades: difteria, paludismo, poliomelitis, sarampión, tétano y tifoidea.

  • 2% es la tasa de desempleo en Cuba, según los datos oficiales. El Gobierno sostiene que en la isla hay 4.474.800 personas empleadas, de las cuales 1,3 millones son trabajadores por cuenta propia. Por el contrario, la oposición sostiene que el paro alcanza el 27%.

  • Desarrollo. El índice de desarrollo humano en Cuba en 2017 fue 0,777 puntos, lo que supone una mejora respecto a 2016, cuando se situó en 0,774. Este indicador tiene en cuenta tres variables: vida larga y saludable, conocimientos y nivel de vida digno. Cuba se halla en el puesto 73 del ranking.

En 2006 Fidel delegó el poder en su hermano Raúl, que en abril de 2018, año y medio después de la muerte del líder de la revolución, cedió su cargo a Miguel Díaz-Canel. Por primera vez en seis décadas, el poder en Cuba no está en manos de un Castro ni de un militar, aunque hay quien no está muy seguro de ello. «Sus apoyos en el Ejército y en los sectores más conservadores son limitados, por lo que se ve obligado a estar en negociaciones permanentes», argumenta Malamud.

El Gobierno de Díaz-Canel se enfrenta a los mismos problemas económicos, políticos y sociales que hace más de medio siglo. Es como si por él no pasara el tiempo, como si jamás hubiera comenzado a caminar. «Acabo de volver de Cuba y no veo muchos cambios. Lo que percibo es una especie de parálisis y un retroceso. Hay más restricciones incluso en la cultura, que había sido tolerada conscientemente para que la sociedad tuviera una vía de escape», afirma Susanne Gratius, profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid.

El economista Carmelo Mesa-Lagosostiene en un estudio sobre la revolución cubana que su política económica «se ha caracterizado por ciclos ideológicos y pragmáticos que han resultado en un deterioro en los primeros y mejoría moderada en los segundos». Ambos ciclos han dependido de la ayuda que recibía del exterior un país que siempre ha hecho gala de ser independiente pero nunca ha llegado a serlo.

Desde la década de los sesenta del siglo pasado, y después de que Estados Unidos ordenara un embargo de las exportaciones cubanas, el régimen de Castro comenzó un acercamiento a la Unión Soviética que le convirtió en un país subvencionado. Hasta finales de los años ochenta, la URSS sostuvo a Cuba, cuyos dirigentes alternaban ruinosos programas económicos, como la 'Zafra de los cien millones', con aciertos como la extensión de la Sanidad y la Educación.

Tras la URSS, Venezuela

«El país se acostumbró a ser un parásito, a vivir de ayudas de la URSS, pero cuando dejaron de llegar fue un desastre», explica el periodista Alejandro González-Raga, actual director ejecutivo del Observatorio cubano de Derechos Humanos. Él tenía un año y vivía en la isla cuando Fidel advirtió a su pueblo de las dificultades a las que debería enfrentarse. En su caso, esta advertencia se cumplió con creces. Entre marzo de 2003 y febrero de 2008, permaneció encarcelado por oponerse al régimen castrista. Su resumen de estos sesenta años de revolución es contundente. «Ha sido un sacrificio.Durante seis décadas han pedido esfuerzos al pueblo y ahora está en la miseria, no ha salido del marasmo. Llevan más de medio siglo persiguiendo una quimera».

«Hasta finales de los ochenta –recuerda Susanne Gratius– Cuba vivió una época de oro. Había un bienestar relativo y se extendieron los beneficios sociales». El país exhibía orgulloso al resto del mundo las bondades de su sistema educativo y de salud, que «funcionaban bastante bien y siguen relativamente bien». Pero la URSScomenzó a dar síntomas de agotamiento y la ayuda dejó de llegar. Cuando en 1991 cayó el régimen soviético, Cuba se quedó sola.

La crisis económica fue brutal. Entre 1989 y 1995, el PIB cayó un 35% y el régimen abrió oficialmente lo que llamó 'Período especial en tiempo de paz'. Fue una época en la que la ideología quedó relegada y se impuso el pragmatismo. Fidel autorizó reformas de emergencia en el sistema económico y permitió por primera vez la apertura de negocios particulares e impulsó la creación de empresas mixtas con aportación de capital extranjero.

Los cambios y la entrada de fondos del sector turístico trajeron consigo una parcial recuperación económica y social, pero entonces apareció la Venezuela de Hugo Chávez y Cuba se echó en sus brazos para volver a ser un país subsidiado. Con la cartera a salvo gracias al petróleo venezolano, Fidel olvidó de nuevo el pragmatismo y regresó a la ideología. En 2003 relanzó 'La batalla de las ideas', una campaña que había nacido en 1999 para traer a Cuba al niño Elián González, que había sido trasladado en una balsa a Miami por su madre, fallecida en el viaje. Era, según los medios de comunicación de la isla, «una nueva etapa en la lucha de los cubanos» que reflejaba «la indetenible determinación del pueblo por consolidar el socialismo y la revolución».

El régimen mostraba otra vez el paraíso al final del camino. Había que seguir luchando contra el imperialismo para mantener la independencia y soberanía de la isla y no se podía dar ni un paso atrás, aunque las que sí retrocedieron fueron las reformas. Fidel, a quien le quedaba poco tiempo en el poder, adoptó medidas de recentralización económica y redujo el sector privado.

El pragmatismo se hizo de nuevo presente cuando, en julio de 2006, Raúl sucedió a su hermano Fidel. Según Carmelo Mesa-Lago, el nuevo líder «prometió reformas estructurales y estimuló el debate sobre cambios económicos y sociales más amplio y profundo desde la revolución». Algo se hizo, pero no lo suficiente, y tampoco hubo mucho tiempo. Los huracanes de 2008, que causaron daños equivalentes al 20% del PIB, y la recesión mundial afectaron gravemente a la economía de la isla.

Mirando a China

Para empeorar las cosas, Venezuela, que durante más de una década había entregado a sus amigos revolucionarios unos 100.000 barriles de petróleo diarios en condiciones preferentes, empezó a tener dificultades. Se calcula que, entre 2000 y 2017, Cuba ha recibido de su aliado 40.000 millones en 'oro negro' y dólares, aunque, a partir de 2014, el Gobierno de Nicolás Maduro, asfixiado por sus propios problemas económicos, ya había reducido esta aportación hasta en un 40%. Hoy, el grifo ya casi se ha cerrado.

El Ejecutivo cubano se enfrenta de nuevo a la búsqueda de otro amigo con el que caminar codo a codo hacia el paraíso. Está China, pero aún queda por ver el alcance de la relación con un gigante que está tendiendo sus tentáculos por todo el mundo. No hay mucho más donde elegir. «Las dificultades económicas de Cuba están a la vista. Se había salido del período especial gracias a Venezuela, pero, con la crisis, la situación se ha complicado», resume Carlos Malamud.

Nadie sabe el camino que emprenderá Miguel Díaz-Canel con permiso de los sectores que le tutelan. «Ahora hay una nueva fase. Puede ser el final o un paso hacia un nuevo autoritarismo. La situación económica no es buena y los salarios son bajísimos. Los gobernantes se están poniendo nerviosos porque ven que está aumentando la fractura entre el régimen y la sociedad civil», asegura Susanne Gratius.

Como elemento de cohesión queda el bloqueo de EEUU, que ha afectado económicamente a Cuba durante décadas, pero que también le ha servido al castrismo para justificar sus errores y mantener vivo el espíritu de lucha entre sus adeptos. Para Gratius, «Estados Unidos ha contribuido con el embargo a mantener al régimen y a que haya buscado otros aliados», pero Alejandro González-Raga no está de acuerdo. A su juicio, «la dictadura habría durado lo mismo sin el bloqueo, porque habría buscado otro pretexto para mantenerse».

Recorrer un camino tan largo para llegar a un lugar sospechosamente similar al anterior no parece un bagaje positivo para un buen revolucionario, pero algo de eso es lo que ha ocurrido. El punto de partida no es tan diferente al de llegada. «El régimen de Batista era dictatorial, pero las condiciones socioeconómicas de Cuba eran elevadas. Los ratios de alfabetización y sanidad eran homologables a los países de alrededor», señala Malamud. «En 1959 –recalca González-Raga– teníamos mejores estándares que España e Italia, y mire dónde estamos ahora». Y también insiste en que, si Batista «violó muchos derechos y se le fue la mano con la represión», cuando llegó Castro «fue mucho peor». «Están documentados 8.000 fusilamientos», enfatiza.

El mapa y el tesoro

Al final de este viaje en la vida de los cubanos lo que queda es, según el disidente, una sociedad formada por «hombres nuevos pero peores que los de antes, seres humanos sin valores ni arraigo que lo primero que piensan es en huir de su país». Es un pueblo que creyó en «un magnífico guion con una pésima puesta en escena», una gente que cayó «en el señuelo de unos expertos vendedores de crecepelos». «Todos querían tener una casa y un salario dignos y por eso los apoyaron», expone González-Raga.

«El sistema no funciona. ¿Por qué siguen empecinados en mantenerlo?», se pregunta el periodista cubano. «Por ese camino no se llega al paraíso, es un camino equivocado», sostiene. La cuestión es si a estas alturas queda otro. «Si todo se mantiene según los parámetros actuales, nada indica que la situación vaya a mejorar. Las cosas seguirán más o menos igual, pero siempre puede empeorar. Yo creo que el proceso reformista económico va a seguir estancado y tampoco va a haber una apertura política amplia», augura Malamud. Susanne Gratius no es tan pesimista y aprecia un resquicio en una puerta no cerrada del todo. «Aparentemente no hay cambios, pero existe otro liderazgo y dicen que en febrero habrá una consulta popular para reformar la Constitución». Lo que aún está por ver, añade, es si «los militares apoyan al presidente».

Nada fuera de lo común. Desde que el 1 de enero de 1959 los barbudos entraron triunfantes en Santiago y La Habana, el régimen ha dado repetidamente un paso adelante y otro hacia atrás, como si no acabara de encontrar la senda hacia el éxito tantas veces prometido. Carlos Malamud recurre a una canción del trovero Ray Fernández para explicar lo que ha sucedido en Cuba estos últimos sesenta años. Es esa que se titula 'El bucanero'. Dice: «Olvídense del tesoro porque perdimos el mapa». «El mapa lo perdieron casi desde el principio», afirma Malamud.

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