![¿Asesinato o suicidio? La fábula de García Márquez sobre la muerte de Allende que desmontó un forense vasco](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/09/06/allende2-1200x1200-k30B-U21094997826ltD-1200x952@El%20Correo.jpg)
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El 11 de septiembre de 1973, hace ahora medio siglo, el presidente Salvador Allende fallecía en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile. Este líder socialista fue víctima de uno de los golpes de estado más crueles que vivió América del Sur y que supuso uno de los episodios más siniestros de la 'Guerra Fría', en la que Estados Unidos demostró que no estaba dispuesto a permitir que en el Cono Sur gobernase la izquierda.
El presidente chileno se convirtió en un mito, un símbolo de la resistencia contra la barbarie antidemocrática. Pero encarnó esa leyenda con una fabulación inicial. Durante años se enmascaró la verdad de su muerte y se dibujó una realidad alternativa que buscaba ocultar el final de Allende. Porque el Partido Comunista soviético o el propio Fidel Castro se negaron a admitir que Allende se hubiera suicidado para no entregarse a los militares golpistas. Su necesidad de épica no admitía ese relato, pese a que para todo el mundo estaba claro que Allende sí que era víctima de la brutalidad.
Autores de prestigio, como el futuro premio Nobel Gabriel García Márquez, crearon una verdad alternativa en la que el mandatario chileno murió bajo las balas de los golpistas e incluso la censura soviética intervino para evitar que se divulgase la realidad. Solo en 2011 un equipo de forenses, entre los que estaba el experto vasco Francisco Etxebarría, certificó como fue el verdadero final de Allende. Esta es la historia.
Salvador Allende se encontraba rodeado en el Palacio de la Moneda, sede del Ejecutivo en Chile, sin ninguna esperanza de recibir ayuda o siquiera poder parlamentar con los militares golpistas que se habían levantado en armas contra él. A las diez de la mañana del 11 de septiembre de 1973, Allende ya había radiado sus palabras finales y con las que pasaría a la historia:
«Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregamos a la conciencia de miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente... (...) Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas, por donde pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!»
Escucha la voz de Allende en su último discurso: «Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano»
Los militares, mientras tanto, le habían dado un ultimátum. O se rendía o bombardearían el edificio a las once de la mañana. Problemas con los aviones hicieron que esa amenaza no se cumpliera hasta el mediodía, cuando los aviones Hawker Hunter de la fuerza área lanzaron sus cohetes explosivos sobre el edificio. Al mismo tiempo, los tanques del Ejército se acercaron hasta el palacio. Allende, cubierto con un casco de soldado y armado con un rifle AK47 que le había regalado Fidel Castro, decidió resisitir en una sede gubernativa que los disparos del Ejército comenzaban a convertir en una ruina humeante.
Allende se encontraba apoyado en ese momento por su círculo más íntimo, el denominado GAP (Grupo de Amigos Personales), una fuerza paramilitar creada por su partido con el apoyo de Cuba y que actuaba como servicio de seguridad del presidente ante las continuas amenazas ultras y de los propios militares. Una veintena de estos militantes le acompañaban. También se encontraba allí Agustín Olivares, 'El perro', un periodista que formaba parte de su grupo de confianza, así como su secretaria y amante, Miria Contreras, 'La paya', quien más tarde sería clave para narrar los últimos momentos de Allende. Dos de sus hijas que habían acudido a apoyarle ya habían sido evacuadas. En ese momento, Allende había rechazado cualquier posibilidad de abandonar el país y ceder el poder, como querían los golpistas, y había mostrado su voluntad de luchar.
En medio del tiroteo con el que los escasos miembros del GAP hacían frente a cientos de soldados, una muerte sorprendió a los resistentes. Agustín Olivares, el amigo íntimo de Allende, se suicidó con su pistola. Allende quedó conmocionado.
Alrededor de las dos de la tarde ya era evidente que no había ninguna posibilidad de salir con vida del Palacio de la Moneda. Allende le dijo a sus acompañantes que buscaran una bandera blanca y se entregasen. Aunque hay confusión sobre quién encabezó la comitiva, lo cierto es que Allende se rezagó y dijo a sus acompañantes que él saldría el último. Se encontraba en lo alto de las escalinatas que conducían hacia la salida del palacio, desde donde vio salir a sus amigos. El presidente se dirigió entonces al Salón Independencia y allí se disparó en la cabeza con el arma de Fidel Castro. Uno de los médicos de su séquito, alertado por los disparos, se dio medio vuelta y fue el primero en encontrar el cuerpo, recostado contra un sofá de color carmesí.
El primer militar en ver el cuerpo retransmitió un escueto mensaje: «Misión cumplida. Moneda tomada, Presidente muerto».
La primera fabulación sobre la muerte de Allende surgió el 28 de septiembre de 1973. Su autor fue el dictador cubano Fidel Castro, quien pronunció un discurso en el que se reinventó todo lo sucedido en el Palacio de la Moneda. El dirigente cubano se imaginó una escena que nadie vio, en la que Allende disparó contra los tanques de los golpistas con un bazooka, hizo frente a los soldados con su rifle y, tras ser herido en el estómago, fue acribillado a balazos. Castro también ocultó el suicidio de Olivares y se limitó a decir que el periodista de confianza del presidente murió tiroteado.
[Lee aquí la transcripción íntegra del discurso de Fidel Castro]
Un año después, Gabriel García Márquez entró en escena. El futuro premio nobel era para entonces amigo de Fidel Castro y militante de la causa izquierdista sudamericana. 'Gabo' publicó en 1974 'Chile, el golpe y los gringos', una obra que pretendía ser una crónica de los últimos días de Salvador Allende.
El autor colombiano se inventó una nueva versión sobre la muerte de Allende, aunque en la línea que había marcado el dirigente cubano. Según su libro, Allende esperó a los militares en una habitación del Palacio de la Moneda, con el rifle de Fidel Castro en su mano. El presidente chileno vio llegar a una patrulla militar, reconoció al mando que la dirigía y le llamó «traidor». Luego abrió fuego con su AK47 pero los militares repelieron el ataque y le acribillaron. «Luego, todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo (de Allende)», escribió el autor de 'Cien años de soledad'. En su personal recreación de la muerte, García Márquez también ocultó que Agustín Olivares se suicidó y se inventó que murió desangrado.
En su relato, García Márquez recurrió a algo parecido al realismo mágico y llegó a afirmar que el bombardeo del edificio fue llevado a cabo por acróbatas aéreos norteamericanos que se habían desplazado hasta Chile. El escritor se aprovechó del silencio de la Fuerza Aérea Chilena sobre quiénes fueron los pilotos que atacaron la sede presidencial. Pero a partir de los años 80, los propios militares chilenos proporcionaron los nombres de algunos de los aviadores responsables del ataque.
Mientras tanto, en Chile, el médico que había encontrado el cuerpo de Allende ya había explicado que se trató de un suicidio, pero nadie le hizo mucho caso. Otros sanitarios que habían estado en el Palacio de la Moneda fueron 'desaparecidos' por la represión de Pinochet. La autopsia oficial, que hablaba del suicidio, contaba con la poca fiabilidad que le prestaba el ser la versión oficial de la dictadura. La versión real no se abría paso. En parte, ese fracaso se debía a que algunos testigos directos de los hechos, como Miria Contreras, 'La Paya', mostraba una deliberada ambigüedad en sus declaraciones sobre la muerte y se limitaba a afirmar que el 11 de septiembre, en medio del asalto al palacio, escucharon unos disparos y luego vieron el cadáver de Allende.
Un dato del análisis forense, además, introducía cierta confusión sobre el fallecimiento. En la pared contra la que se había suicidado Allende había dos disparos de bala. Las elucubraciones que se lanzaron a partir de esa información fueron de todo tipo. Una de ellas, divulgada por un escritor francés, sostenía que Allende fue asesinado por un agente secreto cubano para que no revelase los acuerdos que había alcanzado con Fidel Castro. La versión, de nuevo, era delirante. Según su autor, Patricio de la Guardia, el espía y comando cubano que había asesorado a los escoltas de Allende, le disparó en la cabeza cuando creyó que el presidente iba a rendirse.
En la difusión de las falsedades sobre la muerte pesaron varios factores. Una de ellas, la dificultad a la hora de admitir el suicidio del héroe. Además, la versión mas testosterónica de Fidel Castro era la que en muchos sectores de la izquierda latinoamericana se quería escuchar. La figura de Allende tenía que ser la de un mártir épico y no la de un ser humano enfrentado al peor momento de su vida. Pero además, hubo un intento espúreo de mostrar a los militares como crueles asesinos. En el momento en el que García Márquez escribió su relato, Pinochet ya había puesto en marcha una de las mayores campañas de exterminio de rivales políticos que se han conocido en el Cono Sur. No era necesario imputar a los golpistas el asesinato de Allende para dejar constancia de su brutalidad.
Las mentiras se convirtieron en el relato canónico durante los años 80, con el apoyo de la Unión Soviética, que llegó a censurar en sus canales de radio a militantes de izquierda que querían contar la verdad. Pero con el tiempo, las cosas comenzaron a cambiar en Chile. En 1989, la junta militar encabezada por Augusto Pinochet aceptó una transición hacia la democracia y convocó las primeras elecciones libres en el país.
La figura de Allende salió de la oscuridad en la que la dictadura le había sumergido. Uno de los hombres claves fue el juez Mario Carroza, quien en 2000 fue nombrado ministro especial para investigar las violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura de Pinochet. Este magistrado asumió la judicialización de las torturas cometidas por los militares, el robo de niños o las miles de desapariciones llevadas a cabo por la conocida como 'Caravana de la muerte'. En 1998, Pinochet ya había sido detenido en Inglaterra por orden del juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. Aunque fue liberado, la figura entró en un ocaso irremediable.
El juez Mario Carroza decidió en 2011 revisar el caso de la muerte de Allende. Para ello, ordenó exhumar el cuerpo del presidente y encargó una nueva autopsia a un equipo de doce forenses: siete chilenos y cinco procedentes de otros países. Entre ellos se encontraba el forense vasco Francisco Etxeberria, cuyo nombre había sido propuesto por la propia familia de Allende.
El informe sobre la muerte fue definitivo y esta vez no dejó lugar a dudas. Allende se suicidó. El estudio, que fue hecho público por el Gobierno chileno, explicó que sí hubo dos disparos, pero por una explicación muy sencilla. Salvador Allende había colocado el rifle en la posición de automático, lo que disparaba dos balas de manera seguida. El examen de los forenses certificó también que en las manos del presidente chileno había restos de pólvora, lo que no dejaba dudas a la hora de comprobar que él había disparado el arma.
[Consulta aquí la autopsia de 2011]
Las lesiones en su cabeza, además, eran compatibles con el disparo de una persona que colocó el arma entre sus piernas y abrió fuego. Francisco Etxeberria, en las declaraciones que realizó tras el informe, insistió en que la versión oficial era la válida. Ni hubo más disparos sobre el cuerpo una vez que falleció, como había escrito García Márquez, ni fue acribillado a balazos, como defendió Fidel Castro. Tampoco aparecieron signos de lucha.
La versión final sobre la muerte de Allende acabó con la épica que el castrismo y sus seguidores habían querido crear alrededor del expresidente chileno. En su lugar, dejó una pregunta mucho más humana, referida al espíritu moral de un hombre que se enfrenta solo a la traición de quienes debían defender la democracia y a la impotencia para hacer frente a la barbarie.
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