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milagros lópez de guereño
Martes, 5 de junio 2018, 08:39
El humo, la ceniza y arena del volcán de Fuego fueron el preludio de la tragedia que sepultó El Rodeo, en Escuintla, localidad a 50 kilómetros de la ciudad de Guatemala, y llevó el luto a otros pueblos de los alrededores cuando a ... las tres y media de la tarde del domingo (madrugada española) se registró una de las erupciones más fuertes en la historia del país centroamericano. Ayer la tragedia cobraba dimensiones épicas. Los muertos ascendían a 69 y los afectados rondaban los dos millones por un fenómeno que ha llevado al Gobierno a declarar el estado de calamidad en tres regiones y al que se sumó un terremoto de 5,2 grados.
Los cuerpos de socorro trabajan a contrarreloj en las labores de rescate ante la amenaza de nuevas explosiones del volcánFuego, de 3.763 metros de altura y cuyas columnas de ceniza se elevaron 10.000 metros. El balance de víctimas ha ido aumentando con el transcurso de las horas hasta 69 muertos y 46 heridos, 1,7 millones de afectados y más de 3.200 evacuados, según informó el secretario de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), Sergio Cabañas.
En el capítulo de daños materiales, se han colapsado tres tendidos de energía eléctrica y el puente Las Lajas ha quedado destruido bajo el flujo piroclástico (nubes con temperaturas de casi 700 grados centígrados). «No sé a cuántos grados estaba eso, era un horno», declaraba un testigo. «No pudimos sacar a nuestra familia, somos ocho y todos están ahí. No tenemos nada, perdimos todo», se lamentaba un vecino de San Miguel Los Lotes, otra aldea próxima a El Rodeo.
El Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala advirtió de que siguen produciéndose explosiones en el volcán, que registra su segunda erupción en lo que va de año. Paralelamente, el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) informó de que ayer se produjo un terremoto de 5,2 grados en la costa de Guatemala, si bien no se informó de afecciones graves.
Lugareños y bomberos siguen trabajando para tratar de encontrar con vida a sus vecinos. «A una niña la rescatamos en la mera falda del volcán, hay varios muertos, calcinados… algunos los rescatamos», contó a la prensa local un oficial de la Policía, impactado y con la mirada perdida. Las imágenes son dantescas. La lluvia de ceniza llegó hasta la capital de la nación, donde el aeropuerto internacional debió cerrar y suspender sus operaciones hasta ayer por la mañana. En las faldas del coloso todo está negro, quemado por las lenguas de material incandescente, o gris, por el manto de toneladas de polvo.
El Gobierno ha decretado tres días de luto y el estado de calamidad en los Estados de Escuintla, Chimaltenango y Sacatepéquez para gestionar la ayuda económica a los damnificados. «Me da vergüenza decirlo, pero por la Ley del Presupuesto no podemos contar con un solo centavo para emergencias», aseguró el presidente, Jimmy Morales, que ayer visitó junto a la primera dama, Patricia Marroquín, la zona devastada. Ahora, con la puesta en marcha de la medida, se autoriza la compra de bienes y servicios y se aceptan donaciones, ayuda humanitaria y otros bienes.
La falta de medios de las autoridades para afrontar la catástrofe contrastó con las muestras de solidaridad nacional e internacional recibidas. Presidentes, líderes y artistas expresaron su apoyo a Guatemala, cuyos municipios quedaron en su mayoría cubiertos con una alfombra negra de material volcánico.
«No escuchamos nada, simplemente miramos la nube de humo que venía de allá arriba, salimos huyendo», relata un sobreviviente a la explosión del volcán de Fuego. Algunas personas alertaron el domingo sobre la caída de ceniza desde temprano. Para el mediodía las redes sociales ya mostraban fotos de calles y casas cubiertas cerca de Escuintla. «Por la mañana caía ceniza y arena, esto no era problema. Más tarde la lava cambió su rumbo y cayó en la aldea El Rodeo, causando muertes y daños», dijo Cabañas, que agregó que especialistas de su entidad vigilaban la situación y no evacuaron en un principio porque el «panorama era bueno».
El volcán comenzó a lanzar rocas, cenizas, arena y lava. Una riada ardiente arrastró coches, maderas, y cubrió de gris tejados y ramas de árboles. «Toda la gente no pudo salir. Hay personas enterradas, la lava se nos venía encima por los lotes y las calles. Nosotros corrimos a una ladera», decía Consuelo Hernández, una de las afectadas en El Rodeo. Otro poblador, Antonio López, contaba cómo pudo escapar del infierno y salvar a su familia: «El más chiquito durmiéndose, le digo: 'Mijo, no se duerma, vamos a salir adelante'. Fui a conseguir trapos para taparle la nariz y la boca, y nos cubrimos con una chamarra, pero volvía a entrar porque no sé a cuántos grados estaba eso, era un horno. Como 40 metros arriba había 18 personas todas quemadas, pero todavía vivas», recuerda.
Los socorristas con mascarillas las repartían también a los supervivientes que encontraban a su paso. Uno de ellos murió intentando orientar a los vecinos hacia los refugios cuando fue alcanzado por flujos piroclásticos. Presas de la conmoción, algunas personas se guarecieron en los tejados de las casas para escapar de la lengua de fuego.
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