MIGUEL PÉREZ
Miércoles, 21 de octubre 2020, 09:45
«Me encanta la política, pero me encanta más no morirme». La frase es hoy el epitafio a una época ilusionante de la política uruguaya. Desde luego, una de las más cabales, reflexivas e incluso irónicas de la historia reciente de este país sudamericano. También ... es la frase de despedida de José Mujica, el expresidente que desde hace apenas unas horas ostenta ya la condición de jubilado tras presentar su renuncia al escaño que ocupaba en el Senado. Con él, se marcha también otro símbolo, Julio María Sanguinetti, quien lideró el Gobierno de la nación en dos ocasiones: entre 1985 y 1990, a la salida de la dictadura cívico-militar, y en el periodo 1995-2000. Los dos enfilaron este martes por última vez la escalinata hacia la avenida de las Leyes mientras descargaba la lluvia sobre Montevideo.
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La retirada de Mujika (2010-2015) es una de las últimas piezas cobradas por el coronavirus. Y eso que en Uruguay la pandemia ha encontrado un muro: se trata de uno de los territorios con menor incidencia del Covid-19, con 2.560 casos y 51 fallecidos desde marzo. Pero la misma lógica que llevó a 'el Pepe' –así tituló Kusturica el documental sobre su vida– a sobrevivir a seis balas durante su paso por la guerrilla y a doce años de torturas y celdas de aislamiento es la que ahora se impone ante este minúsculo patógeno capaz de disparar por la espalda. ¿Por qué se marcha Mujika? «Porque me tiró el virus pa' fuera. Tengo 85 años y una enfermedad inmunológica. Me encanta la política, pero más me encanta no morirme», razonó hace unas horas ante los periodistas. Dijo que no entendía su labor en el Senado «sin estar con la gente» y la epidemia le ha robado esa opción, aunque no la campechanía.
Llovía en la calle y llovía dentro del Palacio Legislativo, donde los diputados se han unido por encima de sus diferencias ideológicas para despedirle entre lágrimas. Mujika quería enviar una simple carta de retiro, pero la Cámara le convenció de que debía recibir el homenaje de sus compañeros. Al final, a los 85 años 'el Pepe' ha llevado a buen puerto su cruzada democrática: la unión frente al odio «que termina estupidizando y nos hace perder objetividad», declaró en su mensaje de salida tras confesar que, pese a tener «mi buena cantidad de defectos, soy pasional, pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio porque aprendí una dura lección que me impuso la vida».
La vida pocas veces es tan singular que permite ver en directo el renacimiento del ave fénix. Mujica (Montevideo, 1935) perteneció a la guerrilla tupamara y fue detenido en dos ocasiones. Una en 1971, pero pudo escapar de la cárcel por un túnel junto con un centenar de compañeros. La segunda, dos años más tarde. Ahí no hubo suerte. En esa ocasión, la dictadura militar iniciada por Bordaberry le mantuvo encerrado hasta la amnistía de 1985, doce años de oscuridad, soledad y torturas cuyas secuelas el político del Frente Amplio ha arrastrado el resto de su vida. Ayer dijo, junto a Sanguinetti, que la edad y la salud aconsejaban a ambos no aguantar hasta el final de la legislatura en 2025.
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Tiene Mujika el carácter singular de esa larga y trágica lista de víctimas de la violencia que ha sabido vivir sin odio. Una vez excarcelado decidió dedicarse a la política, entendida como la palanca que debía mover Uruguay hacia la plena democracia. Ahí entró por primera vez al Senado, luego se forjó en el Gobierno como ministro y en 2010 llegó a la presidencia. En su despedida, los senadores reconocieron que en ese lustro coloco al país en el mundo no solo con su discurso filosófico ni su modo de vida –continuó viviendo en su casa, humilde, y donó su sueldo de presidente–, sino con una batería de medidas progresistas: aumentó las pensiones, aprobó la despenalización del aborto, legalizó el consumo de marihuana bajo supervisión del Estado –«para quitarle negocio al narcotráfico»– y convirtió a Uruguay en el segundo país latinoamericano en normalizar el matrimonio homosexual, además del segundo también con la mejor economía de la región.
Más filósofo que político, 'el Pepe' regresa ahora a su universo marcado por un perro de tres patas y un viejo Volkswagen escarabajo. Se retira convertido en el referente de la izquierda latinoamericana y una de las voces internacionales más comprometidas con los derechos humanos. Pero otra cosa es que su despedida sea también la de la vida política. Él mismo lo reconoce: «El homo sapiens es un animal político, porque es un animal gregario, vive en sociedad, no puede vivir como los pumas en soledad».
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No en vano, tanto él como Sanguinetti abandonaron la política en 2018 y ambos retornaron un año después para ayudar a sus respectivos partidos en las elecciones. Los dos repiten despedida ahora y cada uno a su manera: Mujika, con lágrimas en los ojos; Sanguinetti, de manera más formal, saludando uno a uno a todos los miembros de la Cámara. Veteranos iconos de un pasado presente, ambos se abrazaron fundiendo el Frente Amplio de izquierdas con el conservador Partido Colorado. «Se reconcilian las dos mitades enfrentadas», citó Sanguinetti, el primer presidente constitucional del país tras la dictadura y uno de los protagonistas del Pacto del Club Naval que negoció con los militares la salida de Uruguay hacia la democracia. En su despedida, reivindicó el valor de esta última y de los partidos políticos, más todavía en tiempos de «burbujas publicitarias y redes sociales».
También Mujika espoleó a los diputados más jóvenes a seguir adelante con el compromiso social y el infinito «viaje de la política». Antes de abandonar el Palacio Legislativo, alguien le dijo que su marcha constituye un hecho histórico en la vida de Latinoamérica. Él respondió: «Dicen 'un hecho histórico'. ¡De historieta! La Historia es un poco más complicada».
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