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El primer ministro Abiy Ahmed Ali no ceja en su empeño de someter al Gobierno regional de Tigray. La ofensiva militar pretende resolver rápidamente el conflicto generado en esta área del norte del país desplazando a los rebeldes e implantando una administración interina. Las fuerzas ... federales de Etiopía han desplegado 150.000 soldados en el territorio y su objetivo inmediato es la captura de Mekelle, la capital. El Ejecutivo de Addis Abeba ha anunciado la caída de Shire y Axum y lleva a cabo bombardeos sobre la ciudad principal. Toda mediación internacional está descartada. La ONU ya ha anunciado la inminencia de «un desastre humanitario y el riesgo de desestabilización regional» en el frágil Cuerno de África.
La creación del Partido de la Prosperidad, pieza fundamental del nuevo régimen, constituye la clave de esta insólita crisis. Etiopía experimenta un proceso de cambio político tras la desarticulación de una dictadura que ha sometido al país durante casi tres décadas. Ahmed se halla inmerso en una ambiciosa operación para convertir la antigua coalición gubernamental, formada por cuatro partidos de extracción étnica, en una entidad supuestamente moderna que dirija el desarrollo de la república, una potencia continental en ciernes.
150.000 efectivos del Ejército ha desplegado el Gobierno de Etiopía en su ofensiva sobre Tigray, sin contar milicias y fuerzas especiales, con el objetivo de obtener una victoria rápida.
La amenaza de desastre humanitario El 80% de los habitantes de Tigray son campesinos con menos de una hectárea de tierra, y la sequia ha mermado sus cosechas. La hambruna ya acechaba antes de la guerra. La región acoge además 300.000 refugiados eritreos.
Sin ánimo independentista Los tigriñas, de mayoría ortodoxa, se consideran etíopes y no promueven un conflicto secesionista. El país, de estructura federal, está dividido en diez regiones administrativas, en función de mayorías étnicas.
El fin es crear una herramienta acorde con los nuevos tiempos. El Premio Nobel de la Paz ascendió dentro del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), la antigua alianza, como miembro del Partido Democrático Oromo, uno de sus fundadores y representante de la comunidad más numerosa. El régimen se asemejaba al mexicano del PRI, con cierta democracia nominal que escondía el autoritarismo corrupto y clientelista.
Los antiguos guerrilleros marxistas del FDRPE acabaron con su precedente, una Junta genocida que terminó con el Emperador Haile Selassie. Tras hacerse con el poder, los milicianos evolucionaron rápidamente hacia un modelo de capitalismo voraz que se permitía vender o arrendar millones de hectáreas cultivables a fondos de inversión y multinacionales, sofocar la libertad de expresión y controlar un Parlamento hecho a su imagen y semejanza. Etiopía era una dictadura indisimulada, pero, también, el amigo indispensable de Washington para intervenir en Sudán o Somalia.
objetivo
La muerte de Meles Zenawi, el timonel del giro hacia Occidente, favoreció la ascensión de Ahmed Ali. Las tensiones étnicas amenazaban las costuras del Estado y la represión ya no parecía la vía adecuada para preservar la unión. En 2015, el actual dirigente asumió el protagonismo de la luchas de los oromo contra un plan urbanístico que sentaba la expansión de la capital sobre las tierras ancestrales de este colectivo. Su liderazgo en la resolución de este problema le proporcionó el crédito de los suyos y relieve nacional.
Su fulgurante estrella alcanzó el cénit en 2018, cuando fue elegido presidente del declinante FDRPE. Inició la metamorfosis controlada del aparato. El instrumento ya no era válido para la gestión política y había que aprovechar sus recursos mediante un cambio de imagen. Pero apareció un obstáculo: los tigriñas. Ellos no se sumaron al proceso que habían aprobado oromo, amhara y los pueblos del sur. No querían someterse al nuevo poder. Aunque solo constituyen el 6% de la población, la elite de Tigray ha gozado históricamente de una condición preeminente tanto en el seno de las Fuerzas Armadas como en la Administración. Y, como ocurre con el Ejérctio de otros países africanos, caso de Egipto o Ruanda, posee un entramado empresarial vinculado a la función pública.
El pulso entre Ahmed Ali y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF) ha discurrido a lo largo de 2020 con acusaciones mutuas de falta de autoridad. Los tigriñas acusaron al primer ministro de usurpar el mandato tras aplazar las elecciones nacionales por el Covid-19, mientras que el líder negó la validez de los comicios regionales que se celebraron en Tigray en septiembre. La supuesta invasión de una base federal por tropas locales fue el detonante oportuno para arremeter contra una oposición de relieve y bien asentada en Addis Abeba. El riesgo resultaba calculado porque el rechazo internacional se compensaba con la animadversión general que provoca la hegemonía tigriña, vigente durante los últimos treinta años.
desestabilización
La ofensiva militar se conjuga con la demonización oficial de los tigriñas. El Gobierno ha efectuado una purga de oficiales de ese origen en el seno del Estado Mayor y congelado los activos de 34 firmas también controladas por el TPLF, bajo la acusación de llevar a cabo «prácticas terroristas». El hombre que firmó la paz con Eritrea, su irreductible enemigo, abrió las puertas de las cárceles y prometió la democracia utiliza los argumentos habituales de los déspotas para desactivar a sus rivales potenciales.
La conquista de Tigray es peliaguda. La experiencia castrense de sus autoridades dificulta una victoria total y propicia una guerra de guerrillas. Además, el conflicto se ha expandido a Eritrea, convertido en mejor amigo de Abiy Ahmed, y el territorio Amhara, plataforma para la invasión. Más de 30.000 tigriñas ya han buscado refugio en la vecina Sudán.
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