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En 1988, Dominic Ongwen caminaba hacia el colegio cuando fue secuestrado por un grupo de rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor, una banda dirigida por el sanguinario profeta de la guerra Joseph Kony que ha sembrado el terror en Uganda durante casi cuatro ... décadas. Entonces Ongwen tenía 11 años. Este jueves, con 43, fue condenado por el Tribunal Penal Internacional, que le imputa más de sesenta crímenes, muchos de ellos de lesa humanidad, cometidos como señor de la guerra de la misma milicia que le raptó en su infancia.
A la espera de la sentencia, el juicio ha contado con el testimonio resumido de más de 4.000 víctimas que destapan el terror y la devastación provocada en el país africano por los clanes en su disputa del poder. Masacres, violaciones sistemáticas contra las mujeres y el adiestramiento de niños para transformarlos en soldados nutren los relatos que ha escuchado la Corte y que le han permitido dibujar un perfil del procesado como un comandante «feroz» y «entusiasta», sin rastro de infancia.
El caso tiene complejas derivadas que han llevado a los medios a calificarlo de juicio histórico, en primer lugar por la doble faceta de víctima y verdugo del condenado. Se trata también del primer alto dirigente del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés) sometido a un tribunal. Los demás han muerto o huido, como su máximo líder, en paradero desconocido desde hace un lustro, cuando las tropas estadounidenses desmantelaron prácticamente la organización. Esta es también la primera vez que la Justicia internacional consigue condenar a un señor de la guerra por embarazo forzoso tras haber tenido hijos con esclavas sexuales que el LRA regalaba a sus principales mandos en una señal más de atrocidad.
Los magistrados de La Haya comenzaron a seguir la pista de Onwgen en 2005 dentro de una investigación general sobre los graves abusos cometidos por los grupos armados en Uganda, a petición del propio Gobierno africano, asfixiado por las matanzas y vulneraciones continuas de los derechos humanos. El tribunal emitió una orden de captura contra los cabecillas del LRA. La de Onwgen se materializó en 2015. En esa época la banda era perseguida por los soldados estadounidenses sobre el terreno. Acorralado sin apenas recursos en la República de Centroáfrica, Onwgen se entregó a los militares. La Haya le acusó de casi 70 delitos como comandante de una de las cuatro brigadas del movimiento, entre ellos, por asesinato, violación, secuestro infantil y esclavitud sexual. El juicio ha durado cuatro años. Su historia está compilada en miles de folios que sudan sangre. Contienen las declaraciones de 70 testigos y expertos citados por la Fiscalía, otros 55 de la defensa y los testimonios resumidos de familiares de asesinados, esclavas sexuales y otras víctimas de mutilaciones o violaciones.
Del Ejército de Resistencia del Señor quedan algunos grupos, lejos de la facción del terror que llegó a tener medio millar de combatientes en sus filas adictos a los machetes y la violencia extrema. Fundada a mediados de los años ochenta, combatió al Gobierno del presidente Museveni con el fin de instaurar un nuevo régimen basado en la visión particular de Joseph Kony sobre los mandamientos de la Biblia. Sus orígenes son una combinación letal de venganza, fanatismo religioso, psicosis y nacionalismo. Para comprender el bárbaro mecanismo que mantenía funcionando el LRA hay que conocer a su jefe.
Antiguo miembro de la turbia secta Movimiento del Espíritu Santo, influencia de numerosos grupos visionarios africanos caracterizados por su salvajismo, Kony todavía se proclama hoy desde el recóndito lugar donde se oculta –posiblemente Sudán– como un médium cuya misión es salvar a los ugandeses, aunque en sus acciones subyacen sobre todo los perpetuos conflictos tribales del norte del país. La ONU considera a su banda responsable del secuestro de 60.000 niños y el asesinato de unas 100.000 personas en Uganda, Sudán, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana.
Uno de los aspectos más controvertidos del proceso contra Ongwen ha sido la influencia que pudo tener su temprano secuestro por el LRA para convertirse posteriormente en uno de sus principales cabecillas. Y en lo que parece ser un perfecto y puntual sistema de relojería mortal. «El tribunal es consciente de que ha sufrido mucho», ha declarado el juez Schmitt, ponente de la sentencia. «Sin embargo, se trata de crímenes cometidos como adulto responsable y comandante del Ejército de Resistencia del Señor», agrega, desbaratando la defensa del exguerrillero basada en ser «una víctima más» de esta pseudosecta.
Apodado 'hormiga blanca' por su apellido –«nacido en tiempos de la hormiga blanca»–, Ongwen fue adiestrado como niño-soldado. Aprendió a usar armas, le obligaron a matar a adultos y a otros menores como él y recibió «torturas tremendas», según consta en el auto de investigación. Creció escuchando el llanto de los bebés que los rebeldes abandonaban en la selva y el impacto del machete. A los 18 años ya era mayor de la milicia, a los 25 fue nombrado brigadier y, pasada la treintena, se convirtió en el hombre de confianza de Kony. Bajo su mando se produjeron las matanzas en los campos de refugiados de Lukodi, Pajule, Abok y Odek. Algunos testigos aseguran que en este último, en 2004, ordenó a sus tropas que no dejaran a nadie vivo.
En los relatos de las víctimas abundan las referencias al olor a carne quemada después de cada brutal asalto. Entre las funciones principales de su unidad estaba el secuestro de mujeres jóvenes y adultas para convertirlas en sirvientas y esclavas sexuales. El LRA concede entre 40 y 80 mujeres a sus soldados cuando alcanzan un puesto de alto rango. El obsequio de la bestia. Cuando huyó, Kony tenía más de 60 concubinas y decenas de hijos.
En su defensa, el hombre fuerte del Ejército de Resistencia del Señor ha negado ante los magistrados y «en nombre de Dios» todas las acusaciones. En los cuatro años largos de proceso ha utilizado todas las estrategias posibles, desde el recuerdo de su infancia arruinada o la autoproclamación como «una de las personas víctima de las atrocidades del LRA» hasta la exigencia de un procesamiento como niño-soldado y no como adulto en un intento de rebajar la condena. Pero el tribunal ha sido tajante. Cree que el comandante ni sufre enfermedades mentales ni cometió sus crímenes obligado. Simplemente, el niño-soldado se hizo hombre.
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