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Si algún futuro Gobierno se le ocurriera la idea –alguna propuesta ha habido ya al respecto– de recuperar el servicio militar obligatorio, a más de un chaval se le desencajaría la mandíbula de la impresión. Sin entrar en valoraciones, eso de tener que abandonar el hogar para cumplir con la madre patria durante un tiempo prolongado no sería plato de buen gusto para todo el mundo. En cambio, en muchos pueblos pervive aún la tradición de celebrar la fiesta de los 'quintos', que durante décadas no ha significado otra cosa que el paso oficioso de la adolescencia a la madurez.
Haro es uno de esos municipios en la que los quintos permanecen arraigados y este sábado los del 68 celebrarán sus Bodas de Oro por todo lo alto. Se cumple medio siglo desde que una treintena de chavales se agrupaba para que un fotógrafo inmortalizase esa argamasa invisible que mantendría unidos a esos muchachos de por vida.
En la instantánea prácticamente todos aparecen ataviados con algún tipo de sombrero: desde el 'chapiri' propio de la Legión a la siempre aristocrática chistera. No es casual. Uno de esos quintos explica el motivo. «Era costumbre salir a pedir con la gorra cuando entrabas en quintas para sufragar los gastos; te acompañaba una charanga y recorrías todo el pueblo gorra en mano», recuerda Antonio Corral, miembro de aquella generación del 68 y toda una institución en Haro.
Es por ello que mañana treinta y seis de esos quintos protagonizarán una suerte de viaje en el tiempo y se harán notar por las calles de la capital riojalteña a ritmo de charanga. Todo está planificado con un protocolo casi castrense. A las diez de la mañana están llamados a filas en la Plaza de la Paz y la tropa se dirigirá a un restaurante para echarse al estómago un almuerzo que evite que las fuerzas puedan flaquear durante la jornada.
Tras él, posarán en la escalinata que conduce a la Basílica de la Vega como manda la tradición de los quintos, justo antes de celebrar una misa en memoria de los miembros de la 'familia' que han fallecido. De hecho, de los quintos que aparecen en la foto, once ya no se encuentran entre nosotros. Tras la celebración religiosa, la charanga volverá a sonar acompañando a la expedición a La Herradura, donde concluirá el encuentro con una comida fraternal, aunque «quien quiera seguir hasta que el cuerpo aguante, tiene permiso», bromea Corral.
Un orgullo
Entre las particularidades de esta generación respecto a tantas otras destaca la periodicidad con la que se reúne: «Fuimos pioneros porque a los cinco años celebramos el reencuentro de la quintada, siendo los primeros en instaurar la Quinta de Cartón; a los diez años volvimos a intentarlo, pero mucha gente no se animó por motivos laborales o personales y somos de las pocas quintas que nos vamos reencontrar por primera vez entre la Quinta de Plata y la de Oro; nos vamos a juntar personas que igual llevamos veinte años sin vernos».
Antonio Corral subraya que en 1968 «ser quinto era un orgullo y la única preocupación es que te destinasen a África, porque las cosas estaban algo convulsas y tu casa pillaba muy lejos». Desde entonces no solo han cambiado los tiempos, también Haro: «Había una necesidad tremenda y no pedíamos con la gorra por gusto, aunque echo en falta la armonía tan natural que teníamos los compañeros por entonces».
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