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IKER MURILLO
Lunes, 6 de agosto 2018, 22:08
Existe la creencia de que toda información acerca del lugar de origen de uno es ya sobradamente conocida. Y esa creencia es la misma que impide a los vecinos seguir sorprendiéndose con las historias de su propio pueblo. Eibar tiene aún mucho que mostrar a ... sus vecinos y, a menudo, rincones «de toda la vida» sorprenden con nuevos datos y anécdotas que nunca habían llegado a oídos de la mayoría.
Este es el caso del retablo de la iglesia de San Andrés. Durante 460 años (la fecha de la firma del contrato de ejecución corresponde a 1558) el retablo ha pasado por varias fases de construcción, ha sido transportado desde su emplazamiento original y ha conocido a lo largo de los siglos a generaciones de eibarreses durante bodas, bautizos, funerales y oficios religiosos en general. Aunque muchos vecinos han pasado momentos importantes de su vida a la vista del retablo de la iglesia, no son tantos los que conocen la historia de una de las piezas religiosas más importantes a nivel nacional e internacional.
Una de las principales razones por las que este retablo es tan valorado, es el hecho de que su construcción haya estado repartida a lo largo de tres siglos diferentes, dando vida a tres estilos de arte dentro de la misma pieza. Para conocer las razones de este hecho tan poco habitual es necesario hacer un pequeño viaje en el tiempo.
Tal y como afirma Satur Peña Puente en su libro de 2007 'San Andrés de Eibar', «dotar con un hermoso retablo a la iglesia era un deseo generalizado de cualquier pueblo, por lo tanto, al finalizar las obras de arquitectura, se comenzó a considerar la necesidad de construir un retablo para la capilla mayor, que reflejase la grandeza que mostraba ya el templo».
Acometer dicha obra fue posible gracias a la intervención del obispo de Calahorra y la Calzada, que decidió dar a la iglesia de Eibar una «mayor consideración, especialmente en el ámbito económico».
Tras la decisión de iniciar la construcción del retablo a principios de la segunda mitad del siglo XVI, dio comienzo la primera de las dos fases que conllevaría. La primera se conoce como la de «los Araoz» y fue responsabilidad directa de Andrés de Araoz.
Durante este periodo se trabajó en la parte inferior, donde están ubicados el banco y los dos primeros «cuerpos». Se utilizó madera de nogal para crear esta primera parte del retablo. El detalle curioso de esta fase es que originalmente se armó para ser colocado en la parte contraria de donde se encuentra en la actualidad. Es decir, en lo que hoy día es la entrada principal a la iglesia. Sin embargo, al situarse detrás del Altar Mayor fue necesario añadir algunas trazas nuevas para adecuarlo al lienzo de la pared.
De ello se encargaría, a partir del año 1563, su hijo, San Juan, quien tomó las riendas de la obra a raíz el fallecimiento de su padre. Este pudo finalizar la primera fase en el año 1587, es decir, casi treinta años después de la decisión de comenzar a darle vida.
Los trabajos en cambio no fueron suficientes para considerarlo terminado. Una vez finalizadas las obras de la iglesia y el traslado del retablo a su posición actual, los responsables consideraron necesario realizar trabajos de ampliación del mismo con el objetivo de cubrir la totalidad del espacio del ábside.
Pero los problemas económicos que atravesaba la iglesia a finales de siglo impidieron que estos trabajos se pudiesen llevar a cabo hasta el año 1736, cuando la obra fue adjudicada a Hilario de Mendizabal para que se encargase de las esculturas y a Fernando de Arispe para los aspectos arquitectónicos. Entre la finalización de la primera fase y el inicio de la segunda transcurrieron un total de 150 años. Durante los trabajos se utilizó madera de castaño en las diferentes composiciones que forman la obra.
Uno de los principales retos a la hora de acometer este trabajo fue lograr que ambas fases quedaran, en la medida de lo posible, como un único trabajo uniforme. Para ello, se realizó un esfuerzo concienzudo para continuar con la misma distribución y estilo que se había seguido durante el trabajo de Andrés de Araoz e hijo.
Hilario de Mendizabal fue uno de los principales artífices del retablo de San Andrés, gracias a los trabajos escultóricos realizados. Sin embargo, además de ser un gran artista, los datos recogidos en la obra de Satur Peña Puente dicen de él que «se preocupó de los diferentes temas que inquietaban a su pueblo». Por ello, se le pudo ver participando en un batallón de ayuda a los más necesitados o impulsando reformas en el hospital de Eibar. Además, también se guardan registros de Hilario realizando labores de defensa bélica de Eibar hacia el año 1742.
Sin embargo, tras la finalización de los trabajos, alrededor del año 1750, se cree que la situación económica de la familia empeoró, obligando al artista a trasladarse a Ferrol, en donde pasó los años siguientes trabajando en mascarones para barcos antes de su fallecimiento.
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