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Aunque parezca exagerado comparar al fallecido empresario eibarrés Ramón Aguirre Zabala, de la empresa Electrociclos, S.A. de Eibar con el gigante norteamericano de los vehículos eléctricos, Tesla, fundada por Elon Musk, está claro que la pequeña empresa de Eibar, constituida un año después de ... acabada la Guerra Civil, fue capaz de crear los primeros vehículos propulsados con batería eléctrica.
Primeramente se llamaban Norma Electromotor, S.L. dedicados a la fabricación de vehículos eléctricos. Poco más tarde, la empresa fue reorganizada con el nombre de Electrociclos, S.A. e inició sus primeros pasos en el ámbito de la automoción de la mano de Orbea y Cía, S.C., cuando Esteban Orbea y Orbea llegó a un acuerdo para producir una moto eléctrica y dos triciclos de caja delantera (caja cerrada y plataforma). Esos vehículos fueron presentados al concurso celebrado por la delegación del Gobierno para la Ordenación del Transporte y declarados de interés nacional en 1941. Con posterioridad, también fueron expuestos en la Exposición Automovilística de Villaverde (Dirección General de Transportes, Ministerio del Ejército) de 1944, así como en algunos otros certámenes nacionales de muestras, realizándose diversas pruebas en el parque móvil de ministerios de Madrid en 1946.
Según la publicidad de la época, en Madrid y provincia estos vehículos eléctricos eran distribuidos por Electro-Wikal, S.A., que a su vez también construyó sus propios vehículos y transformó otros de motor de explosión a tracción eléctrica. Tras diversos problemas con la tracción eléctrica, los triciclos y bicicletas Orbea se suministraron con motores auxiliares de explosión de las marcas Iresa y Mosquito.
De esta primera evolución, un inventor que nunca fue valorado con el debido reconocimiento que merece, fue el propio Ramón Aguirre, quien desarrolló, a principios de los años 50 del siglo XX, una gama de modelos eléctricos entre los que cabe destacar una carretilla de somero acabado especialmente indicada para trabajos en el interior de fábricas, almacenes y parques, es decir, en lugares donde la contaminación fuera un problema y al mismo tiempo fuera fácil la recarga de sus baterías, que se efectuaba totalmente en nueve horas con un consumo estimado de 10 céntimos de peseta por kilómetro.
De esta versión básica que tan sólo contaba con un puesto de conducción y plataforma de carga (350 y 750 kilos) sin cubrimiento alguno, derivó una furgoneta de reparto con habitáculo dotado de puertas, techo y caja tipo furgón cerrado para 300 y 500 kilos. En ambos modelos existía una versión especial reforzada que permitía la máxima carga. Los dos modelos disfrutaron de una buena difusión, principalmente en grandes ciudades, polígonos industriales, zonas portuarias y similares. La publicidad de la época era clara. Anunciaba en su catálogo de producto, con un estilo de redacción publicitario muy de la época: «vivimos en los albores de grandes innovaciones en todo orden de cosas y nunca mejor momento para que en nuestro país se organicen, al igual que en el extranjero, los pequeños transportes urbanos, dejando de circular en nuestras ciudades esos métodos rústicos de transporte en cuya tracción dejan sus últimas energías hombres decrépitos, o donde la juventud hace oposiciones a la tuberculosis», defendiendo además sus productos poniendo como ejemplo a los países nórdicos. «En las grandes urbes de los países bálticos el electrociclo resuelve problemas del pequeño transporte urbano», muy al estilo de hoy en día donde se pone a Finlandia, Noruega y Suecia como ejemplo a seguir en movilidad eléctrica.
Aproximadamente en 1953, también estaba previsto el lanzamiento de un vehículo tipo turismo que según la prensa de la época tenía gran aceptación, pero del que nunca se han visto imágenes reales, tan sólo un dibujo publicitario. Posiblemente se tratara de un único prototipo o de muy pocas unidades fabricadas. Contaba con la estructura básica de la carretilla y se había habilitado una carrocería con nada menos que cuatro puertas y otras tantas teóricas plazas. El motor daba la potencia de 1 CV a 24 voltios, con una autonomía de 90 a 100 kilómetros (dependiendo de la carga) y una velocidad máxima de 45 km/h. Su mayor problema contaba la familia Aguirre «eran las cuestas».
A finales de los años 60 el dinero y el petróleo volvieron a fluir en la economía española, por lo que este tipo de vehículos fueron perdiendo interés frente a sus competidores con motores de explosión de gasolina de prestaciones muy superiores.
Electrociclos intentó, ya sin mucho éxito, incorporar a sus triciclos motores de explosión de la marca madrileña Iresa y Mosquito de la italiana Garelli, pero la competencia fue muy superior. Sin salir de Eibar, Lambretta fabricaba en sus instalaciones un triciclo de carga con motor de 125 cc y capaz de transportar hasta 300 kilos, muy por encima de las capacidades del triciclo de Electrociclos con su pequeño motor de 49 cc. Tras esta experiencia, la empresa se dedicó a fabricar con la marca 'Super-Ego' máquinas herramientas y diversas piezas para la industria del motor, y las naves iniciales pasaron a ser un nuevo barrio de protección oficial de Eibar, conocido como las casas de Electrociclos.
El gallego Xulio César González, empresario e inventor de numerosas patentes, señalaba desde Vigo que «Eibar tiene que reconocer la labor realizada por Ramón Aguirre porque sin medios fue capaz de sacar al mercado hasta 600 vehículos impulsados por batería y que contaban con gran autonomía, sin apenas medios y recursos». González decía que estaba tratando de recuperar un vehículo antiguo de Electrociclos que «está siendo remodelado por un amigo y que estaríamos gustosos de que ocupara un lugar central» en el Museo de la Industria Armera de Eibar. «Fue una pena su fallecimiento en 1957, en el paso a nivel de Asua-Erreka, junto a su empresa».
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