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Hace años solía bromear diciendo que el día que yo escribiera una columna quejándome sobre el ruido sería síntoma inequívoco de que había empezado a envejecer. Por aquella época había llegado a la conclusión, partiendo de la mera observación y sin rigor alguno, de que ... llega un momento en la vida de todo columnista en el que el ruido pasa a convertirse en su principal obsesión (me acuerdo de los 'motorruidistas' del inefable Olmo) y que ese momento indica claramente un desfase generacional y un empezar a dejar de entender el mundo. Pues bien, yo no es que haya entendido nunca muy bien el mundo, pero heme aquí con unas ganas tremendas de protestar contra el ruido.

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