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Sería bonito empezar con el lorquiano «Eran las cinco de la tarde». Pero es que en Palma las corridas son de noche. Y la del jueves, la que podría ser la última del Coliseo Balear, empezó pasadas las nueve y media... No había sol y ... moscas, pero bochorno a raudales. Con más de treinta grados, los tendidos se convirtieron en los escalones de una gigantesca sauna. La primera en saludar a los medios (de comunicación) fue la infanta Elena, que llegó con un sombrero propio de una montería y se sentó en la barrera del tendido 7 flanqueada por sus hijos Victoria y Froilán. Fue recibida con una ovación. Y no dio la vuelta al ruedo de milagro.
Toreaban Fran Rivera 'Paquirri', su hermano Cayetano y Talavante. Y en el ambiente se percibía una tensión especial. No por los toreros ni por los toros de Núñez de Tarifa, que en general estuvieron amodorrados y tirando a inválidos, sino por el temor y la indignación que provoca en los taurinos la reciente aprobación de la ley de los 'toros a la balear', que propone corridas sin sangre y con control antidoping... La ley está recurrida ante el Constitucional, pero muchos se barruntan que esta es la puntilla definitiva a la lidia en Palma.
Una hora antes de que sonaran los clarines, a varias calles del Coliseo Balear se percibían ya los desaforados gritos de los antitaurinos, medio centenar de vociferantes animalistas apostados frente a la puerta principal de la plaza. Estaba el 'rasta' que tocaba los bongos, la yogui de estética a lo Gandhi que gritaba más que Hitler, otro con una pancarta que rezaba «¿Qué parte del 'No matarás' no entiendes?», un par de vejetes envueltos en banderas republicanas... Y el del megáfono: «¡Escoria, sicópatas, asesinos, sádicos, enfermos. Oléis a sangre. 'Paquirri', cabrón, ojalá te pase igual que a tu padre!», bramaba feroz, como si la defensa de los animales le hubiera sacado la bestia que todos llevamos dentro... «¡Gordo, paleto!», le gritó a un chaval que en la acera de enfrente (con la Policía Nacional de por medio) sacó un capote y, para provocar, se puso a amagar unos lances...
«Soy de Donosti y he estado a punto de traer la ikurriña», decía Francisco, con la bandera republicana sobre los hombros. «Es que esta es una fiesta españolista y de los Borbones». A su lado, con marcado acento andaluz, el del megáfono no daba tregua: «No sabéis ná de la vía, payasos». Luego resultó ser un pensionista que de niño iba a las corridas con su padre y que en el fondo siente nostalgia de «aquellos toros que sí eran de verdad». «Esta no va a ser la última, ya verás -vaticinaba Sara, una exótica adolescente de piel morena-. Yo no me fío de los políticos».
En la acera de enfrente el escepticismo era similar, pero en sentido contrario. «Sí va a ser la última, porque los políticos se han puesto de acuerdo para fastidiar a los taurinos», sentenciaba Manuel, un parado cordobés que lleva casi 30 años en Palma pero que se crio en un cortijo. «¿Y la mierda de perro qué?», clamaba mirando con odio a los animalistas de enfrente. «Los animales son animales. Estos no han visto el campo más que en la tele... Luego tendrán al abuelo en un asilo y les da pena un toro bravo. Qué, ¿le damos un besito al toro? Si encima no son ni españoles. Mire aquella morenita...».
Ya dentro de la plaza, un achacoso recinto de piedra de singular arquitectura inaugurado durante el fatídico 'crack' del 29, dos jóvenes aficionados observaban desde una de las torres exteriores al grupo de antitaurinos... «Cada vez son menos», celebraban. Pero lo cierto es que los tendidos tampoco estaban para alegrías: menos de media entrada, a pesar del rutilante cartel. En la barrera del 8, Eva González alternaba los golpes de melena con el picoteo de frutos secos, el vaivén del abanico y las ovaciones a los toreros. Sobre todo a su marido, Cayetano Rivera. Cuando el diestro cortó la oreja, la presentadora lo celebró metiéndose el pulgar y el índice en la boca y soltando un silbido digno de un estibador de puerto... «Hay que estar aquí apoyando a Palma», justificó.
Ágata Ruiz de la Prada, que desde que se ha separado del «hombre de los tres mil libros y gran amante de Churchill» no deja de ponerse el mundo por montera, presenció la corrida en una barrera próxima a la de la infanta. Extrañamente, no eligió para tan militante ocasión uno de sus vestidos bandera. Pero ya estaban otros aficionados para encargarse de mezclar taurinismo y patriotismo haciendo ondear una versión de la enseña nacional con un toro negro dentro. «¡Libertad, libertad!», empezó a gritar el respetable a los compases del primer pasodoble. Y luego se pusieron a marcar el ritmo dando palmas... Del exterior llegaban ecos de «¡Asesinos, asesinos!», y entre la charanga y la reivindicación, aquello casi parecía Venezuela.
El triunfador de la tarde fue Talavante. Le cortó dos orejas a un toro que, al contrario que sus hermanos, hasta parecía estar vivo... Tal vez porque se fue sin picar. La plaza vociferaba como loca cada vez que el picador amagaba un puyazo. En eso habrían estado de acuerdo los antitaurinos. Fran Rivera saludó a la infanta Elena. Y Cayetano le dedicó un toro. «¡Viva la madre que te parió!», le gritó un espectador al hijo de Carmina Ordóñez ya con el ambiente muy caldeado. «¡Viva el padre!», clamó otro. «¡Viva la infanta!», añadieron. «!Viva el Rey!», «¡Viva España!», «¡Viva los toros!»... Solo les faltó gritar ¡Viva Carioco! Y lo habrían coreado.
El final de la quizá última corrida de Palma fue apoteósico. Y pueblerino. Con un grupito de enardecidos taurinos que saltó al ruedo, con sus banderas de las Baleares, de España y de alguna peña, paseando a hombros a Talavante y dando vueltas al albero como un pollo sin cabeza... Hasta que dieron con la puerta grande y salieron al exterior gritando «¡Libertad, libertad!» con ganas de enfrentarse a los animalistas... Que a esas horas (medianoche) ya se habían ido a dormir hacía rato.
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