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Sí. Tienen razón las trillizas. Julio Iglesias es, o al menos era, ‘tocón’. Y conste que no hablo por propia experiencia. Al contrario. En el 92, Julio visitó con su inefable papá el pabellón de Galicia en la Expo de Sevilla y accedió a ... charlar con la prensa. Éramos unas cinco o seis periodistas. Casualmente, todas mujeres. Y jóvenes. Formamos un semicírculo en torno al cantante y comenzamos a preguntar... A la primera, Julio la agarró cariñosamente de la barbilla: «Dime, rubia, guapísima...». A la segunda, la acarició en la mejilla: «Pregunta, morena, pregunta...». A la tercera, le soltó un pellizquito en el moflete y la llamó «ojos bonitos»... Y así hasta que llegó mi turno. No recuerdo qué le pregunté. Pero algo debió de disparar en su interior las alarmas. Ni caricia, ni pellizco, ni piropo... De golpe, se puso serio y ofreció una respuesta de trámite buscando con la mirada a la siguiente rubia o morena a la que agarrarse.

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