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Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa han roto. La noticia saltó ayer y sonaba a inocentada. Sin embargo, la realidad ha vuelto a superar la ficción. De hecho, la trama parece escrita por un retorcido guionista: a sus 86 años y tras un ataque de ... celos infundados, el premio Nobel pega un portazo en el ostentoso chalé y abandona a su acicalada novia, de 71, para refugiarse en su piso de soltero... Es la versión oficial de los hechos, filtrada telefónicamente por Isabel Preysler a su revista de cabecera. Luego vienen los matices.
Yo entre líneas leo: «Se ha ido él, pero porque yo he querido». O sea, que harta de numeritos irracionales, indignos de un intelectual de su talla, Preysler ha decidido no volver a abrirle el portón motorizado al insigne escritor peruano. ¿Le habrá cambiado la clave? Lo ignoro, pero la aclaración tiene sentido. A una reina de corazones no se la abandona. Perdería el título. Y la imagen, que es su principal fuente de ingresos. Nótese también que Isabel ha calificado de infundados los celos de Mario. Con ello se autoproclamaba, en un día como ayer, inocente, inocente.
Falta la versión del escritor, que es la que a mí me interesa. Espero con ansia una novela autobiográfica en la que nos descubra qué extraño sortilegio o bebedizo lo llevó a convertirse en personaje del colorín, en extra de 'MasterChef' y en consorte de la emperatriz del azulejo... Pero eso será el año que viene, y para entonces yo ya no me asomaré a esta ventana.
El tiempo pasa para todas (menos para la Preysler) y hay que asumirlo. Les aseguro que no hay espacio suficiente en esta columna, ni en todo el periódico, para expresar mi gratitud por la compañía que me han brindado a lo largo de estos 25 años de 'Candelabro'. Gracias, de corazón (nunca mejor dicho). Y hasta siempre.
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