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P. MUÑOZ
Jueves, 14 de septiembre 2017, 00:25
El cotilleo llevaba días flotando por los pasillos del Congreso y las redacciones de los periódicos:Pablo Iglesias, el líder de Podemos, e Irene Montero, su vecina de escaño y portavoz de la formación morada en el Congreso, habrían puesto fin a su relación sentimental. ... Pero el rumor adquirió ayer categoría de auténtico vendaval cuando diversos medios de comunicación atribuyeron al político un romance con la presentadora televisiva Paula Vázquez.
Fue el columnista Alfonso Ussía quien se atrevió a romper el silencio con unos ripios maliciosos: «Irene Montero llora / y a mí me da en la nariz / que hay una presentadora / con pretensiones de actriz / en el lecho que ella añora».
Inmediatamente, todas las miradas se centraron en la presentadora gallega. Paula Vázquez, que en el pasado FesTVal de Vitoria aseguró estar «abierta al amor, aunque es algo de lo que nunca hablo públicamente», no quiso ayer confirmar ni desmentir la supuesta noticia. Sin embargo, las redes sociales se apresuraron a recordar sus declaradas simpatías hacia Podemos e incluso sus comentarios alabando la valía de quien sería ahora, si se confirmara el rumor, su predecesora en el corazón de Iglesias, Irene Montero. «Soy muy, muy fan de ella», había declarado. Tal vez ahora el sentimiento no sea mutuo.
El indudable magnetismo de Pablo Iglesias ha hecho estragos entre sus correligionarias. Lo sabe bien Tania Sánchez, exlíder de IU y ahora diputada de Podemos, cuya ‘cohabitación’ con Iglesias contribuyó a afianzar la alianza entre ambas formaciones y que acabó integrándose en las listas conjuntas al asalto de la Asamblea de Madrid y del Congreso de los Diputados. Antes de que esto ocurriera, en marzo de 2015, ambos anunciaron su ruptura en sendos mensajes expuestos en Facebook «para evitar rumores y anuncios malintencionados». Después comenzó una relación con Irene Montero.
Las reacciones al supuesto romance de Pablo y Paula no se hicieron esperar en las redes sociales, donde se recordó con cierta sorna la predisposición del líder podemita a convertir la afinidad ideológica en lazos más estrechos y personales.
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