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María José Carchano
Viernes, 7 de abril 2023
Dice Txema Rodríguez, quien firma estas fotografías, que Paola Dominguín sabe posar. Y de qué forma. Además, es asombrosamente fotogénica. Son muchos años frente a las cámaras, aunque ahora ya no lo haga tan asiduamente como le gustaría. «En mis tiempos hubiera sido impensable una ... modelo con arrugas». Ella las defiende, asegura orgullosa que nunca se ha operado de nada -«sólo la vista»- y luce con dignidad una melena canosa y las manchas y arrugas que marcan el paso del tiempo, aunque confiesa que las del entrecejo, las definidas por la determinación, la han acompañado desde pequeña. No le quedó otra, como la menor de tres hermanos en una familia en la que siempre estaban pasando cosas interesantes. «Yo les espiaba», recuerda Paola, que mira atrás sin mucha melancolía, a un pasado de hija de celebridades como lo fueron Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé. Se la nota segura de sí misma, reconciliada con sus errores del pasado y feliz viviendo en medio del campo, en Vilamarxant.
-¿Ya se considera medio valenciana?
-Totalmente, ya llevo casi catorce años aquí y creo que es lo mejor que he podido hacer. Lo único que echo de menos es no haber aprendido valenciano, porque me hubiera dado juego, por ejemplo en À Punt. Yo lo entiendo, porque entre el francés, el italiano y la fantasía no hay problema, pero es una lengua difícil, rica, con mucha gramática.
-Vive en el campo, en Vilamarxant. ¿A qué dedica los días?
-He tenido que aprender a gestionar todo ese tiempo, porque yo siempre he hecho muchas cosas, tenía la marca… Y cuesta, porque somos burros y no nos damos tiempo para ese paseo, para disfrutarnos. Por eso he decidido que quien quiera algo de mí que me busque; estoy dispuesta a hacer lo que sea. Mientras, me dedico al campo, a mi casa, al huerto, a mis animales… Que entre regar y quitar hierbas echas el día.
Paola Dominguín ha aceptado esta entrevista porque se cumplen 50 años de la muerte de su padrino, Pablo Picasso, aunque en realidad la exmodelo no tiene demasiados recuerdos del pintor, con quien pasaban los veranos, porque era muy pequeña.
-¿Qué relación tuvo con Pablo Picasso?
-Mis padres eran muy amigos de él y los veranos los pasábamos con él. Con nosotros era muy generoso, tenía ese amor por España que no le abandonó nunca, por mi padre, que era torero, y cuando íbamos a verle le pedía a la tata que le cocinara una tortilla de patatas, o un gazpacho. Recuerdo la casa La Californie, que era como un castillo, donde todo crujía y nos daba mucho miedo...
-¿En qué momento es consciente de que vive en una vida distinta a la de cualquier niño? ¿De privilegios?
-No he sido muy consciente hasta más mayor, aunque lo que notaba era una manera de ser distinta, con otra libertad, otros códigos. Lo veía a través de nuestros amigos de Madrid, cuando pasaban el fin de semana en casa.
-Han hablado a veces de la libertad con la que se criaron.
-Mi madre nos decía que la experiencia te la tenías que hacer tú, nos daba esa libertad, evidentemente, con unas herramientas. Mi madre siempre decía: «equivocaos ahora, no con cuarenta años como me ha pasado a mí». Con veinte años no deja de ser la edad de probar cosas.
-Si miras atrás, ¿ve que le ha servido? ¿Se ha equivocado con veinte o con cuarenta?
-Con todas las edades (ríe). Sin embargo, es cierto que yo he sido menos atrevida de lo que eran mis hermanos, que me abrieron muchas puertas, pero además, yo he sido más tranquila. Mirando atrás hubiera podido ser un poco más lanzada…
-¿Ha repetido esa educación con sus hijos?
-Sí. Siempre he tenido una relación muy sincera y tolerante con mis hijos. Es que la clave está en darles una base, que luego tienen que gestionar ellos. Yo le decía a mi hijo: el límite está aquí, yo no te digo que no te lo vayas a pasar, por curiosidad, porque todos lo cruzamos, porque es una manera de cogerle el pulso a la vida.
-Si volvemos atrás, a esa infancia tan distinta, ¿qué recuerdos tiene de sus padres?
-Yo a mi padre no lo veía nunca. En aquella época, en una familia como la mía, los niños estaban con el servicio, y los adultos tenían su vida aparte. Nosotros bajábamos a darles un beso cuando estábamos recién bañados, peinados y bien vestidos. Y ya está. A Miguel le hicieron mucho más caso, porque era el mayor, el varón. Lucía un poco a rebufo de él, pero a mí, muy poco. Bendita la tata, que era un ángel.
-¿Cree que el afecto llegaba a través de las personas del servicio?
-La tata es quien nos hizo buenas personas. Ella era nuestro ángel de la guarda, quien nos educaba, quien nos llevaba rectos, como si fuera nuestra madre. La real nos maleducaba, y parecía ejercer más el papel de padre.
-¿Y su padre?
-No estaba nunca. Venía a veces, o se echaba una novia para darle celos a mi madre. A veces pasaba temporadas en el campo con él, pero tenían su vida aparte.
-Si hablamos de Valencia, usted viene aquí por Francis Montesinos.
-Cuando yo me divorcio (de José Coronado) quería salir de Madrid. Pensé en irme al sur de Francia, pero allí no conocía a nadie. Pensé en Valencia, en Francis, y se me puso una sonrisa de oreja a oreja. Francis me introdujo en su círculo, el que me conoce desde que tenía veinte años, a los que quiero muchísimo y son como una gran familia.
-¿Cree que con su vida en pareja ha replicado lo que pasó con sus padres?
-Ha sido mi gran drama, porque yo quería crear una familia, porque siempre quieres hacerlo mejor. La primera vez no salió, la segunda (con el cantante Manuel Villalta) un poco mejor, porque estuvimos quince años juntos... Las personas cambiamos y, por otro lado, antes las mujeres aguantaban mucho, no eran independientes y no tenían más remedio. Ahora es distinto, o si no me quiere me voy. Para los hijos es una putada vivir en un ambiente tóxico. Mi madre nos enseñó a pelear, a ser independientes.
-¿Ahora mismo siente que no necesita a nadie?
-Yo estoy encantada. En una época eché de menos tener una pareja. Ahora ya no. Te das cuenta de que aprendes a ser realmente independiente, y comienzas a valorar más la amistad.
-Usted, que se ha dedicado a la moda, ¿no le preocupa el paso de la edad?
-Qué va, además, yo siempre he querido ser mayor, porque como era la pequeña y no me dejaban participar en las grandes cosas por ese motivo... Cuando cumplí los cuarenta era feliz. Dicho esto, yo siempre me veo la más joven del mundo, tengo la autoestima estupendamente.
-Me he fijado en los pendientes que lleva... Son loros.
-Cuando mi madre se murió descubrí que tenía una caja llena de pendientes hechos de muñequitos de plásticos, y me la quedé. La echo mucho de menos. Siempre me estaba regañando, me decía que no me sacaba partido, que no me arreglaba. Yo me pinto la boca hasta para regar en el campo. Es lo que me da luz a la cara, el resto me da igual.
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