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Hola, soy una marciana procedente del planeta Vacaciones. Acabo de aterrizar en la Tierra tras unos días de desconexión total y hay cosas que no ... me cuadran. A Nadal lo dejé medio jubilado, casi con muletas, y ahora me lo encuentro convertido en el amo del tenis mundial tras derrotar a un ruso diez años más joven que él. La noticia me alegra. Pero me desconcierta aún más. Aunque veo que no soy la única porque el propio Rafa está que no se lo cree. A Djokovic lo dejé 'jroña ke jroña', rabiando por no poder participar en el Open de Australia y haciendo del negacionismo, el victimismo y el 'contratodismo' su seña de identidad. Y a mi vuelta lo descubro transmutado en adalid del 'fair play', en chico humilde capaz de felicitar sinceramente al rival. Respiro aliviada.
En este mundo desbocado, no siempre va todo a peor. Aunque es triste regresar a la realidad y descubrir que ha estallado la guerra. No en Ucrania sino en Benidorm, ahora mismo convertida en una especie de república báltica donde el festival de Eurovisión está levantando trincheras entre los fans de Rigoberta (no precisamente Menchú) y los defensores de Chanel (no exactamente Coco). Para ponerme al día y formarme una opinión me he lanzado a ver los vídeos de las tres canciones de la polémica.
A las pandereteiras gallegas las descarto porque eso ya lo hace (y mucho mejor) Azerbaiyán. Con respecto a las otras dos casi me enternece comprobar que en esto la humanidad sigue donde la dejé, matándose por decidir entre algo fundamental: teta o culo... En Benidorm ha ganado lo segundo. Y tiene sentido. Chanel es una especie de 'María Jesús y su acordeón' en versión milenial. Y su mensaje, idéntico al de 'El baile de los pajaritos': «Tu colita has de mover, chiu, chiu, chiu, chiu».
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