Vivimos tiempos rabiosamente revisionistas. Pero hay un por qué. En una sociedad egocéntrica es hasta cierto punto lógico que la tendencia dominante del ser humano moderno consista en pensar que todo estaba mal... «hasta que llegué yo, y aquí estoy para cambiarlo». Lo de la ... división entre hombres y mujeres, por ejemplo. Hay que acabar con ella. ¿A quién se le ocurre crear dos seres distintos, pudiendo haber apostado por la igualdad desde el principio?

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Algunos pensarán que semejante desajuste es obra de Dios. Otros lo atribuirán a la evolución de las especies, al Big Bang o a los extraterrestres... Pero no. El narcisismo patológico que sufrimos como especie nos ha llevado al convencimiento de que nosotros somos los inventores de todo. «El género es una construcción social y política». No lo dice un antropólogo. Lo dice José Luis Rebordinos, gran cinéfilo y director del Festival de Cine de San Sebastián. Y lo defiende por una buena causa: que en lo sucesivo el premio a la mejor interpretación sea uno y no distinga entre sexos. La teoría puede sonar igualitaria, equitativa, inclusiva... Pero luego viene la práctica. En 1972 el Oscar al mejor actor recayó en Marlon Brando por 'El Padrino'. Y el de mejor actriz fue para Liza Minnelli por 'Cabaret'. Brando lo rechazó, pero ese es otro tema. La pregunta sería quién habría sido el guapo capaz de elegir entre esos dos genios. O, por situarnos en el presente, entre Anthony Hopkins y Frances McDormand, sin levantar sospechas de patriarcalismo o de discriminación positiva... En lugar de reducir categorías, quizás deberían crear otras nuevas: al mejor 'acter', a la mejor 'actroz'... Y que nadie se sienta ofendido ni excluido. Aceptemos que nos ha tocado vivir en los tiempos de la Gran Revisión sin caer en la Gran Depresión.

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