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No sé si me admitirán, pero estoy pensando seriamente en presentar una solicitud de ingreso en la tribu de los fulani. Ya solo el nombre me fascina. Por democrático y poco pretencioso. Fulani, como mengani, puede ser cualquiera. Y en estos tiempos en los que ... todas las etnias se la pasan presumiendo y rivalizando por ser lo más de lo más (que si yo tengo el brazo incorrupto de santa Teresa, pues yo la mano de Irulegi), ahí están estos fulani asumiendo la para algunos insoportable insignificancia del ser.
Otro punto a su favor es que son nómadas y se mueven a su antojo por donde pueden y les dejan. Y yo siempre me he sentido una fulani errante por el mundo, sin otro bagaje que el de una cierta cultura. Por supuesto, gastronómica. ¿Acaso hay algo más esencial que comer? Lo dice una que fue inapetente hasta los doce años... Pero que desde los trece tiene al paladar en un altar. Por eso ayer me emocionó que el Basque Culinary Center (Centro Culinario Vasco, pero en 'modelno') entregara su World Prize (Premio Mundial) 2022 a la joven Fatmata Binta, cocinera africana que por lo visto es todo un referente de la cocina fulani, nómada y moderna. Y que encima concibe el acto de sentarse a la mesa, o más bien a la esterilla (los fulani comen en el suelo), como una fuente de diálogo y entendimiento. También se ha propuesto esta mujer convertir el fonio en floreciente negocio para las mujeres de comunidades rurales. Y como el fonio es uno de esos superalimentos con los que se hace las ensaladas Gwyneth Paltrow, seguro que lo consigue. Por todo ello, yo quiero ser fulani. Pero, como la manchega Rozalén cantando en euskera o la nieta del vizcaíno Zarra homenajeando a su aitite por bulerías, una fulani de fusión.
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